Capítulo 2

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Pasos temblorosos, mejillas sonrojadas y un terrible malestar en la base del estómago que pronosticaba malas noticias.

Aquello iba a salir mal.

—¿Quieres un condón?

Arthit se puso nervioso. Estaba en la entrada de un maldito club nocturno.

Uno gay.

—No...no gracias, vengo solo—dijo, y se dio cuenta de la estupidez en sus palabras demasiado tarde.

—Eso no importa guapo, tómalo.

Por supuesto que no importaba. A eso venia, a probarse a sí mismo. Por eso estaba ahí, y era tan virginal que su primera reacción después de que le ofrecieran un preservativo fue negarse. Y para terminar de ser un idiota, decir que la razón era porque iba solo.

Lo tomó. Toco esa bolsita plástica metálica y debió haberle quemado las manos porque tan pronto como lo hizo la deslizó con rapidez en la bolsa trasera de su pantalón. Pero nadie lo miraba, sólo estaba siendo paranoico. Siendo un imbécil.

El ambiente era tal y como se lo imagino. Un montón de cuerpos juntos bailando bajo la luz fluorescente. Restregándose unos a otros de forma intima sin necesidad de conocerse.

Arthit fue directo a la barra, llevaba menos de cinco minutos ahí y ya se sentía asfixiado e intimidado.

Él no podía ser gay.

No, por supuesto que no.

—¿Primera vez? —dijo el camarero, y Arthit le sonrió con incomodidad. —Relájate, te serviré algo suave ¿Alguna preferencia?

—No, ninguna—respondió, entonces cuando el camarero sacó un vaso y se lo sirvió Arthit escondió su mirada para que este no le hiciera platica. No quería hablar con nadie, no por el momento.

—Ten, quizá ahorita no tengas nada que te atraiga, pero aquí hay de todo, y si no encuentras a nadie salgo a la una y media.

Arthit se mordió los labios al darse cuenta de que el camarero no estaba hablando de bebidas. Él hablaba de hombres. De cómo se suponía que le gustaban los hombres a Arthit.

Porque por eso estaba ahí. Para conseguir a alguien y follar. ¿Cierto?

Para darse cuenta de una jodida vez que las mujeres no eran lo suyo. Qué Nam tenía razón, que estaba celoso de ella y no de Jay.

—¿Esperas a alguien? —preguntaron. Arthit supuso que el camarero terminó con su otro cliente y había decidido regresar a molestar al pobre chico con claros problemas de identidad.

—Si. —mintió.

—Que lastima, quería presumirle mi playera de Kongpob a alguien.

¿Qué?

Arthit giró tan rápido su cuello que fue doloroso. Terriblemente doloroso y gracioso a la vez.

Y tal como creyó, era él. El chico del autobús de esa mañana, Kongpob. Sonriendo de lado a lado, con su piel morena siendo coloreada de una luz verdosa. El moretón seguía ahí, sus ojeras también.

—Eso es tan narcisista—contestó Arthit viendo el estampado de la playera. Él tenía una igual por supuesto, pero nadie sabía, ni se la había puesto en público. Era su pequeño secreto.

—¿Qué? ¿Por qué?

—¿No te basta con que diga "Kongpob es genial"? Ya sabes, considerando que dices llamarte así.

—¿No lo es? —preguntó con un suave hilo de voz. ¿Le estaba coqueteando?

—Lo es, pero tú no.

Toca mi cuerpo, siente mi corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora