Capítulo 1

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13 de mayo de 1877, Londres.


—Hagamos un trío.

Nate se atragantó con la comida. Levantó la mirada, encontrándose con los ojos azules de Aiden.

—¿Qué?

—Preséntame a alguno de tus colegas —respondió el ojiazul—. Estoy cansado de follar siempre contigo. Quiero variar un poco. Haré lo que quieras a cambio de que me presentes a algún bombón que quiera morderme.

Nate se recostó en la silla. Le encantaba pasar las noches junto a Aiden, pero era cierto que se estaban empezando a estancar. Pasó una mano por su pelo, echándolo hacia atrás. No le gustaba imaginarse a Aiden sirviendo a otro vampiro. Le ponía nervioso, y no en el buen sentido.

—Si te presento a alguien, quiero que me prometas que sólo será esta vez. Después, volverás a casa conmigo.

No quería perderle. Le había costado lo suyo que Aiden dejara de ofrecerse en antros clandestinos a cambio de mordiscos y no entraba en sus planes volver a esa época.

—Está bien. Una noche. No pido más —dijo Aiden, asintiendo con la cabeza.

Nate asintió. Una noche. Sólo debía soportar una noche. Y para asegurarse de que Aiden realmente volvería, iba a presentarle al peor vampiro que conocía.

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Aiden llamó a la puerta. Era una casa gigante y muy elegante. Nate sólo le había dado una dirección y un nombre: Kim Meike. Debía ser un tipo realmente rico. Tal vez Aiden le podría sacar algún regalo. Sabía seducir a los hombres, así había sobrevivido desde que se fugó de casa con su hermana. Él encandilaba a algún hombre rico y éste les proporcionaba lo suficiente para vivir.

Un hombre abrió la puerta. Tenía el pelo largo hasta los hombros, negro como la noche, los ojos verdes y barba de varios días. Era terriblemente sexy, debía admitirlo. Debía tener unos veinticinco cuando le convirtieron.

—Eres Aiden, ¿cierto? —preguntó.

La voz del vampiro hizo que Aiden vacilara un poco antes de responder.

—Sí. Kim Meike, supongo.

Meike frunció el ceño.

—Señor Kim para ti. Pasa.

Y, sin añadir ni un "por favor", desapareció en el interior del edificio. Aiden le siguió hasta el salón.

—Siéntate. Te traeré algo para beber.

No supo porqué, pero algo en sus palabras le hizo obedecer. Se sentó en el enorme sofá de cuero negro que había en el centro de la sala. No había demasiados muebles, pero había una estantería enorme llena de libros que ocupaba media pared y una mesa baja blanca, además de un sillón igual que el sofá.

Meike volvió con dos copas. Le dio la que contenía un líquido transparente y se sentó a su lado. Aiden supuso que la otra copa contenía sangre, dado su color rojizo.

—Pareces muy joven. ¿Cuántos años tienes? —preguntó el hombre.

—Veinticuatro —contestó, dando un buen trago de la copa.

Meike se pasó la lengua por los labios, llamando la atención de Aiden. Al chico se le hacía la boca agua y Meike lo sabía. Tomó un sorbo y cruzó las piernas.

—Nate me ha dicho que eres muy bueno en la cama. ¿Has estado alguna vez con un dominante?

Eso hizo que Aiden alzara la vista a sus ojos.

—He estado con muchos hombres, claro que he sido sumiso. Nate también es dominante, ¿no lo sabías?

El vampiro se bebió su copa de golpe y le miró. Tenía la mirada más oscura que antes.

—He dicho que me trates de señor Kim —dijo, gruñendo—. ¿Voy a tener que darte una lección para que aprendas a respetar a tu amo?

Aiden bajó la mirada instintivamente.

—Lo siento, señor Kim.

Meike se levantó y se puso frente a él.

—Quiero probarte. Ve al fondo del pasillo y espérame de rodillas delante de la puerta.

Sin decir nada más, Meike desapareció. Aiden levantó la cabeza. De alguna forma, la manera en que le había tratado le había gustado. O al menos a una parte de su cuerpo. Se levantó del sofá, dejó la copa sobre la mesa y se dirigió al lugar que le había dicho Meike.

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Cuando Meike se encontró con Aiden en el pasillo, el chico se encontraba en la posición que le había ordenado: de rodillas, mirando hacia la puerta y la cabeza gacha en un gesto de sumisión.

—Aiden —llamó el vampiro.

—Dígame, señor Kim —susurró el chico sin mirarle, pues no sabía siquiera si podía hacerlo.

Meike sonrió al ver que Aiden obedecía y retorció la tela que llevaba en las manos.

—Levántate.

No esperó a comprobar si cumplía la orden, sabía que lo haría. Abrió la puerta y se adentró en la habitación. Había una luz tenue muy agradable —nada acorde con la personalidad de Meike—, y más muebles de los que había en el salón. En una esquina, una cama gigante con un dosel dorado, a su lado un sillón de cuero negro con sujeciones en los reposabrazos y en la otra esquina un armario que ocupaba toda la pared de la derecha. Mil suposiciones sobre qué habría en aquel armario acudieron a su mente, creándole mil fantasías. La voz grave de Meike le obligó a dejar de fantasear:

—Desnúdate y siéntate ahí. —Señaló el sillón con sujeciones.

Aiden se mordió el labio y obedeció. Su ropa cayó al suelo y Meike ronroneó al ver la espalda del chico. Bajó la mirada y se lamió los labios ante la visión de su perfecto culo. Aiden, consciente de la mirada del dominante, caminó con lentitud hasta sentarse en el sillón. Meike apareció detrás de él a la velocidad característica de los hijos de la noche.

—Cada vez me resultas más apetecible, querido —susurró junto a su oído, su voz conectando directamente con la parte más despierta del chico de ojos azules.

A la mayoría de hombres con los que había estado le habían gustado tanto sus ojos hasta el punto de calentarles. Pero Meike le cubrió los ojos con la tela que había llevado en las manos.

—Voy a comértela —susurró Meike. Se había alejado de Aiden pero por su voz supo que ahora estaba delante de él—. Y no puedes correrte porque después voy a follarte.

La voz de Meike le obligaba a obedecer. Y Aiden estaba más que dispuesto.

Blood ScarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora