Era un penoso día de lluvia en Essex. Las gotas caían desde la inmensidad de los oscurros nubarrones que habían esparcidos por el cielo.
Éstas caian en la ventana de mi cuarto, mientras yo las miraba con curiosidad haciendo su trayectoria por todo el vidrio.
No tenía nada interesante que hacer en ese momento. Es lo que tiene vivir sola en un apartamento diminuto.
Miro hacia el calendario que hay colgado en la pared contigua desde donde estoy y recuerdo que tan sólo quedan tres días para que las clases empiecen.
Sigo sin saber qué hacer.
Giré mi vista hacia el gran pilar de libros alfabéticamente ordenados de mi estantería y sé que ya leí todos.
Me acerqué a ellos.
Todos eran sobre la historia, casos de OVNI, algo de Neville y tan sólo uno romántico.
Quería leer algo nuevo, algo que me haga despertar, como me hicieron todos estos libros y, finalmente, decido visitar la biblioteca.
Cogí un abrigo y un paragüas.
Me paré frente al espejo que hay cerca de la entrada y me repeiné el pelo.
Sin más preámbulos, cojo las llaves de casa y salgo por la puerta.
El viento azotó mi cara, furioso y abrí el paragüas.
Mi pelo se movía imparable.
De vez en cuando, agarraba con fuerza el paragüas cuando el viento venía con fuerza.
Miré a mi alrededor y pude percatarme de toda la gente que iba y venía, caminando apresuradamente.
A pesar de la lluvia, el viento y el frío, habia bastante gente fuera.
Me paré frente a la biblioteca y vi que estaba cerrada, cosa que me extrañó, porque no solía cerrar un viernes por la tarde.
Me acerqué más y pude ver que en la puerta había un cartel que decía lo siguiente:
«Sintiendolo mucho, hemos tenido que cerrar hoy por razones personales» .
Hice una mueca de disgusto.
Resulta que estaba cerrado por «razones personales» y que, además, tenía que haberme enterado hoy, semanas después.
Suspiré.
Pensé que, ya que había hecho el esfuerzo de salir un día como hoy, iría a tomar café por alguna cefetería cercana.
Anduve durante diez minutos y la lluvia no había cesado. Una cafetería llamó mi atención ya que no la había visto antes y decidí entrar en ella.
Era bastante acogedora.
Las paredes imitaban la madera. Había una barra a la izquierda y barios licores tras ella.
A la derecha se encontraban dos cuadros adornando la pared, donde habían frases dentro de ellos.
Uno decía: «Sólo sé que no sé nada. —Sócrates» , y la otra decía: «Todo lo que necesitas es amor —The Beatles» .
Me senté en una de las mesas y rápidamente me atendió una chica rubia y joven de ojos marrones.
Se le veía algo nerviosa.
—Buenas tardes señorita, ¿qué desea tomar? Tenemos una gran variedad de caffé que creemos que puede ser de su gusto en aquel cartel —recomendó, señalando al cartel.
—Gracias, pero prefiero tomar un café solo, si es tan amable —respondí.
—Claro —asintió la chica.
ESTÁS LEYENDO
Cada cien suspiros
RomanceAprendí que, caemos siempre en la misma piedra, porque siempre caminamos por el mismo camino. Aprendí que, nos enseñan a hablar y, màs tarde, a callar. Aprendí que, con los errores no se aprende, sino con la persistencia. Y aprendí que todo se apren...