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No es que odie Mill Neck. No es el caso, sería imposible. Pero Will pertenecía a ese bonito vecindario tanto como una rata muerta a un pastel de bodas. Y lo sabe perfectamente. Nadie se lo ha dicho, los vecinos son en su mayoría amables, gente tranquila, con dinero. Intentando escapar de Hannibal y su recuerdo Will ha terminado en una comunidad de gente con mucho, pero donde nadie parece compartir su pretencioso afán por la teatralidad. Es como esconderse a plena vista, eso dice Alana. Pero Will no está de acuerdo.
A él le habría gustado mudarse en medio de la nada, en algún lugar dónde el clima es violento y extremo, donde no hay vecinos en kilómetros a la redonda. Pero sabe que eso no le ayudará en nada. El ruido en su mente, esa voz que suena como Hannibal, que susurra en su oído cosas sobre su propia naturaleza que él preferiría ignorar... Esa voz es mucho más fuerte en el silencio del campo, en el hospital, en Wolf Trap.
Pero Mill Neck no es silenciosa, está llena de vida, de familias, de barbacoas el fin de semana, de ancianos que pasean por el lago, de gente que se broncea en el jardín. Will es uno de los pocos habitantes solteros del lugar, pero es el vecino de los muchos perros que agrada a los niños, el vecino apuesto y callado con el que fantasean las mujeres y el vecino que más sabe sobre reparar motores entre los hombres. De alguna forma, sin tratar en lo absoluto, Will tiene un lugar aquí.
La casa es demasiado grande, Will no necesita tanto espacio y se nota por la forma en que su habitación, la sala de estar y la cocina son lo único que tiene algún tipo de mueble al que se le da uso. Hay 3 cuartos más y 2 baños que rara vez ven a su dueño. Pero Alana insistió. Y luego de convertir el granero en un taller y el jardín en un paraíso para perros... el resto podía seguir abandonado por siempre. Era un reflejo del palacio de su mente que muy a su pesar había construido.
Había una habitación para Hannibal, probablemente una visión estilizada y mística de lo que debía ser la celda en la que pasaba sus días en Baltimore, pero la exactitud no podría preocuparle menos. Se había alejado de todo, se había alejado de Hannibal y de la sombra que proyectaba sobre él. Will había matado por llevarlo a dónde estaba, casi había muerto también, casi se había perdido a sí mismo. Quería empezar de cero, vivir solo dónde pudiera ser feliz.
Quizás un día se sentiría capaz de aprender una cosa buena de Hannibal y fingir que era un demente funcional, tener amigos, disfrutar de las barbacoas de fin de semana... quizás conocer a alguien y tener una familia que consistiera de algo más que perros callejeros, una familia real, una que pudiera construir.
Pero era tonto creer que podría vivir con alguien que le quisiera incondicionalmente luego de todo lo que había hecho, del dolor y el daño que había dejado su huella en el mundo. Debió cambiarse el nombre. Pero algo de esa vida debería quedarse, para recordarle aquello de lo que huye. Aquello de lo que es capaz.
—¿Will? —. La animada voz de su vecino, Kyle, lo sacó de su estupor. Kyle y su esposo Jude vivían en la casa más cercana a la suya, podían saludarse desde el jardín cuando estaban junto al lago. No eran la compañía que Will buscaría normalmente, que era ninguna.
Eran una pareja alegre, escandalosa y llena de ademanes que al principio habían hecho a Will sentir algo incómodo, como el amigo gay en las películas de adolescentes. Pero no tenían malas intenciones, por el contrario, trataban de incluirlo en los eventos del barrio y le invitaban a comer con ellos de vez en cuando, cansados de verlo vagar solo por su casa y su jardín con la expresión sombría que tenía ahora.
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Perros y Sangre
RomanceDeseoso de empezar una vida nueva, Will Graham se ha retirado definitivamente del FBI y se ha mudado con su manada a la comunidad suburbana de Mill Neck, New York, donde se dedica a ignorar a sus vecinos hasta que conoce a un tal John Wick. De los p...