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Caminando con paso calmado, cruzando la calle, y dirigiéndose a su hogar, Murdoc Niccals disfrutaba de la tarde soleada que ese buen día le ofrecía.

Normalmente no daba caminatas así, donde sólo se preocupaba por recorrer el parque y volver a casa con los pulmones llenos de aire fresco. Él prefería en cambio quedarse encerrado dentro de su casa, guardado como un simple objeto dentro de sus cuatro paredes.
Claro que si tuviera amigos, no necesitaría de ese aislamiento voluntario.

Sin embargo, había decidido ir al parque esa mañana porque sabía que mantenerse en casa le haría mal y lo enfermaría... O al menos, eso había dicho su horóscopo.

Ahora se encontraba a unas cuantas cuadras de su casa, pasando por la zona comercial y casi orgánica de su barrio, donde todo era rústico y natural. A Murdoc todo eso le daba sin cuidado, y no se preocupaba por admirar todo aquello; sólo se mantenía caminando como si toda la esencia del lugar arruinara su día.

No era algo tan raro, puesto que al ser fanático de usar ropas oscuras, casi grunge, parecía una sombra huyendo de la luz.
Pero lo que no sabía hasta unos momentos después, era que la luz siempre encuentra una forma de alcanzarte y contagiarte de su alegría.

Pues cuando menos se lo esperaba, justo al pasar por la florería, la manga de su abrigo quedó atorada entre las espinas de un cactus que estaba en exhibición.

Gruñendo por su mala suerte, trató de separarse de la planta, jalando su manga con esfuerzo. Al ver que no daba resultado, volvió a intentarlo, fallando de nuevo.

Al cabo de unos segundos, el ruido de la campanilla de la puerta resonó en sus oídos, avisando que la puerta había sido abierta. Frenó sus intentos de liberarse, sólo para que la persona que había salido de la florería no se burlara de él por su torpeza.
Alzó la mirada, para ver quién andaba ahí.
Y lo vió a él.

Un chico peliazul, alto, delgado y pálido, cargando una maceta mediana llena de florecillas del mismo color que su cabello. Su rostro era juvenil, y casi tan fino como la porcelana.
Cuando el muchacho dirigió su mirada a Murdoc, el azabache descubrió una mirada completamente oscura. Una mirada que contrastaba a la perfección con el resto de su aspecto, adorable y fresco.

El muchacho no pudo evitar mirar a la manga de Murdoc. Aún si el azabache había tratado de ocultarlo, el peliazul logró descifrar lo que ocurría.

—¿Puedo ayudarlo, señor? — Dijo, con una voz tan suave que Murdoc juró oír como si fuera el más cariñoso ángel que existía.

Murdoc no quiso sentirse impotente ante el muchacho, y negó con la cabeza, cegado de orgullo.

—No, no, estoy bien. Sólo necesito jalar un poco más fuerte.

—¿Está seguro? — Preguntó el peliazul, y al instante, Murdoc volvió a jalar su manga, con más fuerza todavía.

—Sí, sí, no te preocupes. Ya casi sale, sólo un poco más... — Dijo, y después de unos jalones más, sintió su manga al fin liberada de las espinas.

O casi.

Pues en cuanto pudo contraer su brazo, se dio cuenta de que el cactus le había arrancado un gran pedazo de tela de su abrigo.
Se puso rojo de vergüenza, esperando a que el muchacho se riera de su torpeza y se burlara del ridículo accidente.

Pero no fue así.

En cambio, el joven peliazul se acercó a él. Dejó su maceta en el suelo, y usó sus manos para retirar con cuidado el trozo de tela.
Murdoc observó cómo el muchacho sacaba la tela poco a poco, indirectamente mostrándole lo fácil que hubiese sido ser paciente y no usar la fuerza bruta.
Se avergonzó más todavía por su estúpidez.

El muchacho le tendió el pedazo de tela, con amabilidad, y Murdoc lo tomó. Con una leve inclinación de cabeza le agradeció, y miró al ahora agujereado e inservible trozo de abrigo.

—Huh, creo que no podré volver a coser esto de vuelta... — Musitó para sí mismo—. No debiste molestarte, pero gracias.

—No es nada. Sólo ten más cuidado.

—Lo haré, gracias. — Dijo Murdoc, y guardó su pedazo de tela en su bolsillo.

El peliazul, al ver que Murdoc ya no necesitaba su ayuda, recogió su maceta, y se giró para retirarse.
Las flores que llevaba se mecieron levemente por el movimiento.

—Que tenga un buen día, señor.

—Igualmente. — Contestó Murdoc, sin poner mucha atención al joven. El azabache miraba a todos lados, para cerciorarse de que nadie más haya visto la escena.

Afortunadamente, nadie presenció nada.

Murdoc suspiró, y decidió seguir con su camino a casa. Dio un último vistazo a la florería, y encaminó sus pasos a su hogar.
Pero antes de siquiera moverse, una pequeña mancha azul al nivel del suelo llamó su atención.

Murdoc miró hacia abajo, y se dio cuenta de un pequeño ramo de florecillas azules abandonadas. Por su aspecto, dedujo que eran del joven peliazul.
Recogió el ramo, sacudiéndole el polvo citadino con la punta de sus dedos, y alzó la mirada en busca del muchacho.

—Hey, olvidaste tus...

Pero el joven ya no se hallaba por ninguna parte.

Murdoc lo buscó, girando el rostro en todas direcciones. Sin embargo, no había rastro del joven ni sus flores.
Se había desvanecido tan pronto como había aparecido.

Sin saber qué hacer, Murdoc observó al ramo de flores en su mano.
Pequeñas, azules, adorables... Justo el muchacho que le había ayudado.

¿A dónde se habrá ido el muchacho?

Murdoc estaba confundido.

Y ya había perdido bastante tiempo observando a las flores y tratando de entender el asunto como para ir a buscar al joven. Así que decidió que lo mejor sería ir de vuelta a casa, conservar las flores, y tratar de resolver el asunto mañana.

Así lo decidió, y sin más vueltas al asunto, guardó cuidadosamente las flores en la solapa de su abrigo.

Se dirigió a su hogar, y el cielo azul parecía ponerse del mismo tono que las florecillas abandonadas.

¿Era acaso eso una señal de que debía buscar al joven?

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Happy D-Day to everyone!
(Excepto pal 2D xd)

2Doc Mini Fic : Forget-Me-NotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora