Dos

6 1 0
                                    


Desde el gran ventanal del segundo piso de mi departamento podía observar la tranquilidad de donde vivo, con un par de transeúntes cruzando la calle sin detenerse demasiado a observar los altos edificios de toque rústico.

Todo parece normal allá afuera, aunque para mí no lo sea.

A mi derecha se encuentra el sofá confidente color salmón sobre el que solías sentarte a leer las noticias y en el que me pedías que me sentara en tus piernas cuando el sol empezaba a caer. Peinabas mi cabello con tus dedos y besabas mi nariz cada día que pasabas aquí, una rutina a la que no tardé demasiado en acostumbrarme.

A mi izquierda, aún estando parada enfrente de la ventana, está la pequeña mesa de madera redonda sobre la que todavía descansa la planta que tanto cuidabas, esa de la que nunca pude aprenderme su nombre pero que parece un helecho elegante. La riego cada tres días, como solías hacerlo, y a ella es a la que le cuento sobre mi día porque de alguna manera siento que me conecta contigo.

Sé que si me giro más hacia la derecha voy a encontrarme con el largo sillón de terciopelo color perla sobre el que nos acostábamos con las piernas entrelazadas, una copa de vino y la serie que habíamos empezado a ver juntos los sábados por la noche, la misma que desde que te fuiste no he seguido avanzando.

Probablemente tú la veas cuando llegas a casa después de un día pesado en tu trabajo. Quién sabe, quizá la estés viendo ahora mismo, con una copa de vino en mano y alguien más a tu lado.

Si camino hacia la cocina voy a encontrarme con los sartenes en los que te encantaba hacernos desayuno. Han pasado dos semanas y todavía no puedo pensar en comer un par de huevos benedictinos sin recordar esas mañanas en las que despertaba con ese olor bailando por la recámara, cuando me levantaba y te veía siempre tan relajado, tarareando la canción que revoloteaba en tu cabeza y tu cabello castaño despeinado.

El que solía ser nuestro lugar de refugio ahora se siente como el lugar del que más quiero escapar, pero me siento incapaz de irme de verdad. Tengo miedo de olvidar la esencia que dejaste aquí, de que alguien más la remplace y se borre el único retazo que tengo de nosotros.

De los besos compartidos en cada centímetro, de los abrazos y las caricias que las paredes guardan con recelo, del olor de tu perfume impregnado en las sábanas y el de tu champú todavía descansando sobre mis almohadas.

Yo sabía que dejarte entrar en mi vida iba a tener sus consecuencias, y dejarte entrar en mi departamento fue la gota que derramó el vaso. De aquí no te has ido y es porque en realidad no he querido que lo hagas.

No podía creer que estuvieras conmigo, que yo fuera lo suficientemente interesante como para llamar tu atención aquel día en que te conocí.

Conocerte fue inesperado pero incluso más lo fue el hecho de que no quisieras despegarte de mí toda la noche, por más que yo quería alejarte para precisamente evitar lo que estoy sintiendo en este momento. Las canciones que bailábamos suenan en la radio de vez en cuando, mientras manejo hacia mi trabajo.

Me transportan a esa misma noche, cuando bailamos y el mundo se detuvo mientras lo hacíamos. Tus manos sobre mi espalda, guiando mis movimientos con los tuyos al compás de la música, porque bailarín como tú muy pocos en esta vida. No he querido bailar con nadie más desde ese día y ahora qué te fuiste no sé qué será de mí.

Tu sonrisa ladina me prometía diversión pero venía acompañada con un toque de peligro, y tus ojos irradiaban luz por montones, la misma luz que me fue guiando por los siguientes seis meses.

Lo fuimos todo y a la vez fuimos nada. Tú ibas y venías, con tus altas y bajas, y yo te recibía con los brazos abiertos gustosa de poder tenerte. Tu trabajo era increíblemente absorbente y yo me había amoldado a tu falta de tiempo, a saber de ti cada tres horas y a contarte sobre lo mundano por las noches, cuando llegabas cansado de un día ajetreado. Era la rutina en la que, a pesar de que me brindara un poco de incertidumbre sobre nuestro futuro, me había encontrado cierta paz por poder compartirla contigo.

El tiempo a tu lado era corto pero valía cada segundo. Yo sabía que estabas ahí, tú sabías que yo estaba aquí y juntos estábamos en un lugar al que pocos llegan a conocer en la vida.

Ahora soy incapaz de caminar por enfrente de la cafetería a la que tanto te gustaba llevarme, a pesar de que yo no tomara ni un gramo de café, sin reproducir en mi mente tu cara de alivio al darle el primer trago al vaso. Lo tomabas negro, porque decías que después de haberlo tomado por tanto tiempo para mantenerte despierto era la única forma en que cumplía ese propósito. Me decías que con el tiempo me convencerías de tomarlo poco a poco y que juntos tostaríamos café y lo venderíamos como tú solías hacerlo cuando tenías tiempo.

Yo bebía chocolate caliente cada vez, porque el café en cualquiera de sus presentaciones me parece increíblemente amargo. Pero por ti, yo sabía que tarde o temprano terminaría por convertirse en un gusto adquirido. Desde que te fuiste, paso por ahí para comprarme un café negro, con una pizca de leche regular en vaso mediano, simplemente porque el olor me transporte a esas tardes que pasábamos sentados hablando de nada y de todo a la vez.


¡Hola! Esta es una historia corta, de aproximadamente 10 capítulos de narraciones cortas, generalmente de pura nostalgia de la protagonista según va pasando el tiempo, algo así como un diario. ¡Comentarios, dudas y sugerencias (sobre todo de ortografía) son más que bien recibidos!-Sam :).

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Jun 18, 2019 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

Mis semanas sin tiWhere stories live. Discover now