Capítulo Uno NOTA "DO"

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En mis escasos años hay dos cosas que me identifican, la primera que me llamo Florencia Estrella y la segunda la música, que siempre me ha acompañado. Mi más preciado sueño en esos días de infancia se hiso realidad al empezar a estudiarla e interpretarla cuando logre ingresar a la mejor escuela de la ciudad recién cumplidos mis 7 años. Como niña prodigio me catalogaron mis maestros y hasta dónde podía vislumbrar mi futuro, me imaginaba siendo concertista y ejecutando las más espectaculares piezas musicales de genios cómo Paganini, Vivaldi y Mozart entre otros y siendo dirigida bajo la batuta de grandes directores. Mi vida era un cuento de hadas o al menos así lo veía yo, compaginar mis estudios regulares con lo que me apasionaba era para mí estar en el mundo que soñé. Siempre he sido una persona muy tímida y por ese motivo me refugie entre claves, notas y compases que llenan mis horas de melodías. Cuando mi etapa de adolescente se iniciaba fue que comencé a cosechar lo que otros llaman amigos, mi sociabilidad hasta esos años había sido nula y todo por preferir estar ensayando y mejorando mi técnica que invertir mi tiempo en centros comerciales, cine u otra actividad a las que se dedican las chicas de mi edad. Yo vivo y muero por la música, ella llena todo mi ser, nada tiene más relevancia ni obtiene más mi atención que sentir sus acordes irrumpir en mis oídos. La música tiene una característica difícil de encontrar en otra corriente o disciplina, ella es movimiento, fuerza, encanto y es la manera más impresionante que tenemos para comunicarnos. Ella une, desata pasiones, alegra corazones, ella puede convertirse en el mejor remedio, pero en mí tuvo el efecto contrario en el año 2007, cuándo mi único fans en esta aventura musical lo perdí tras un fatal accidente automovilístico. Aquel acontecimiento trágico me sumió a mis 13 años en un profundo sufrimiento derrumbando mi mundo y transformándome en una persona triste, irritable y más solitaria. Mi bello padre Horacio, era mi apoyo y quién más me alentaba a buscar y cumplir mi sueño, sin él a mi lado nada tenía sentido. Mi amor por la música me daba antes la energía y me hacía sentir invencible pero ahora mi cuerpo y mente no se ponían de acuerdo. Controlar la soltura necesaria en mis manos y dedos para ejecutar piezas que requieren mucho ensayo, se convirtió en mi peor pesadilla. Cada vez, por más que perseverara y pusiera más empeño siempre terminaba enojada y llena de frustración con el universo, porque no me dejo despedirme ni decirle cuanto lo amo y menos agradecerle todo lo que hiso por mí. Ese dolor no se ha calmado ni a tenido paz a pesar de que el tiempo ha ido comiéndose mis horas. Desde ese día deje de persistir y perdí la ilusión de hacer realidad eso que anhele de niña y que es una de las cosas que más amaba, tocar mi violín. Ya no quería oír una sola nota, mi vida se ausento de sonidos y se colmó de silencios. Comenzó a verse sin matices ni armonías y solo era sostenida por el inmenso amor de mi madre Violeta. Todo lo hacía por inercia por complacerla, por no preocuparla, cuando en realidad sentía que la mitad de mi vida fue arrancada de mí y yo solo podía verme como un ser extraño sobreviviendo con una porción de mi corazón. Un cambio lo imaginaba tan lejano y ya acostumbrada a mi dolor no me molestaba en encontrar una salida, hasta que un día exactamente luego de un año de esa tragedia oí una hermosa canción. Ésta era interpretada al piano y desde el primer acorde me inundo el corazón e hiso renacer mi pasión por la música, despertando en mí una admiración más allá de los límites por quien la tocaba.

La dulce y melancólica composición venía de la casa de al lado, dónde hacía unos pocos meses se habían mudado dos chicos con su madre. No sabía cuál de los dos tenía esa facultad de tocar de esa manera tan sublime que me transmitía tanto por no decir todo y sonar exagerada. Si pensaba que era el chico surgían en mí dudas, porque en el fondo me sorprendería mucho tuviese esa sutileza y gracia para tocar. Y si en cambio pensaba que era la chica que hasta hoy no se su nombre la dueña de esa sensibilidad seguramente acertaría, y lo digo por aquel encuentro en el parque dónde con su bello gesto, intento consolarme y yo me aferre con toda mi fuerza a ese abrazo que necesitaba y ella gentilmente me dio. Porque al ver a alguien llorando a mí también me da por ayudarlo y mostrarle mi solidaridad como ella lo hiso conmigo. Por extraño que esto me pareciera era ella la que ocupaba mi pensamiento cada vez que sonaba la hermosa melodía. No encontraba una razón lógica para explicármelo por más que la buscaba, esa chica de ojos verdes y cabellera zanahoria se instalaba en mí cabeza sin invitación alguna. Esta música inédita para mis oídos ya acostumbrados a la armonía clásica representó para mí un regalo que aprecie, porque al escucharla pude sentir el último abrazo cálido de mi viejo esa fecha en que cumplía un año de habernos dejado. Por mucho tiempo a la misma hora esa especial melodía llenaba mi alma provocando en muchas ocasiones que las lágrimas abandonaran mis ojos, liberando sin yo quererlo mi sufrimiento y la ausencia por mi pérdida. De tanto oírla sus acordes se grabaron en mi mente e inspirada por aquella persona extraña que solo conocía de vista porque ambos estudiaban en mi colegio, decidí tocar de nuevo. Me tomo mucho tiempo volver a tener aquella soltura en mis manos pero todo mi esfuerzo bien valdría la pena.

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