Me revolví en la cama cuando la luz del sol me molestó sobre los ojos, te busqué a mi lado recorriendo sobre las sábanas, un poco frías ㅡesa sensación rica de cuando está fresquitoㅡ y con los ojos cerrados rebusqué tu cuerpo en el otro extremo, al no tenerte tan cálido y tan agradable como ni el sol llega a serlo por la mañana para mí. Di vueltas en el colchón, extrañándote. Froté mis ojos y me senté esperando de alguna manera que luego de estirarme aparecieras.
Era una sensación de carencia, usualmemte me pregunto si lo sientes cuando yo salgo antes de casa. Si te falto a ti también. Si me extrañas al despertar cuando no estoy enredada a tu cuerpo como casi a diario.
Porque a mí me haces falta.
Camino descalza y en pijama, luego del baño a la cocina y ahí estás; con el pantalón de pijama de cuadros y sin camiseta, de espaldas juntando un montón de cosas a las que llamas "desayuno de amor". Cada vez que me haces la comida es la misma sensación, el interior de mi caja torácica cosquillea. Sé lo que cocinas: hay fruta y yogur, un café y pan francés que compraste en el supermercado y que metiste al horno para que esté calentito. Conozco de primera mano que estás haciendo una carita con jarabe de chocolate, o quizá un corazón o una figura en aleatorio, lo sé por como se mueve tu brazo derecho, y tus pies dando saltitos mirándolo desde otro ángulo.
Camino despacio sintiendo la madera fría del piso, rodeo tu cintura desde atrás y beso esa piel que parece bronceada. No te has asustado aunque de vez en cuando te gusta fingir que sí con mucha gracia.
Servimos la mesa y me siento a tu lado, comemos y me preguntas si está rico ㅡmi amor siempre está ricoㅡ lo estaría aunque me dieras galletas sin sabor porque tú eres el remitente.
Lo sabes.
Te gusta saberlo.
Me gusta que lo sepas.
Me gusta más que te guste.
Las mañanas parecerían monótonas para los demás pero es porque nadie sabe como eres en realidad, excepto yo. Porque nadie goza de tus conversaciones diurnas sobre la política y tus chistes malos, o tus anécdotas de trabajo y lo cansado o fáciles que son nuestros empleos; o de mis gustos por canciones raras, de lo mucho que me gusta tomarle fotos a las cosas. Porque nadie disfruta de ese placer que es ser complices.
Podría saberlo nuestra casa, que acoge nuestras risas, que sabe cuantas veces hemos llorado porque Hachico seguía esperando a su dueño, nuestra casa es testigo de cuando gritamos porque competimos en un juego, o que guarda nuestros susurros cuando hacemos el amor, que ha aguantado nuestras peleas por días y que ha soportado nuestras reconciliaciones de niños. Y aunque su arquitectura encierre muchos recuerdos, hemos vivido muchos lejos de ella.
Entonces al final somos nosotros los baúles de esas vivencias, que son de mis tesoros más preciados, mis tesoros que son lo que quiero vivir.