Las pequeñas flores aplastadas eran sostenidas delicadamente por las manos temblorosas de Murdoc. Una pequeña lágrima salada cayó sobre ellas, y se deshizo al instante. Lo cotidiano, las personas que rondaban por las calles parecían desaparecer poco a poco mientras caía la tarde sobre la ciudad.
Murdoc hubiese preferido que las calles estuvieran al menos un poco más pobladas. Pero fue su culpa haber salido de su casa tan tarde.Apenas salía de su casa, y no se dignaba a alzar la mirada.
El día anterior, el día en que las flores murieron, Murdoc corrió hasta su casa lo más rápido que pudo. Trató de salvarlas, trató de que al menos se vieran presentables. Quizo meterlas en una caja de Petri para conservarlas, pero tenía miedo de soltarlo de nuevo. Procuró deshacerse de todos los cuadros colgados en la pared para quedarse con el marco y guardar las flores ahí, pero eso sólo las aplastaría más.
Trató, y trató de mil formas conservar presentables a esas flores muertas.
Pero nada que él hiciera impediría la triste verdad.
Ya no podía hacer nada por ellas.Había terminado. Su búsqueda había terminado de la mala manera.
Falló irremediablemente.Es por eso que Murdoc no se tomó la molestia de levantarse temprano para buscar al muchacho. Ya no quería saber nada de ese peliazul desaparecido.
No era fácil para él mirarle a la cara y decirle "he matado a tus flores, lo siento".
No, no era fácil...
Era más sencillo haber abandonado las flores en cuanto tuvo oportunidad, y desobedecer a su orden de no olvidarlo.
Porque era tanta su pena y tristeza, que su recuerdo le carcomía el cerebro de la manera más dolorosa y dulce además.Y sí, Murdoc se dirigía a la florería esa tarde.
Pero a dejar las flores justo donde las halló.Justo como quien exorcisa a los demonios de su vida, debía deshacerse de todo aquello que daño le hiciera.
Debía olvidarlo todo.Así pues caminó hasta aquel negocio. La brisa le agitó los cabellos levemente, y a medida que se acercaba, el sol empezaba a resguardarse para marcar el anochecer, volviendo el cielo a colores rosados y naranjas, como un ramo de flores primaverales.
Murdoc miró por última vez a las flores antes de acercarse a la florería, y suspiró con gran pesar. Aquellas frágiles y gráciles flores, que alguna vez le habían ayudado a buscar a un joven, ya sólo eran manchitas azules en su palma.
Nadie las extrañaría una vez que las dejara a su suerte allí.
Y Murdoc ya estaba listo para dejarlas ir.Sin esperarlo, y con precaución, se encontró con el mismo cactus que le había arrancado un pedazo de su abrigo. Supuso que al pie de su pequeña maceta no habría problema alguno si dejaba las flores ahí, por lo que sonrió a modo de despedida, y acercó su mano para vaciar las flores ahí.
Pero justo cuando estaba a punto de ladear su mano para dejarlas caer, un sonido peculiar le hizo alzar la mirada.La campanilla de la puerta anunciaba a alguien saliendo de la florería.
Sus pupilas se dilataron.
El corazón se le detuvo sólo para latir veloz después.
Azul pasó frente a sus ojos, acompañado de dos obsidianas fugaces.
Lo tenía justo enfrente: El peliazul escurridizo estaba ahí.
Y sólo por verle tan cerca de sí, Murdoc no derramó ninguna flor.
—¡Espera!
El muchacho peliazul volteó al instante al oír a Murdoc gritarle. El azabache reconoció ese rostro tan buscado, y sus lágrimas se volvieron de alegría y nerviosismo al mismo tiempo que daba un paso hacia él y abría la mano para mostrarle las flores.
Bajó la mirada, y como quien da un regalo con vergüenza y sonrojo, estiró la mano llena de flores frente al peliazul.—¡Dejaste tus flores!
Al instante, los ojos del muchacho parecieron brillar con sorpresa. Murdoc sintió en ese mirar un flechazo, y escondió su rostro con su otra mano, tratando de apagar sus lágrimas alegres.
—¡No te conozco, lo sé! — Decía Murdoc, entre sollozos—. ¡Sólo te vi una vez, y ni siquiera me digné a preguntarte tu nombre! ¡Pero dejaste tus flores después de que me ayudaste, y traté de pagar el favor! Te busqué, y te busqué, y no te hallé... Hasta ahora.
El joven aún lo miraba con sorpresa, sonrojándose levemente al oír aquella declaración inesperada. Murdoc soltó una risita nerviosa, y se limpió una lágrima con el puño.
—"No-me-olvides", ¿eh? Curioso nombre... — Murmuró—. Lo tomé demasiado literal. Y-yo no pude olvidarte, no podía olvidar tu rostro y mi deber de devolverte las flores... ¡No te olvidé! ¡Aún si las flores están muertas, tengo que al menos hacerte saber que te buscaba todo el tiempo para dártelas! ¡Tenía que dártelas porque...!
En ese momento, Murdoc calló. El muchacho lo miró con curiosidad, esperando a que terminara su frase. El azabache dejó de llorar, y sonrió levemente, atreviéndose al fin a ver esos ojos oscuros y brillantes.
Sin miedo alguno, pronunció—: Tenía que dártelas porque me enamoré de ti. Aún sin conocerte. Y si te las daba, podía verte otra vez... Para conocerte mejor, y ya no olvidarte jamás.Murdoc se sintió avergonzado por aquella declaración inesperada, y prefirió no volver la escena más incómoda. Tomó la mano del joven, la abrió, y dejó las pequeñas flores en su palma.
Su labor estaba hecha.
No había nada más que hacer.Agachó la cabeza a modo de despedida, y se dio la media vuelta para irse a casa.
Pero antes de siquiera avanzar, sintió una mano tomar la suya.
El muchacho lo estaba deteniendo.Confundido y temeroso, volteó hacia él. El peliazul lo soltó, y metió su manos en el bolsillo de su pantalón. Sacó un pequeño cuadrito color beige, y de la misma forma en que Murdoc le ofreció las flores, estiró su mano hacia él.
Era un pequeño parche.
Un parche para su abrigo.
Murdoc sintió su corazón salirse de su pecho con aquel detalle tan pequeño.
Y el joven se sonrojó levemente al darle ese parche.—Yo tampoco te pude olvidar.
El joven juntó las manos de Murdoc para entregarle el parche, y acto seguido dejó caer las florecillas marchitas sobre él. Sonrió dulcemente, y puso sus manos sobre las de Murdoc con delicadeza.
Tan suaves como pétalos, sus mejillas ardieron al ver a Murdoc a los ojos.—"No-me-olvides", una flor con un nombre muy peculiar... — Decía el peliazul—. Yo no olvidé esas flores, como crees. Yo las dejé ahí a propósito, para recordar que tenía que verte aquí otra vez... Eran un recordatorio que me conectaba a ti. Eran... Una orden que tenía que seguir.
En un roce tenue, el muchacho peliazul juntó sus labios rosados con los de Murdoc. El azabache pudo sentir esos labios de pétalos de rosa entregarle un campo florado de sentimientos, y las miosotis entre sus manos parecían querer florecer de nuevo.
Una vez deshecho el gesto, el peliazul inolvidable juntó su pecho con el de Murdoc, en un abrazo cálido y suave.
Y los restos de las flores resbalaron entre sus dedos, como gotitas azuladas.Gotitas azuladas que al dar con el suelo, tintinearon en un nombre distinto a "No-me-olvides".
Un nombre más apropiado para ese joven inolvidable como las flores.—Me llamo Stuart. — Dijo—. Y yo también me enamoré de ti.
Y Murdoc sonrió al oír aquello. Sonrió al borde de las lágrimas, y su corazón se llenó de una inmensa alegría al haber encontrado a ese escurridizo muchacho.
Apreciando la belleza del joven, tan hermoso como las flores que lo habían conducido hasta él, le tomó la mano.
Y depositó el más suave y dulce de los besos sobre ella.—Te amo. No lo olvides.
🌸 FIN 🌸
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2Doc Mini Fic : Forget-Me-Not
FanfictionLe miró el cabello. Azul como miosotis. No olvidarlo fue tarea fácil. Primera mención de este fic : 2Doc AU : Writers (libro de mi misma autoría)