Parte 1

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El la miraba todos los días desde hace más de dieciséis años, siempre detrás de su cortina color rosado pálido, pálido por lo maltratada y desteñida que estaba.

El la mirada desde su casa, pintada de color blanco con manchas de diferentes colores, la casa de ella era la de enfrente, color amarilla. La miraba tres o cuatro veces al día, siempre con ganas de que fueran más, de que fuera todo el día de repente. Desde siempre quiso pasar todos sus días mirándola, de alguna forma y por alguna razón siempre pensó que hacerlo sería como una forma de agradecerle, agradecerle por su belleza; porque para él, ella no era la más bella, sino la única persona bella en el mundo, o al menos en el pueblito en donde vivían.

Su hermano había tenido un hijo, era el sexto sobrino que nacía. Un niño chiquito y gordito, pero con el ímpetu de un león grande y fornido, tal como su hermano, el padre. De todos sus hermanos el más cercano a él, este hermano tenía los ojos café oscuro, determinantes, y con su sola presencia lo hacía sentir siempre protegido como una manta en invierno, es por eso que sus palabras lo marcaban más que cualquiera.

Un día su hermano hablaba de la cosecha del mes y de su hijo recién nacido, en un momento le dijo a el "termina bien el trabajo de hoy, porque cuando tengas tu propio..."

Y luego sonrió para seguir cargando más tomates.

Él sabía lo que su hermano estaba a punto de decir pero que no termino. Iba a decir que cuando él tuviera su propio hijo ya tendría que saber cómo terminar bien su trabajo.

Pero no lo dijo, y no lo dijo porque sabía que él no podría tener un hijo, y él también sabía que eso sería más que probable, no porque no pudiera, sino porque de su rostro colgaba una trompa, una trompa de elefante, o al menos era como la de un elefante; y por ello ninguna mujer querría tener un hijo con él, de hecho ninguna persona, excepto su familia, se le acerca, ellos y el joven, hijo del panadero, que le habla animadamente cada vez que se lo encuentra en la plaza, y que siempre parece tener una respuesta que corresponde a otra edad más avanzada que la suya.

De repente fueron las palabras de su hermano, o mejor dicho su silencio, que causaron en él una reacción diferente a las que normalmente tiene cuando alguien hace alguna referencia triste o hiriente sobre su apariencia. Esta vez pensó en un niño, quizás no tan chiquito, ni tan gordito como su sobrino, pero si con una trompa, una trompita colgando de su sí pequeño rostro; esa imagen no lo hacía feliz, pero tampoco lo entristecía, solo lo dejaba pensando en si ese niño seria de verdad feliz así como lo ve en su visión, corriendo detrás de los bichos que se posan sobre las fresas; y lo más importante, se preguntaba si él podría hacer feliz a ese niño.

Pero lo que más llamo su atención fue el verla a ella, sonriéndole a ese mismo niño, en esa misma visión, con una sonrisa que él sabe jamás será inferior a ninguna otra, porque la sonrisa de ella era como el despertar un domingo después de haber descansado todas las horas privadas de la semana, su sonrisa era como el primer día después de haber estado muy enfermo, su sonrisa también era como tirarse de la cima más alta sin saber cual fuera la superficie amortiguando la caída, para luego sentir que se caería sobre un colchón hecho de las flores más suaves.

Fe de ElefantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora