16- Demonios de la noche

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Abraham Van Helsing había dado con él, sabía que estaba allí, pero ahora no podía asegurar que sobreviviría hasta el amanecer.

Alexander Grayson jamás olvidaría su traición.

Entonces los aullidos comenzaron a interrumpir el silencio de aquel mundo horrible... y el todo el valor desapareció de su cuerpo. Por completo.

Van Helsing había dejado su maletín en el cuarto. Si tan solo lo hubiera llevado consigo a la taberna, no tendría ninguna oportunidad de haberle ocultado a Von Trêviere que era un cazador de vampiros.

Ahora estaba allí solo e indefenso, en medio de los hijos de la noche y quién sabe qué otros espíritus endemoniados que deambularan por esa infecta tierra. Pero él también conocía muy bien sobre esos hijos de la noche: los lobos de Drácula.

Y Drácula mismo.

Una gota de sudor frío comienza a rodar por su mejilla, y, temblando, se da cuenta que tampoco tenía ningún crucifijo encima, que fue lo que había permitido también la cercanía del vampiro de la taberna.

Así que no veía salida alguna para su situación.

Escudriñaba la oscuridad y supo que estaba parado sobre un camino, creyendo oír el relincho de un caballo en el viento.

Corrió a esconderse, pues nada podía haber por allí. A no ser que fuera algo proveniente del castillo. Lo que era igual a la muerte.

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-Has pasado demasiado tiempo hambrienta. Debes alimentarte-

A poco tiempo del amanecer, Alexander e Ilona habían llegado a sus aposentos después de una noche infructuosa.

-Te llevé para que aprendieras, para que cazaras- él iba de un lado a otro con su negra capa ondeando tras de sí, recorriendo la habitación sin fijarse por dónde iba.

-Lo siento- era lo único que ella decía -Te estoy defraudando, Alexander, lo sé-

Y a pesar de su exaltación... él se mostraba comprensivo.

-Pero debes alimentarte, si no, te debilitarás. Me preocupas- al fin su tono de voz se suavizaba -Es demasiado peligroso porque si no eres fuerte, te destruyen...-

Hizo silencio repentino, y se llenó de recuerdos terribles.

Afuera en la noche, los lobos aullaban inquietos.

Pero Alexander no podía pensar en otra cosa.

-Te prometí ser paciente- entonces se acerca a ella y acaricia su frío rostro inexpresivo, y le daría de su sangre una vez más, y así sería fuerte. Pero no cesaría su entrenamiento.

Afuera, las criaturas de la noche estaban demasiado inquietas. Pero Alexander no hacía caso, sin embargo sus ojos encendidos de rojos eran un llamado a todos los seres del infierno.

El guardián del castillo deambulaba, y atraparía al alma humana que andaba cerca.

Los relinchos del caballo anunciaban su cercanía, estaba llegando, y Van Helsing había emprendido su huída a través del bosque.

Pero los lobos lo alcanzarían.

Pero los lobos lo alcanzarían

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