CONTICINIO

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Cuenta una leyenda folklórica de una nación que ya no existe, la historia de su caída. La historia se remonta en el septuagésimo festival cultural de la nación, donde pueblos vecinos eran invitados a un intercambio cultural de fines recreativos y comerciales. Era un evento de gran movimiento de masas. Para ese entonces, el primogénito del rey estaba pronto a ascender al trono, por lo cual aquellos días las festividades se duplicaron en celebración. Pero aconteció que el primogénito tuvo un amorío fuera de los planes con una artesana de una nación extranjera que había venido a participar de las festividades.

La mujer quedo encinta y negándose el primogénito a dar muerte a la niña, fue ejecutado en su lugar. La artesana murió durante el trabajo de parto, incluso antes de la niña naciera. El rey, envuelto en deshonra, fallece a los días de un infarto en sus aposentos. El segundo hijo del rey, es coronado, y resentido contra la niña recién nacida pero sin el valor para quitarle la vida, la oculta dentro de las mazmorras desoladas del castillo. A la niña se le dispone de cualquier cosa para satisfacer sus necesidades básicas y algunos caprichos, pero en una habitación con apenas una redendija para que la luz entrara por ella, la condición de no ser vista a cambio de todos estos privilegios le fue impuesta.

Pues si alguien la veía, y la condición era violada, aquella persona se le debía dar el mismo destino que el de su padre, su hermano y la madre de la pequeña. Antes que la niña se volviera lo bastante autosuficiente para no necesitar una atención constante, cosa que logro una temprana edad de cinco años, un total de doscientas treinta y cuatro niñeras que se les mantenía aislada junto a la niña, habían desaparecido cuando esta cumplió esos cinco años de edad.

Todas las noches se servía la cena a las veinte horas, no obstante al retirarse todos los comensales un plato era dejado en el otro extremo de la mesa, cuatro horas después cuando todos estaban dormidos, la niña se le tenía permitido salir a cenar. Si ella quería algo además de comida (un libro, lápices, papel, ropa, etc.), tenía que ponerlo por escrito y dejarlo su plato vacio, así la noche siguiente cuando fuera de nuevo a cenar, lo encontraría bajo su silla en una caja.

Una de una sirvientes más antiguas del reino, de hecho, fue quien crio al actual rey, solía traer de vez en cuando a su nieto, el ultimo familiar que le quedaba con vida pues su yerna había perecido ante una enfermedad hace ya algún tiempo y su único hijo había desaparecido en la guerra. El niño fue acogido con gran cariño en el castillo pues poseía un gran talento musical para con el piano, y solía hace interpretaciones para rey y sus invitados. Inclusive se le había dado total libertad de entrar y salir a la sala donde se encontraba el piano de cola para que practicara cuando quesera. Con el tiempo, sus visitas al castillo se hicieron tan frecuentes que se le acondiciono una habitación para que se quedara a dormir cuando quisiera. Aunque en realidad, se quedaba a tocar el piano hasta altas horas de la madrugada en lugar de dormir.

Una noche como cualquiera para niña que vivía escondida de los ojos del castillo, el conticinio de esta fue interrumpido por una misteriosa melodía. La niña que no conocía nada más allá del silencio, fue hacia sonido como los insectos van a luz. En su curiosidad asomo uno de sus ojos hacia el interior de una habitación y vio en ella una persona tocando el piano. No obstante era su mirada tan aguda y profunda, como las noches de luna nueva, que el pianista al sentir tan intensidad sobre él dejo de tocar. La niña, acostumbrada a ocultarse de las miradas huye antes de ser vista.

Su segundo encuentro no sucedió hasta una semana después, donde la niña, de nuevo atraída por la melodía, asomo su ojo derecho por la rendija de la puerta de la sala de música. Sin embargo, esta vez el pianista no dejo de tocar. Y no volteo la mirada hacia la puerta. Aunque aun podía sentir con intensidad la mirada de la niña. Y así comenzó una rutina, una rutina que duraría años. Con más exactitud, hasta el decimo noveno año de edad de la niña. Cada noche, después de las agujas dividiera el reloj a la mitad aun con la luna sobre ellos. Una niña que nadie que hubiera visto había vivido para contarlo, se aventuraba desde el comedor hasta la sala de música a escuchar a cierto pianista tocar, y justo después de la última nota, desaparecía antes de ser vista. Aunque no debía, lo hacía, cada noche sin falta, pues más eran las posibilidades de una noche sin luna ni estrellas, que una noche donde el pianista dejara de tocar para dejar en silencio los rincones del palacio.

Unos días antes del decido noveno año de vida de la muchacha, aconteció aquel fatídico día. Como cada noche, después de la media noche, se acerco ella a la a de música a ver y escuchar al pianista tocar. Pero esta era una melodía diferente a todas las que había escuchado, y quedo tan absorta en la misma que no se dio cuenta, que durante toda la canción el pianista no miro ni teclas ni las partituras. Ya cuando ella estuvo dispuesta a irse en la última nota, como le era costumbre, fue sorprendida al ser despedida con una sonrisa.

Una noche como esa jamás se volvería a ocurrir. Ya que la noche siguiente, cuando esta se acerco de nuevo a la sala de música, el pianista tocaba mirando al vacio. Su melodía sonaba triste y nostálgica, y la muchacha se dio cuenta de los rastros que habían dejado en su cara las lágrimas.

Aún después de la última nota, ella no se fue. Y en un acto de valentía entro en la sala. Todavía sin ser escuchada, pues tantos años viviendo en la oscuridad y el silencio habían hecho sus pasos afónicos. Se coloco delante del piano, frente al pianista, y tuvo que ahogar un grito cuando no encontró unos ojos a los cuales mirar...

El joven pianista, en su ignorancia, había preguntado al rey por la misteriosa muchacha de intensos ojos violetas durante la cena de esa noche. La sirviente, conociendo al pie de la letra la reglas, y habiendo ella llevado a varias niñeras a la muerte por las mismas, rogo de rodillas al rey por la vida de único nieto. El rey con sentimientos encontrados, tanto como por el cariño que sentía hacia la mujer que lo había criado (a quien consideraba su madre), así como por el resentimiento que aún tenía hacia la niña, toma una decisión. Para que joven pudiera conservar su vida, debía perder aquellos ojos que vieron esa niña.

Sus ojos jamás volverían a verla a ella, así como jamás leer una partitura.

La mañana siguiente, sucedió algo increíble. El rey, después de diecinueve años, al despertar con los rayos del sol, volvió a ver a aquella niña. Sentada al lado de su cama, vestida con uno de los muchos vestidos que había mandando a confeccionar en secreto para ella, lo observaba fijamente. Después de diecinueve años, volvió a ver aquellos ojos violetas, los mismos que había tenido su padre, los mismos que había tenido su hermano. Aquellos ojos cuya luz había sido arrebatada por los ojos que en ese momento lo observaban y que había llegado a odiar tanto. Qué curioso que esos ojos serian lo último que viera antes de quedar ciego y morir esa misma mañana antes del desayuno.

Nadie supo cómo, pues nadie más la había visto. Mas misma esa misma noche, antes de las doce. Aquella muchacha entro de nuevo a la sala de música, y se sentó al lado del pianista, y lo acompaño en su melodía. Cuando el sol empezó a aclarar la noche, guio a aquel muchacho a la salida del castillo, hacia un carruaje que se trasladaba de de vuelta a su patria, hacia un país vecino cruzando el valle. Ella solo llevaba consigo una pequeña maleta. Durante el camino, una llama empezó consumir una de las torres del castillo, una llama que pronto dejaría el castillo en solo cenizas.

Al llegar a la capital fue directo al palacio del rey del país, acompañado del pianista ciego. Cuando el rey de aquella ciudad vio los ojos de ella, cayó de rodillas. Ella solo coloco su dedo índice sobre sus labios en señal de silencio y pidió un permiso tácito para adentrarse. Sin palabras el rey accedió. Aquella pequeña nación, era en realidad una provincia que el reino había ganado en la guerra. La misma guerra en la cual había muerto el padre panista. El mismo país en donde había nacido la artesana que le dio luz a la pequeña niña de ojos violetas. Porque la vida siempre irónica. Y porque un total acceso a cualquier libro de la biblioteca del castillo no había sido la elección más inteligente del rey.

Durante años se rumoreo sobre la legítima princesa. Y que como la ley de aquel reino establecía, que una mujer y no podía regir la capital del país, se le daba el derecho de elegir una provincia para gobernar. Y allí estaba. Reclamando aquella provincia como suya. Haciendo total uso de derechos reales como noble que era.

Se adentro hacia lo más profundo del castillo, llevando consigo solo al pianista y la pequeña maleta, llego hasta una hermosa habitación adosada desde suelo hasta el cielorraso con elegantes arcos dorados y enredaderas de pequeñas flores violetas. Y un elegante piano de cola blanco hacía gala en medio como único objeto dentro la habitación. Lo coloco frente al mismo, y sus manos por memoria empezaron a tocar. Ella reconoció la melodía, irónicamente la misma que había sido tocada la noche que fue vista. Dos notas antes de terminar la canción, habiendo sacado de la maleta un objeto de un valor invaluable, un objeto único que había sido heredado de generación en generación a personajes selectos del país, con tal objeto corono al pianista, declarándolo de forma implícita pero igual de legal, como rey de la nación.

– Gracias – dijo ella –.

Y una nota antes de terminar, desapareció. Nunca nadie más le volvió a ver.

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