Su madre lo arropó y le dio un beso en la frente como usualmente lo hacía. Ese día era lluvioso, justo como a ella le gustaba.
—Mamá —el niño habló después de que su progenitora se alejara de la cama para salir de la habitación— ¿cuándo parará de llover?
—Posiblemente al rato, cariño.
Freddy no estuvo contento con esa respuesta, pues su naricita se frunció en un gesto que sólo dibujaba cuando algo no le convencía por completo. Eran gestos que Sahara conocía como a la palma de su mano.
—No te preocupes, Freddy. —aunque lo dulce de su voz perduraba, su cara se mantuvo firmemente en dirección hacia la puerta— La lluvia riega las plantas y así tu podrás jugar con sus flores, ¿se te olvida que cada vez que la lluvia viene, papá también lo hace?
El niño guardó silencio. Las gotas se hicieron el reloj de aquellos momentos, y los gritos vacíos, carentes de algún tipo de esperanza, se hicieron lugar en la sala. Ninguno de los dos lo notaron, o tal vez sí. La cara de Freddy se mostraba igual de curiosa que siempre.
Y sus ojitos, para su madre, eran el mar de bellísimos brillos ocultos en la obscuridad y la seguridad de aquel foco amarillento que estaba a un lado de su cama. Era su única arma para poder salir de lo abrumadora que era lo negro de la noche.
Los gritos pararon, y la mujer giró lentamente su cabeza en dirección a su niño.
—La lluvia terminará pronto.
Desapareció una vez salió de la habitación y cerró la puerta bajo llave. No lo vio como algo raro o anormal, pues se removió sobre su cama, respirando tranquilamente, encontrándose a solas con los lloriqueos que venían del techo. En ese momento, los relámpagos se hicieron presente como lo contrario a una sombra.
La ventana estaba abierta, y las cortinas eran impacientes como él ante esos chillidos desesperados.
Si había algo que Freddy odiara, era los relámpagos. Pero ese día, gracias a uno, descubrió algo más que una irregularidad, o una gotera.
Y cuando sus párpados se cerraban por el cansancio y tal vez el miedo que esas oleadas de electricidad le provocaba, entre el llanto surgieron palabras. Palabras rotas.
—¿N-no te dan miedo los relámpagos? —esa voz. Los llantos. —Cu-cuando yo-yo estaba en casa... —se fue rompiendo por cada segundo. Notaba ese cambio, sin embargo, guardó sus palabras— m-mi mamá... me cantaba una canción.
El silencio reinó de nuevo. Hasta que Freddy decidió hablar.
—¿Y cuál era esa canción?...—se notaba curioso, observó el lugar donde creyó que venía la voz— crees que... ¿puedas cantármela?
Un deseo infantil que cualquier pequeño de 8 años puede llegar a tener cuando le cuentan de algo. Preguntas, frases sin sentido, o hasta pequeñas imitaciones surgen de esa inocencia. Él no sabía lo que ocultaba esa delgada pared que lo separaba del desconocido.
Y no deseaba saber qué había allí.
—Es-está bien... —la respuesta tardó en llegar más de lo previsto.
Freddy alzó la cara en dirección al techo, y escuchó una dulce melodía angelical que provenía de ese mismo punto. Nada le importó desde ahí, ni siquiera los relámpagos que seguían viéndose a través del cristal de la ventana que se encontraba a sus espaldas.
Después de eso, una pequeña plática nació entre esa voz, y el pequeño que hablaba alegre. ¡Sería su primer amigo!, podía tenerlo seguro.
A lo largo de varios años que se conformaba su vida, logró hablar con alguien no fuera su madre o su padre. La voz parecía ser de un niño, y tener un amigo aunque sea imaginario era lo más increíble que pudo haber pensado (aunque sabía que su madre terminaría regañándole por hablarle a la nada), era lo mejor que podía no volverlo un loco encerrado en su casa. Una linda cárcel de la cual no sabía que era cautivo.
—¿Cómo te llamas?
—Alfred. —intentó cortar el llanto que surgió desde su pecho. O tal vez lo que surgió fue otra cosa— Pe-pero mis amigos me dicen Fre-Fred...
—Te diré Fred.
La voz calló unos segundos.
La duda de Freddy incrementó. ¿Era real o solo un juego de su mente?, sabía que las pastillas que mamá le daba eran para algo, pero no sabía si se relacionaba con Fred.
Pudo ser el cansancio, o pudo ser la misma curiosidad que había en la irrelevancia de sus pláticas nada maduras, lo que lo hizo pensar sobre la posibilidad de que fuera una fantasma. De aquellos, que su madre le relataba las noches en que papá estaba en el trabajo, o tenía esos absurdos viajes que lo alejaban de casa.
Sus comentarios y tono de voz cambió para mala suerte de aquella alma.
—Y dime, Fred, ¿eres un fantasma? —su inocencia, se veía ahora un tanto trágica.
—¿Qué-qué te hace pe-pensar eso?
—Te escucho, pero no te veo. —suspiró— Pero mi mamá dice que los fantasmas no existen, así que tú tampoco existes, ¿verdad?
—...¿Qué?...
El techo sobre su cabeza liberó sonidos de chirridos, y gritos de agonía. Pero su rostro era imperturbable.
Pues su madre escuchaba claramente todo desde la comodidad de la puerta.

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Lejano
Mystery / ThrillerEl humo toma forma, te hace llorar y te roba el aire. Fred era de humo. -Sin portada... Por ahora- [FNAFHS's history]