Capítulo 1

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I

Eran más de las once de la noche, las llaves luchando contra la cerradura huidiza, intentando entrar en una casa vacía y silenciosa, solitaria y demasiado grande para ella.

Como cada noche retrasaba cuanto podía el hecho de llegar a su apartamento, de bar en bar, buscando apagar la nostalgia que sentía su alma, acallarla con bebidas que embotaban sus sentidos.

Tres largos años habían pasado y ella no podía olvidar ninguno de los momentos vividos a su lado, recordaba cuando compraron ese pequeño ático para las dos, ático que se le antojaba inmenso sin su presencia. Se quitó tambaleándose los zapatos y tiró sus cosas de cualquier manera en la entrada, dirigiéndose con paso inseguro a su pequeño minibar.

Amargas lágrimas por sus mejillas, igual que cada noche, mientras tumbada en su pequeño sillón contemplaba durante horas ese marco, esa foto de ese momento inmortalizado para la eternidad, el momento en el que se dio el sí quiero con el amor de su vida, recordando cómo se habían conocido trabajando juntas en comisaría, recordando los primeros y tímidos gestos que se regalaron, como poco a poco fueron construyendo una sólida historia, basada en el amor y la comprensión, compañeras, amigas, amantes, esposas...

Dos mujeres en un mundo de hombres, dos luchadoras que se encontraron y se atrevieron a amarse, una historia que había terminado demasiado pronto y ella no podía asimilarlo. Hacía tres años que toda su vida se había marchado por el desagüe y no había ni una sola noche que no se sentara frente a su vaso de whiskey sin hielo, a contemplar su fotografía, mientras apretaba con fuerza esa alianza que no era capaz de quitarse.

Tenía que haber sido una operación sencilla, una misión sin riesgos, tenían todas las de ganar para atrapar al dirigente de la mafia japonesa en Boston. Todo calculado al milímetro, sin margen de error, sin posibilidad de fallar y aun así, la vida le dio un giro inesperado a los acontecimientos, un fallo milimétrico, una estupidez... y seguidamente el sonido de un arma descargando su munición y su mujer cubierta de sangre entre sus brazos, mirándola a los ojos mientras los suyos se iban apagando. Se había ido para siempre, se había marchado su sonrisa de niña, su risa tan característica, se habían marchado sus besos llenos de cariño, sus palabras comprensivas cuando había tenido un mal día, sus noches amándose cuando nada más que ellas existía en el mundo, todo se había marchado en un segundo y, por mucho que lo intentaba, no podía dejarlo atrás. La devoraba por dentro, le quitaba poco a poco la vida. Aunque el resto del mundo al mirarla solo viese una máscara de fortaleza inquebrantable, Irene sabía que poco a poco estaba sumiendo su alma en el vacío, la necesitaba con una fuerza agónica, se precipitaba al abismo cuando llegaba a casa y se encontraba sola sin ella, sola con sus recuerdos y una botella prácticamente vacía, sola con sus lágrimas y su alma hecha girones, simplemente sola.

Esa noche era distinta a las demás, un acontecimiento, un pequeño regalo del destino la había llevado a encontrarse con el hombre responsable de la muerte de su esposa. Sus órdenes eran claras, reducirlo y apresarlo pues su testimonio era muy valioso para detener al resto de la banda.

Lo tenía enfrente, mirándola con ojos victoriosos, creyéndose Dios por tener información privilegiada que lo mantendría vivo. Su corazón se rompió en mil pedazos una vez más y, sin poder razonar, con la mente nublada por el odio y el dolor, levantó su arma y disparó, vació todo el cargador sobre ese asesino sin escuchar las órdenes de sus superiores, los gritos que le pedían que se detuviese, ella no podía escuchar nada más que la dulce voz de su esposa susurrándole te quiero, aunque fuese un eco de su mente, un recuerdo lejano que la mantenía con vida y la ataba a la cordura. Simplemente hizo lo que le parecía correcto, vengar la muerte de su amor, intentando sentirse menos vacía, menos muerta por dentro.

Caso abiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora