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PRIMER CAPITULO.

Hay momentos en la vida de las personas donde creemos sentir el corazón moviéndose junto a dos corrientes de aire, como si dos pequeñas ventanas se abrieran ligeramente, haciendo un sonido digno de timidez, de lentitud, dejándolas entrar. Creo que una puede tratarse de la imposibilidad de los seres humanos de aceptar que hay cosas más imponentes que uno mismo, donde puede que haya algo de oscuridad en sí misma. El otro lado puede que esté relacionado con esas ganas de dejar de entrar la luz y el aire, con esa esperanza que vuelve a las personas más felices.

Creo que le costaba mucho aceptar esa realidad, entender que no podía controlar algunas cosas, y no estoy hablando del tiempo o de lo que fielmente llamamos destino. Hablo de ella misma, porque la extrañeza de su ser se ligaba menudamente con toda la maravilla que podía aportarle a nuestro basto mundo. Algunos días quería decirle que era más extraña que maravillosa. Sin embargo, otros, solo quería hacerle saber que nunca había conocido a alguien igual.

Tenía una capacidad de serlo todo y a la vez nada, y yo quería conocerlo todo.

La primera vez que la vi, llevaba una polera negra que dejaba su largo cuello sin nada de piel. Su cabello negro caía cual cascada por detrás mientras observaba una vidriera de una manera peculiar, con las manos en los bolsillos traseros de sus mom jeans y una mirada completamente inquieta. Delante de sus ojos yacían un par de animales descuartizados y colgados en un gancho, con algunas gotas de sangre chorreando de los mismos. Parecía sacada de "Todos los días son domingos" del mismísimo Morrissey. No me hubiese sorprendido si sacaba una libreta y pegaba un cartel que dijera "carne es muerte", pero más tarde me diría que en realidad no le importaba en lo absoluto, y que esa reacción que había tenido era más bien la parte ingenua de sí misma que intentaba salir a la superficie.

Solía comentarme estas cosas con una suma cotidianidad errada, como si solo pudiese decir las cosas malas o incorrectas que creía sentir entre líneas, con chistes estúpidos que me hacían preguntarme por qué quería verse cómo una tonta. ¿Tanta vergüenza le generaba ser completamente inteligente? Pero," ¿quién es lo suficiente inteligente?" Me respondió una vez a esa pregunta, "solo sé que estoy completamente errada en todo lo que hago, y no te atrevas a corregirme porque tú estarías errando también". No pude decirle una palabra después de eso. Porque no la entendía y no sabía cómo seguirle la corriente en ese entonces.

Esas cosas me las comentó después de años de conocerla, y yo nunca pude entenderlo hasta este momento, en el que le escribo, porque quiero inmortalizarla.

El primer día que la conocí recuerdo verla girar su rostro hacía mi con franqueza, y luego su expresión tomo la misma reacción que tenía hacia unos instantes, como si estuviese observando a una vaca muerta. La inhibición me invadió completamente y coloqué mi capucha sobre mis hombros con un esmero casi imperceptible, una parte de mí, quizás esa tonta o mala que predominaba en ella, me dijo que la mirara como si fuese un pollo muerto también. Sin embargo, solo pude pensar que era tan preciosa como ella solo podía serlo, y que tenía una unicidad tan grande que no importaba que se pusiera los mismos pantalones que todos usaban desde la época en que Morrissey cantaba. Sino, que podía destacarse con esos ojos acuosos en cualquier lugar que estuviese, y podrías verla balanceándose sobre sus tobillos, con la mirada perdida o creyendo sentir empatía con cerdos muertos por los que no sentía nada.

Y ese saco negro que tenía encima, puagh, tranquilamente pudo haber sido de mi abuelo muerto, pero ella lo vestía como si estuviese impregnado en su propia carne.

Pasó toda su mano por la nariz y sonrió cuando vio el pequeño y alargado rastro de agua que recorría el dorso de su mano. Quise decirle que era igual de asqueroso que los pollos que veía, pero estuve bien al no dejar ese lado malo gobernar sobre mí, porque si, esas eran las cosas que ella no podía controlar, porque bien sabíamos todos que las disfrutaba, que las amaba más que nadie.

Todos lo terminamos de entender ese día que volvió a pasarse el dorso de la mano por la nariz, alejando pausadamente el rastro que yacía ahora de color blanco, y que luego con el tiempo comenzó a convertirse en rojo, y que luego se convirtió en un negro azulado. Colores que se fusionaron con su maldad que no cedía, si es que ella era realmente mala.

Porque eso mismo me pregunte cuando clavó el cuchillo en mi estómago, y me miró con los mismos ojos acuosos, y se llenó el rostro de sangre al rozarse la cara con mis fluidos.

Quizás fue mi culpa por haberla hecho enojar tanto diciéndole que estaba mentalmente dañada, quizás fue mi culpa por haberle dicho que tenía sentido que pensara que era estúpida porque es así como actuaba. Yo le mentí, la arruiné, la terminé de romper.

Quizás por eso tomó lo que me quedaba de vida y se llevó mis sueños.

Quizás por ella no volví a soñar.

Quizás por ella existen las pesadillas. 

PESADILLASWhere stories live. Discover now