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Tom echó una mirada por encima del hombro y vio que el individuo salía del Green Cage y se dirigía hacia donde él estaba. Tom apretó el paso. No había ninguna duda de que el hombre le estaba siguiendo. Había reparado en él cinco minutos antes cuando el otro le estaba observando desde su mesa, con expresión de no estar completamente seguro, aunque sí lo suficiente para que Tom apurase su vaso rápidamente y saliera del local.

Al llegar a la esquina, Tom inclinó el cuerpo hacia delante y cruzó la Quinta Avenida con paso vivo. Pasó frente al Raoul's y se preguntó si podía tentar a su suerte entrando a tomar otra copa, aunque tal vez lo mejor sería dirigirse a Park Avenue y tratar de despistar a su perseguidor escondiéndose en algún portal. Optó por entrar en el Raoul's.

Automáticamente, mientras buscaba un sitio en la barra, recorrió el establecimiento con la vista para ver si había algún conocido. Entre la clientela se hallaba el pelirrojo corpulento cuyo nombre siempre se le olvidaba a Tom. Estaba sentado a una mesa, acompañado por una rubia y saludó a Tom con la mano. Tom le devolvió el saludo con un gesto y se quedó mirando la puerta en actitud de desafío, aunque con cierta indiferencia.

- Un gin-tonic, por favor. - pidió al barman.

Tom se preguntó si era aquélla la clase de tipo que mandarían tras él. Desde luego no tenía cara de policía, más bien parecía un hombre de negocios, bien vestido, bien alimentado, con las sienes plateadas y un cierto aire de inseguridad en torno a su persona. Se dijo que, en un caso como el suyo, tal vez mandaban a tipos como aquél, capaces de entablar conversaciones en un bar y luego, en el momento más inesperado, una mano que se posa en tu hombro mientras la otra exhibe una placa de policía:

Tom Ripley, queda usted arrestado.

Siguió atento a la puerta y vio que el hombre entraba en el bar, miraba a su alrededor y, al verle, desviaba rápidamente la mirada. El hombre se quitó el sombrero de paja y buscó un sitio en la barra desde donde pudiera observar a Tom.

¡Dios mío, qué querría aquel tipo! Seguramente no era un invertido, pensó Tom por segunda vez, aunque sólo ahora su mente inquieta había logrado dar con la palabra adecuada, como si ésta pudiera protegerle de alguna forma, ya que hubiera preferido que le siguiese un invertido a que lo hiciera un policía. Al menos, a un invertido se lo hubiese podido quitar de encima fácilmente, diciéndole:

- No, gracias.

Y alejándose tranquilamente.

El hombre hizo un gesto negativo al barman y echó a andar hacia Tom, que se quedó mirándole como hipnotizado, incapaz de moverse, pensando que no podrían echarle más de diez años, quince a lo sumo, aunque con buena conducta... En el instante en que el hombre abría los labios para hablar, Tom sintió una punzada de remordimiento.

- Usted perdone, ¿es usted Tom Ripley?

- Sí.

- Me llamo Herbert Greenleaf. Soy el padre de Richard Greenleaf.


El talento de Mr. Ripley - Patricia HighsmithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora