Caminar a lado tuyo, tomados de la mano, o mientras me abrazas sobre el hombro es de mis momentos favoritos del día, cada día en vacaciones. Cuando estamos libres de tareas, y de trabajo, cuando vamos a casa de mis padres y entonces salimos a caminar hasta la playa. Porque es bonito el paisaje.
Me encanta presumirte ante la gente del pueblo, de lo guapo que eres, lo listo que eres y lo educado y elegante que pareces ( y que eres, pero yo que te conozco bien amor sé que tienes muchos lados), me hace mucha gracia que mis tías se queden plasmadas mirándote, pensando quizá que eres un príncipe.
Lo eres.
Claro que lo eres, siempre tan amable y cordial con todo. Lo que más me gusta de ello es que eres mío, y que adoras cuando te reclamo en público al tomarte de la mano. Porque yo también soy tuya. Sé que te gusta, por como tus ojos brillan cuando los míos parecen más oscuros a causa de los celos, según tus palabras.
Pero no son celos, tampoco es posesión, es orgullo. Como cuando voy de visita a tu casa y quieres salir conmigo, y quieres que luzca guapa, pero que nunca te suelte. Y quieres que de discursos, pero que al terminarlos te abrace y sonría. Es igual, quiero que mi mundo te conozca y que envidien nuestro mundo, el que tú y yo creamos cada vez que nos miramos, cada que juntamos las manos, cada que nos besamos, cada vez que estamos juntos. Siempre que nos amamos. Por eso caminar tomados de la mano es tan especial.
Cada tarde por calles solitarias, para ver el sol esconderse, para besarte en la playa cuando nadie nos ve. Mientras entierro los dedos entre tus cabellos y tú me abrazas tan fuerte como siempre hasta que paramos, aunque me podría pasar horas contra tu boca, bebiendo de ti.
Y una vez más es tan rutinario cada tarde, pero siempre hay algo nuevo que compartir, una cosa más de que hablar, y muchas risas escurridas sin pensar.