In hoc signo vinces

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Mentiría si dijese que había dormido bien esta misma noche, las noticias del día anterior destruyeron por completo la poca o nula tranquilidad que teniamos. Por lo que dormir pasó a un segundo plano.

La mañana olía a humedad, los gorriones ya habían empezado a piar y las tórtolas a arrullar, el sol aún no asomaba por el borde de las montañas, pero todo el valle era visible aún en la penumbra. El viento de mestral proveniente del noroeste ya empezaba a llegar frío, perfecto para uno poder serenarse con sus pensamientos.

Después de rezar junto al amanecer, me dirigí a despertar al vago de René. Le explique como debía organizar a todos para tener listos los preparativos para la llegada de los franceses ya que yo tenía que dirigirme al pueblo con Elicia .

Aunque no nací en Tortosa, si viví allí durante mi niñez.
Mi padre, después de que unos moriscos le quemasen su taller por ver unos crucifijos en él, decidió ir a esta ciudad a volver a empezar, y poder seguir plasmando su arte tallando madera. Fue gracias a tener la simpatia de la iglesia que consiguió que me aceptasen en la orden. Poco después de marcharme falleció por la viruela.

Llegamos a la ciudad cuando ya calentaba el sol. Aún hoy recordaba el camino que habia que recorrer para ir hasta donde estaba el taller, sitio el cual era de mi interés. Justo encima de él aún vivía doña Elisabeta, una señora un tanto peculiar, siempre con el recuerdo de verla vieja y arrugada, además de un tanto sabionda. Gracias a ella aprendí a leer y escribir, intentó que aprendiese a tocar la mandora también, aunque sin tan buenos resultados como con las otras anteriores. Nunca le pregunte como que era tan sabia y entendida en las artes literarias y musicales, pero de siempre en el pueblo hubo el rumor de que tenía origen de familia noble, lo cual explicaría el origen de tanto conocimiento. Aunque sí tuvieramos que creer todos los rumores que se dicen, la propia Orden estaría plagada de ellos...

La casa estaba en ruinas, habían gatos y ratas a partes iguales, aunque aún olía a incienso y cera, señales de vida inteligente, Elicia estaba embobada con la cantidad de seres que había en la casa, las persecuciones de roedores y felinos, depredadores y presas. Yo vigilaba que no se nos acercasen demasiado, oí no hacía mucho que en algunos puertos del Mediterráneo la mordedura de las ratas provocaba una enfermedad que se caracterizaba por unas pústulas sanguinolientas y que ya se había llevado a unos pocos. Seguro que era una tontería, pero mejor ir con cuidado.
Nos dirigimos a una de las habitaciones donde recordaba que se encontraba el dormitorio, así que llamé a la puerta. Como respuesta recibí una pregunta:
-¿Eres tu Julia?
Julia, su hija, aun recuerdo las tardes aprendiendo juntos las lecciones que nos daba su propia madre Elisabeta.

Respondí con un no, a lo que la mujer respondió con algo que acertó.
-¿Armand? Pasa hijo.
Sorprendido abrí la puerta, estaba postrada en su cama, más vieja incluso que ella, el olor a incienso y cera era más notable que cuando entramos en la casa, sin embargo la habitación estaba limpia y ordenada, algo extraño dado el estado de la casa y a que la anciana se veía imposibilitada a levantarse.

Me preguntó que si iba acorazado y armado dado al ruido que hacía involuntariamente al moverme, aun yendo tapado para que no se me reconociese las insignias de la Orden, obviamente respondí que si, nunca le hizo mucha gracia cuando partí a unirme a esta, ya que según ella mi vida debía tener un propósito mayor que servir a la iglesia.

Ahora que lo pienso no le faltaba razón al recomendarme dudar de la iglesia, ya que ha sido esta la principal causa de nuestro final como Orden. Aunque quiero creer que solo ha sido este Papa corrupto y de ideas retorcidas la causa real.

La mujer se veía impedida ya que a su longeva edad, sus ojos ya le habían dejado de funcionar correctamente, pero su oído no, ya que enseguida preguntó por la pequeña que me acompañaba.

Le explique la historia de Elicia, de la situación en la que nos encontrábamos y el propósito de la visita. La mujer lo entendió todo y acepto ayudar quedándose con Elicia hasta que pasase la tempestad. A la niña no parecía molestarle la idea, la mujer disponía de libros antiguos, alguno de ellos solo eran ilustraciones, además de la vieja mandora con la que intento enseñarme, aunque ya sin un par de cuerdas por el paso de los años y el uso.

La mujer propuso que me quedase a comer, se ve que al mediodía unos monaguillos le traían la comida, y le hacían compañía algunas tardes hasta que llegaba su hija para ocuparse de la cena. No me costó convencerla ya que era una mujer que le caracterizaba su cordura, por lo que entendió que la situación no acompañaba. Aunque le prometí que cuando volviese a por Elicia pasaría el día allí con ella.

Los cascos del caballo resonaban por el pavimento de las calles, el sol estaba todo lo alto que podía estar, y por ende, la gente abandonaba sus trabajos para comer y recobrar algunas energías. La capa negra que llevaba para ocultar mi apariencia, parecía captar todo el calor del sol, que sumado a las capas de metal que llevaba encima, me iba a cocer por dentro.
A la salida del pueblo pude echarme una cubeta de agua de un abrevadero encima para contrarrestar el calor, aunque estuviésemos al principio del otoño, aun los días eran calurosos.

Durante el camino me organice mentalmente, René no era la primera vez que combatía, pero no era ni de cerca un maestro combatiendo, era demasiado orgulloso, creído, y eso le hacia débil, fácil de engañar, y casi le cuesta la vida en varias ocasiones.

Recordando viejos tiempos llegue a la fortaleza, el cielo se había ennegrecido parcialmente, resonaban truenos lejanos entre las montañas y el viento mecia con fuerza los árboles, el dia había cambiado por completo, yo personalmente lo agradecía por la bajada de temperatura, aunque a este caballo le asustaban tales estruendos provenientes del cielo.
Alba, mi formidable y noble yegua, hace ya unos meses que la perdí, ya no recuerdo cuando me hice de ella, pero si de todas las batallas a las que me acompañó, no sentía miedo por nada, ni nunca rechazó una orden mía. Fue una lástima cuando se partió una pata y la tuve que sacrificar en mitad de un camino.
Se que los animales no van al cielo, pero ella sin duda debería tener su lugar allí por tan gentil naturaleza.

Al entrar estaban todos ultimando los preparativos para la posible batalla. René había hecho un buen trabajo, ser el escudero de un Gran Maestre le daba cierta categoría a la hora de organizar por lo que se encontraba sentado en una mesa con los demás caballeros.
Até al caballo y me dirigí a sentarme con ellos. Al tomar asiento todos callaron, como si esperasen de mi algún tipo de milagro. El cual no les traía.
Decidimos que haríamos una defensa de asedio, una mayoría de los hombres quedarian apostados en las murallas y almenas y los restantes en el patio de la entrada.
Poco más se habló en ese rato, se sirvió la cena y todos fueron a ocupar sus puestos con la intención de descansar y esperar en ellos.

La luna iluminaba de vez en cuando el panorama cuando su luz conseguía encontrar algún hueco en las nubes, sonaban algunos silvidos o cantares de los propios hombres con la intención de calmar su miedo.
Supongo que nadie conseguiría dormir esta noche, más fresca que la anterior, marcando la llegada del otoño.

La noche parecía que iba a transcurrir tranquila cuando el grito y el sonido de golpes metalicos de una muchedumbre rompió el silencio.

-¡Desperta Ferro!

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⏰ Última actualización: Jul 09, 2019 ⏰

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