Cuenta la leyenda que en un pequeño pueblo vivía una niña inocente y sin malicia alguna. Ella empezó a ser observada por sus padres, con sorpresa y creciente preocupación porque se encontraban asombrados por las oraciones nocturnas de la niña.
Llamaron al sacerdote del pueblo, quien pensó que los padres exageraban. Lo invitaron a cenar, con la intención de que observe a la niña. Se encontró con una niña dulce de aspecto angelical. Cuando terminó de cenar, ella se despidió de sus padres y del sacerdote, dirigiéndose a su habitación. En ese momento los padres le piden al sacerdote que los acompañe a la habitación de la niña. Ya detrás de la puerta, es cuando se empezó a oír:
“Y cuida a mi mami, a mi papi, a mis hermanos, ah, y por favor cuida mucho de Lucifer, nadie pide por él, yo lo hago en nombre de todos”
Su padre estaba horrorizado, sin embargo la conducta de la pequeña era intachable, por lo que el sacerdote solo ordenó que la vigilen. El tiempo pasó y lamentablemente las condiciones en las que vivían no eran de las mejores, solían caer en hambrunas y padecer enfermedades, pero eso no era motivo para que la niña dejara de rezar:
“Y cuida a mi mami, a mi papi, a mis hermanos, y por favor cuida mucho de Lucifer, nadie pide por él, yo lo hago en nombre de todos”
Y así lo decía cada noche.
Un día sus padres salieron en busca de alimentos para ella y sus hermanos. Durante su ausencia, ella sufrió un accidente y murió. La familia era muy humilde, por lo que no podían darle una sepultura y lloraban su miseria. De pronto, de la nada apareció en su casa el más majestuoso y jamás visto cortejo fúnebre; rosas, coronas, una elegante carroza jalada por seis corceles negros, y al frente del cortejo, un hermoso joven de piel blanca como la nieve, pelirrojo, vistiendo un traje de gala negro, tanta belleza impactaba, pero lo que más impactaba, eran sus ojos, rojos como la sangre, como carbón encendido, pero hermosos y cautivadores, bañados en lágrimas que ocultaban la verdadera fiereza de su dueño.
Inició la misa de cuerpo presente, la iglesia estaba a tope y el joven en primera fila seguía llorando, sin mirar a nadie, solo a la caja blanca de fino alabastro que contenía aquel angelical cuerpo.
Los padres de la niña no se animaban a agradecer o cuestionar a su distinguido benefactor, quien cabizbajo seguía en su solemne y silencioso llanto que desgarraba el alma del más valiente.
Finalmente, el cortejo partió hacia el cementerio, donde los padres, hermanos y familiares de la niña pudieron contemplar el sepulcro más majestuoso jamás visto. Al ingresar el féretro al nido de descanso eterno, el joven estalló en un llanto que dobló a más de uno, los padres no sabían que hacer.
¿Cómo aquel desconocido podía haber amado tanto a la niña y haber sentido tanto su muerte?
Y como si hubiera leído sus mentes, volvió su fiera pero enternecedora mirada y con pena y dulzura infinita dijo: “Por miles de años el mundo ha buscado la manera de tacharme de lo peor, desde tentador, ladrón, traidor, enemigo, hasta lo más ofensivo y blasfemo, pero ella, ella con su dulzura, su inocencia, su amor infinito, todas las noches sin falta y a pesar de que era castigada por hacerlo, nunca dejo de orar y pedir por mí, ni una sola noche”.
Los padres le preguntaron su nombre. El joven se alejó y dio la vuelta diciendo que debían recordar el final de las oraciones de su hija: Bendice a Lucifer, porque nadie pide por él, yo lo hago en nombre de todos.
Dicho esto, el joven desapareció.
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Antología de leyendas
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