Muerte a la adolescencia (cuento)

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Caminaba lentamente por la calle, mientras las lagrimas mojaban mis mejillas, llevaba media hora haciendo lo mismo una y otra vez, daba un paso, suspiraba, limpiaba una lagrima, miraba hacia el frente, pensaba, daba otro paso, y repetía todo. Los pasos los daba hacia un lugar, no sabía dónde estaba, no sabía si existía, no sabía cuál era, solo sabía que debía llegar a un lugar tarde o temprano, pero quería que este fuera mío, donde no hubiera nadie que me impidiera estar en paz, sin amigos, sin padres, sin hermanos, y sin amores. Suspiraba con el vano intento de alejar la tristeza, sacarla a través de mis pulmones, pero simplemente no funcionaba. Miraba hacia el frente, en busca de alguna imagen que me ayudara a salir de este oscuro agujero en el que me encontraba, pero no encontré absolutamente nada. Y finalmente, antes de repetir la secuencia, pensaba, en todo, en lo asqueroso que es tener mi edad, en lo horrible que es ser una adolecente, por que los adolecente no somos nada, somos la total y absolutamente nada, un vacío existencial, no soy una niña, que puede jugar libremente y reír por montones, sin tener ninguna preocupación o responsabilidad, pero tampoco soy una adulta que sale a trabajar cada mañana, y se puede mantener sola, con su paga mensual, no puedo decidir las cosas importantes, sin preguntar la opinión de mis padres, no puedo hacer lo que me dé la gana, adulta joven me llaman, pero lo único que tengo de adulta son las preocupaciones y las responsabilidades que van cada día aumentando, junto con mi edad. Quieren que sea madura, pero no sé qué es exactamente la madures, debería saberlo por lo que reflejan mis mayores, actuar con sabiduría me dirían algunos, pero cada día veo en las noticias, a hombres que se matan entre sí por una simple diferencia de opiniones, a parejas que llegan a los golpes por unos estúpidos celos, veo a mi padre pegar un grito y después cerrar la puerta con un portazo, y a mi madre llorando encerada en su habitación, pero nunca resuelven sus problemas, solo se alejan, esas personas son llamadas maduras, pero yo que simplemente busco ser escuchada, y encontrar la felicidad, no lo soy.

Todos se mofan de que los adolecentes, los jóvenes de hoy en día, dicen que somos unos exagerados, que no vemos las cosas como realmente son, y tomamos decisiones estúpidas, nadie nos toma atención, ni siquiera aquellas personas que nos dieron la vida nos deja expresar nuestra opinión, y si lo hacemos, somos castigados por “responderles mal”, pero en mi mundo no hay malas respuestas. Llaman a lo que para nosotros es verdadero amor, una simple ilusión del corazón, una imaginación de nuestras mentes jóvenes, un alboroto de nuestras hormonas, pero podemos ver como los adultos que llevan casados años por un amor “maduro” o “real”,  son infieles y crueles con la persona a la que supuestamente tanto aman. Puede que se inmadura, pero prefiero serlo, prefiero ser nada, prefiero no ser tomada en cuenta, prefiero ser una burla para la sociedad, que ser una adulta hipócrita que critique a la juventud, porque en su amargura olvido lo que se sentía.  

Llegue a la plaza a la que solía llevarme mi padre a jugar cuando era niña, me gustaba patinar por la vereda y que él me atrapara en sus brazos antes de que tocara el suelo, cuando perdía el equilibrio, también me gustaba columpiarme en los columpios, pero lo que más me gustaba era escalar los arboles, y sentarme entre sus ramas. Sonreí con el recuerdo de las risas que compartía con mi padre y a veces con mi hermana, pero este ultimo me hizo decidir acercarme hasta el árbol más grande de todo el parque, y escalarlo, no lo hacía hace años, pero recuerdo que siempre me gusto la sensación de paz que encontraba acá arriba, podía sentir la luz atravesar entre las ramas, al viento haciendo silbar a las pequeñas hojas, y podía ver a la gente a mi alrededor sin ser vista o interrumpida, estaba sola pero en paz, y lo mejor era que nadie podía subir junto a mí y interrumpir el dulce momento de tranquilidad, , me di cuenta, de que lo que más necesitaba era un momento para pensar en mis problemas.

El más grande era que no sé quien soy realmente, pareciera que tuviera personalidades múltiples, pues con cada persona soy diferente, además siempre estaba el problema del doloroso amor, el cual trataba de alejar, pero para una persona enamorada era simplemente imposible, ojala me lograran convencer de que ese vacío en mi pecho y esas lagrimas que venían por las noches eran un simple alborotamiento de hormonas, estoy sola y no hay nadie que me escuche, no hay quien me entienda, o que realmente se interese en lo que digo, quiero quedarme como una niña y que los problemas se aparten, pero no puedo, se que debo madurar, pero el día en que lo haga se que llorare por mi inocencia perdida, sé que es mi deber que mi vida sea solo estudiar y memorizar, no debería pensar, o no se para que lo hago, si no importa que tan buenas sean mis ideas, los adultos no las tomaran en cuenta por mi edad, me siento vacía y sola, en un lugar lleno de persona que me miran, estoy en un punto medio maldito, entre niña y mujer, pero no tengo lo suficiente de ninguna de los dos para averiguar cómo debo actuar, como es mi personalidad, como soy. Pensando en estas cosas me di cuenta de que cuando niña no podía pensar así, y que eso significaba que había madurado, así que volví a llorar, entonces me di cuenta de que había llegado al lugar que buscaba, al fin podía abandonar esa infinita secuencia de suspiros y pasos, que parecía no agotarse, así que seque mis lagrimas y sonreí, al fin estaba en paz..

MS

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⏰ Última actualización: Oct 09, 2014 ⏰

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