Clark Maslow
Virginia, Estados Unidos 1820
CAPÍTULO I
Todavía recordaba con exactitud los detalles de la noche en la que la conocí.
La música le otorgaba un toque elegante a la velada que mi padre ofrecía cada año, justo al inicio de la primavera. Él tenía la superstición de que empezar de esa forma la cosecha le otorgaba a sus vinos un buqué distintivo y a sus viñedos, mucha más productividad. De una u otra manera los invitados pululaban de un lado a otro en medio del gran salón, tomando en finas copas el exquisito néctar de los viñedos de mi padre. Él siempre hacía que sus mozos fabricaran una reserva especial de vino para esta ocasión. El dulce néctar —que se deslizaba por la comisura de mis labios— era de unas quince a dieciséis cosechas atrás. Claro, no era mucho tiempo, pero no dejaba de ser el mejor vino que había probado en una ostentosa velada. Suspiré y coloqué la copa en una delicada mesa de cristal finamente tallado con decoraciones de madera incrustada; era una de las posesiones más preciadas de mi madre. Había sido regalo de la familia real inglesa como agradecimiento por unas botellas del famoso vino de mi padre.
Caminé en dirección a la salida trasera intentando alejarme la gente, deseando desaparecer. La verdad es que jamás había sido muy sociable, tampoco tomaba vino con regularidad y sinceramente no apreciaba como se debía el buqué «celestial» que este poseía. Por tanto, no era difícil adivinar que la fiesta no era de mi agrado. Estaba a punto de subir las escaleras al segundo piso cuando, de abrupta manera, la vi. Era tan hermosa como ninguna y tan elegante como una gacela en medio del bosque. Llevaba un vestido de fina seda —de color rosa muy pálido— que le cubría su esbelta y joven figura mientras sus cabellos, tan claros como el sol al mediodía, caían con aterciopelados rizos hasta sus hombros. Su tez, rosácea y llena de vida, flanqueaba una sonrisa de diamantes. También recordaba con exactitud la suma y motora finura con la que caminé hacia ella, con las manos sudorosas y mi corazón a punto del colapso.
Cambiando mi rumbo completamente, tomé sus manos entre las mías y las besé con suavidad sobre su desnuda muñeca. Luego le pedí que me diese el honor de bailar una pieza conmigo. Ella, de forma sutil, apartó su brillante cabellera de oro antes de hacer una leve reverencia y dirigirse a la pista de baile, arrastrándome cautivo de su majestuosa sonrisa.
Me atrevería a decir que fui preso de lo que algunas personas llaman amor a primera vista.
Comencé a cortejarla la noche posterior al baile.
Su nombre era Emma, la hija de acogida de un importante empresario en el pueblo. Sus padres biológicos habían muerto en un horrible accidente —lo cual ella se reservaba para sí—, de forma que estaba viviendo con su tío. Emma siempre había sido un ángel para mí y para todo el mundo hasta que una noche conocí su más oscuro secreto, tan solo unos meses más tarde.
Ella era un demonio. Un demonio real.
Al principio tuve mucho miedo. Luego comprendí que estaba incondicionalmente enamorado de ella y que quería pasar el resto de mi eternidad a su lado, sin importarme las consecuencias que esto conllevara. De modo que no podía arrepentirme de la decisión que me había traído hasta aquí. Había tomado la decisión. Había decidido amarla de todas las formas en las que me fuese posible y eso incluía condenar voluntariamente mi alama inmortal a vagar por los infiernos. Quería ser como ella. Quería ser un demonio. Pero para serlo yo debía morir con su sangre dentro.
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El Chico de mi libro favorito
Storie d'amore¿Qué harías si te vieses en medio de una batalla milenaria entre el bien y el mal y de pronto te conviertes en parte central de la historia sin darte cuenta? Sachiel era una chica como cualquier otra, hasta que un día su vida da un giro completament...