El Camino Hacía Ti

Corazón Roto

Si tengo que ser sincera, lo que siento no llegó con una mirada o un aroma, llegó como en todas las historias de amor verdaderas y aburridas, con el tiempo, despacio y sin ninguna prisa. Y sucede que, para cuando me di cuenta, ese amor ya estaba instalado y rompiéndome el corazón. Había estado muy ocupada y tensa con el tema de mi hermano, y solo quien haya perdido a alguien tan importante podría entender por qué tanto empeño. Así que todo en mi vida se trataba sobre Jacob, sobre qué le pasó y, por más mínima que fuera la posibilidad, de salvarlo.

Pero entonces, las brujas de Macbeth llegaron a mi vida para hacerme ver un instante que merecía sentir otra cosa además de angustia, lo que fue muy irónico, pues a ellos les encantaban esa clase de sensaciones oscuras. Y también para abrirme los ojos sobre lo mucho que me estaba enamorando de Bill. Y entonces comenzó otra clase de angustia, la del primer amor.

Al principio, quise guardarlo para después, pues Jacob aún ocupaba mi mundo entero. Me quería convencer de que, una vez supiera la verdad, entonces me permitiría pensar en el amor. Me sentía egoísta y malvada cuando entrenaba junto a Bill y el corazón me quería explotar. Y era peor cuando me distraía admirándolo y siendo feliz por estar a su lado. Jacob podría estar muerto o en peligro, y yo, perdiéndome en la mirada de un chico lindo... Necesitaba hablar con alguien sobre mis sentimientos antes de volverme loca. Quería ayuda para reprimirme más que para que me dieran alivio.

Y, al no saber bien con quién hablar sobre amor, terminé recurriendo a la persona que creí que lo resolvería con frialdad: Snape. Y cometí un grave error. De esa conversación, aprendí que no podía juzgar a un libro por su portada, hasta las personas como Snape amaban y sufrían por ello. En lugar de mirarme como loca por sacar el tema, me miró comprensivo y básicamente me impulsó a no dejar de lado lo que sentía, sino abrazarlo, ser clara y decirle a Bill Weasley en la cara que lo amaba.

Antes de salir del salón de pociones, me amenazó para que no dijera una palabra de lo que hablamos, y me bajó cinco puntos por molestarlo. Yo, en cambio, le sonreí y le agradecí antes de irme. Salí con energías renovadas, dispuesta a enfrentar lo que fuera. Entonces, me llegó una lechuza de Bill, la carta me pedía reunirme con él en las Tres Escobas, tenía una confesión que hacerme...

No es que pudiera enojarme con Bill, estuve enojada conmigo misma por ser tan estúpida, ilusionándome al creer, por un instante, que la gran confesión de Bill sería para decirme que le gustaba. Emily Tyler, sin lugar a dudas, era la chica más guapa y popular de su grado, claro que iba a gustarle más que una idiota problemática de la misma edad que su hermano menor. No tenía nada que ofrecerle, no tenía ninguna cualidad con la cual competir.

Fingí la sonrisa más convincente que pude mientras me narraba sobre sus sentimientos y lo perfecta que Emily podía llegar a ser. Cuando no pude seguir fingiendo, me refugié en mi tarro de cerveza de mantequilla, ocultando la mueca en mi cara. Sí, me había roto el corazón, pero no pude decirle que no al oírlo tan desesperado, y acepté ayudarle...

No voy a mentir, lo primero que hice al despedirnos fue correr a la torre de Ravenclaw, encerrarme en mi habitación y ponerme a llorar. Hice el esfuerzo por parecer normal y, entonces, fui al encuentro con Emily. El primer amor podía llegar a ser demasiado duro.