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La expresión de su rostro le resultaba más desconcertante a Tom que si le hubiese apuntado con una pistola. Era un rostro amistoso, sonriente y esperanzado.

- Usted es amigo de Richard, ¿no es así?

El nombre le sonaba a Tom, débilmente. Dickie Greenleaf, un muchacho alto y rubio que, según empezaba a recordar Tom, tenía bastante dinero.

- Oh, Dickie Greenleaf. Sí, lo conozco.

- Sea como fuere, sí conocerá a Charles y Marta Schriever. Fueron ellos quienes me hablaron de usted, diciéndome que tal vez pudiera... ¿Le parece que nos sentemos?

- Sí - respondió Tom de buen talante, cogiendo su copa y siguiendo al hombre hacia una mesa vacía situada al fondo del pequeño local.

Tom se sintió como si acabase de recibir un indulto. Seguía en libertad y nadie iba a detenerle. No era eso lo que pretendía su supuesto perseguidor. Fuese lo que fuese, no se trataba de robo o de violación de correspondencia, o como quisieran llamarlo. Tal vez Richard estaba en un aprieto y míster Greenleaf necesitaba ayuda, quizá consejo. Tom sabía perfectamente lo que había que decirle a un padre como míster Greenleaf.

- No estaba del todo seguro de que fuese usted Tom Ripley - dijo míster Greenleaf -. Me parece que sólo le había visto una vez. ¿No estuvo una vez en casa con Richard?

- Creo que sí.

- Los Schriever me hicieron su descripción. Ellos también le han estado buscando. En realidad, querían que nos viésemos en su casa. Al parecer, alguien les dijo que de vez en cuando usted iba al Green Cage a tomar una copa. Esta noche ha sido mi primer intento de localizarle, así que tal deba considerarme con suerte.

Míster Greenleaf hizo una pausa y sonrió.

- Le escribí una carta la semana pasada, pero puede que no la recibiera.

- En efecto, no la he recibido - dijo Tom, mientras pensaba que Marc, el maldito Marc, no se ocupaba de reexpedirle las cartas, una de las cuales podía muy bien contener un cheque de la tía Dottie -. Me mudé hace más o menos una semana.

- Entiendo. No es que en la carta le dijese mucho, sólo que deseaba verle y charlar un poco. Me pareció que los Schriever estaban convencidos de que usted conocía muy bien a Richard.

- Sí, me acuerdo de él.

- Pero ¿no se cartean? - preguntó míster Greenleaf, desilusionado.

- No. Me parece que llevamos unos dos años sin vernos.

- Hace un par de años que está en Europa. Verá, los Schriever me hablaron muy bien de usted, y creí que quizá usted podría ejercer alguna influencia sobre Richard si le escribía. Quiero que regrese a casa. Aquí tiene ciertas obligaciones..., pero no hace ningún caso de lo que yo y su madre le decimos.

Tom se sentía intrigado.

- ¿Qué fue lo que le dijeron los Schriever?

- Pues que... bueno, seguramente exageraron un poco... Dijeron que usted y Richard eran muy buenos amigos. Supongo que eso les indujo a dar como cosa hecha el que se cartearían regularmente. Verá, conozco a tan pocos de los amigos que tiene ahora mi hijo...

Miró el vaso de Tom, como si pensara invitarle a otra copa, pero el vaso seguía casi lleno.

El talento de Mr. Ripley - Patricia HighsmithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora