He de llamarlos.

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Hoy en esta noche de dulzura, de placidez, me doy el honor de llamar a aquellos que están desprovistos de paz, que en lo más recóndito de su alma y su ser sufren una inmensa agonía, a esos decrépitos ancianos que moran desde los rincones de sus casas con décadas de recuerdos viviendo en ellas, sobre recuerdos magníficos de con el amor de sus vida, sobre desamores, esos jóvenes incautos que por primera vez en su existencia inmunda de conformismo conocen la tediosidad del sentir una presión a cada instante en el pecho, justo en el centro donde yace el corazón sin protección alguna ante todo aquello que ha de sucederle en un futuro inevitable de agonía, esos adultos que a nada de convertirse en decrépitos recuerdan con solemnidad la dulzura del perfume de la pasión y la infelicidad iracunda junto a la injusta manera en que conocieron el dolor.

 Pero hoy los llame no por el compadecimiento hacia ellos, no para el sentir su lastima que han de creen merecer cada uno, ni por la espera a la palmada de acompañamiento en el sufrir, hoy nadie debiere llorar, nadie de sufrir porque hemos de ir juntos y con la frente muy por lo alto con mucha impavidez desafiando a la amenazante muerte y destino inevitable.

Y eso sucederá porque hemos de recordar una sola cosa, sentiremos un solo sentir amargo, encontraremos una paz inimaginable, sufriremos por el mismo motivo, nadie morara en un rincón inaudito este día, el destino no dictara el futuro de los que han sido llamados, la agonía habrá de abrumarnos, y la serenidad les dejara caer en lo decrepito, cada uno sabe que hoy solamente una cosa podría y debería llenarnos, recordaremos el sentimiento desprovisto de la paz de un destino agónico que fuese abrumador y sereno ha llenar de solemne y hermoso amor, por la efímera vida que se nos dió.

El dolor del amor.Where stories live. Discover now