Dos años. Dos corazones.

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  Sus pasos resonaron por la oscura y solitaria calle, miró nuevamente la dirección anotada en el papel y siguió avanzando. Encontró una puerta algo vieja, grande y polvorienta, tocó tres veces seguidas y la puerta se abrió.

  Al llegar, una mujer lo guió hacia una pequeña mesa reservada tan solo para él. Miró a su alrededor, personas vestidas de trajes y vestidos elegantes. El teatro tan rústico a modo clandestino de alguna forma le fascinaba y los espectáculos; un tanto aburridos. Nunca se había interesado por la música clásica, pero ahí estaba, esperando ansioso. Faltaban 15 minutos para la función tan esperada por todos. En su estado de aburrimiento, sacó un bolígrafo y escribió una nota en su pequeña libreta.

"Guardaré en mí ser los días que pasamos, que pensé que nunca acabarían." Escribió en el papel. Un mesero pasó delante de él y este le llamó la atención, pidió amable y cortésmente si podía acercarle su pequeña nota al hombre a punto de subir al escenario. El mesero asintió con una sonrisa y una vez tomado el pedido de la mesa siguiente, se retiró.

  Que consolador podía ser un trozo de papel a veces. Es una lástima que el papel no pueda abrazar a nadie.

  Un par de aplausos y el rechinar de las pisadas ajenas sobre la madera color roble, que adornaba todo el suelo, lo sacaron de sus pensamientos. Levantó la vista hacia el escenario y ambas miradas se cruzaron por un efímero segundo. Allí estaba Sanji, aquel idiota rubio de la ceja ondulada. Aquel idiota tan hermoso y puro.

   La función comenzó, sus dedos se movían sigilosamente sobre el piano formando la frágil y tenue música. Cada tecla era especial y conmovedora a su manera, manifestando así aquel momento en dónde sus corazones se dividían y se unían en uno solo. Aquel momento donde sabes que nada podría ser mejor que tu personita especial y por último, aquel momento en dónde sabes, que ambos necesitan un respiro.

Las lágrimas ya eran inevitables para el talentoso pianista.

Al finalizar, el rubio se levantó y saludó a la magnitud que con euforia lo observaban, maravillados por su impecable trabajo. Pero en aquel momento, solo había una mirada que realmente le importaba.

Ambas miradas; dolidas, devastadas y rotas, se cruzaron mutuamente durante segundos y Zoro juró que, en realidad, habían sido minutos. El rubio no lo soportó más, se fue corriendo del escenario, dispuesto a dejarlo ahí: en aquel pequeño salón.

El peliverde se levantó de su mesa y caminó hacia los camerinos del teatro. En los largos y estrechos pasillos siguió a la cabellera rubia que se alejaba lentamente, la cantidad de personas que corrían de un lado a otro impedía su avance hasta que, debido a la desesperación, terminó empujando a un guardia de seguridad para que le abra paso. El tipo era grandote y al caer al piso, se levantó ágilmente y llamó a sus compañeros; quienes tomaron a Zoro de los brazos y lo expulsaron del lugar al que no pertenecía por una pequeña puerta que daba a la calle. Aquel guardia que había sido empujado no dudó un segundo en golpearle en el rostro y cerrarle la puerta delante de él.

Quizá estuvo horas ahí en el piso, observando la oscura y fría noche. Cerró los ojos unos momentos, pero el rechinar de una puerta lo puso en alerta nuevamente. Al levantar la cabeza, lo vió.

— ¡Zoro! — gritó asustado el rubio al ver su labio y nariz sangrar.

— Oh. Esto, no es nada, viví peores ¿Recuerdas? — rió con la voz rasposa.

— Las peleas de secundaria... No, no es lo mismo — afirmó enojado mientras se agachaba a su lado, tomando su varonil rostro con sus frágiles manos.

— Todas eran por ti.

— Cierra la boca maldito pelo de césped ¿Por qué viniste?

— Quería verte, aunque sea un rato — susurró apenado mientras lo miraba a los ojos.

— Ven, vamos, te llevaré a tu casa. Mí función ya terminó.

— Sanji — su nombre se oía tan frágil al salir de sus labios — quédate, volvamos y escapemos.

— No puedo Zoro, sabes que no puedo hacerlo. Ven, vámonos — dijo tendiendole la mano sin atreverse a mirarlo por miedo a ver la expresión dolida de su amante.

   Ambos se fueron de aquel lugar tomados de la mano. Como si el tiempo no hubiese pasado,como si siguieran siendo aquellos niños que tanto se odiaban pero amaban con locura y pasión. Zoro no quería llegar a su casa, porque aquello significaba soltar la mano contraria, y él no quería hacerlo. Deseaba hacer ese momento eterno. Se separarían de nuevo, una vez más. Cada paso era una tortura para ambos.

Pero era lo mejor, para todos y para ellos.

Una vez en la calzada de la casa, sus manos se soltaron y un par de lágrimas resbalaron de sus mejillas, un corto y fugaz beso, que más bien fue un roce de labios, terminó por romper sus corazones un poquito más. Porque las historias se hacen debido a los sueños, por eso nunca debemos dejar de soñar. ¿Verdad?

Desde Que Te Fuiste,Una Vez Más{ZoSan}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora