Capítulo 14

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XIV

La cara de la señora Arrimadas era un auténtico poema en ese momento, no entendía por qué una agente federal se presentaba en su casa, con evidentes síntomas de haber llegado hasta ahí corriendo y preguntando por su hija, asegurando que no tenía nada que ver con el caso.

En medio de sus cavilaciones, en las que se había quedado sumida dejando a Irene en el umbral de su puerta, el cielo decidió ponerse en contra de la morena, descargando una lluvia torrencial y empapándola por completo.

La señora Arrimadas lanzó un grito y se apartó para dejar entrar en la casa a Irene, mas a pesar de la rápida reacción de la dueña de la casa, la lluvia había sido tan repentina y fuerte que la agente estaba calada hasta los huesos.

-Lo siento mucho señora Green, ha sido mi culpa, tendría que haberla hecho entrar de inmediato.

-No se preocupe, solo es agua, además usted no sabía que iba a llover de pronto.

-Le buscaré algo de ropa para que pueda cambiarse.

-No es necesario, solo quiero hablar con Inés un momento, si no es molestia.

-Mi hija está encerrada en su habitación, no sé si querrá hablar con usted, no quiere hablar con nadie.

Una punzada de culpabilidad golpeó a Irene en el pecho, había sido muy egoísta al ilusionar a la pobre muchacha y marcharse así como se marchó horas después. Esperaba que la escuchase y poder por lo menos reparar el daño causado, aunque no pudiera volver a creer en ella esperaba darle luz una vez más, era lo mínimo que podía hacer.

-Por lo menos déjeme intentarlo...

La señora Arrimadas observó atentamente el rostro de esa mujer, la recordaba fría y profesional, ausente, así la había visto la primera vez, pero volviendo a estudiar sus facciones vio a una mujer atormentada, una mujer que sufría, vio en sus ojos miel el brillo de la esperanza. No sabía nada de esa mujer pero intuía que esa muy importante para ella hablar con Inés, quizás podía ayudar a su hija a salir de su encierro voluntario, de su mutismo, de su dolor.

Condujo a Irene por los pasillos, en dirección a la habitación donde Inés se empeñaba en encerrarse con la única compañía de su pequeño. La morena iba pensando en las mil excusas que podría darle a Inés, aunque estaba convencida de que no querría escucharla. Se había equivocado tanto pensando que hacía lo correcto, creyendo que huir de Inés le daría a la castaña la felicidad, no sabía cómo iba a mirarle a los ojos, esos ojos avellana magníficos, esperaba no derrumbarse pues solo iba a ser sincera, diría la verdad y se marcharía, dejando que Inés decidiera si quería perdonarla o, por el contrario, olvidarse de ella para siempre, al fin y al cabo no merecía nada mejor.

Otros posibles escenarios pasaron por su mente, cada uno más doloroso que el otro. Que Inés jamás la hubiese querido, que se hubiese aferrado a ella por su amabilidad y nada más, no haber sido nunca nada más para la castaña que un cliente. Esas ideas destrozaban su alma pero todo podía ser, al fin y al cabo ella misma había pensado muchas veces que una relación amorosa con Inés era utópica.

Ante la puerta de la castaña, la señora Arrimadas la dejó sola para enfrentarse a sus demonios. Suspiró y llamó a la puerta, tres veces, con el corazón encogido, esperando cualquier respuesta que proviniese del interior.

Unos minutos después, minutos eternos que le parecieron horas, escucho como se retiraba el cerrojo de la puerta y unos pasos tenues alejándose. Nadie abrió y no supo cómo reaccionar. ¿Entraba directamente? ¿Esperaba a ser invitada? Su aliento se había congelado en su garganta y le temblaban las manos, las ropas mojadas no ayudaban ya que estaba muriendo de frío. Se decidió por lo más lógico y volvió a llamar a la puerta, esperando cualquier respuesta.

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