Martes, 20 de febrero de 2017
11:54 a.m.
Mi madre es preciosa. Dicen que me parezco a ella. Sus ojos son verdes y la mayoría de las veces te pierdes en ellos. Cuando llora se convierten en turquesas y desde que se los vi son mi color favorito. Su cabello es castaño y tiene un corte de pelo bastante corto, solo a ella le puede quedar bien.
Mi padre no tiene un físico voluptuoso, ni tiene abdominales ni unos ojos profundos y penetrantes pero tiene algo, una esencia que provoca que quieras conocerlo. Supongo que fue eso lo que le llamó la atención mi madre cuando se vieron por primera vez. Pero hay una cosa que todo el mundo puede ver; se quieren.
—Brenda, nos vamos—sostenía un plato con una tarta de chocolate en él.
Desde que habíamos llegado mi madre tenía la necesidad de conocer a los vecinos. En Nueva York conocía a todo el vecindario. Todas las personas la conocían y querían quedar con ella, o eso era lo que me decían. Aquí no sería otra persona, quería conocerlos y ya.
Yo no tenía la misma sensación sobre ellos. Sentía que nos observaban. Aquella silueta a través de la ventana no había sido mi imaginación y menos la fotografía que me habían hecho el día anterior. No solo cuando acabábamos de llegar, sino cuando cortaba las malas hiervas, cuando limpiaba los cristales o en el momento de descanso, miraba la ventana y allí había alguien, mirándome.
—Ser amables con los vecinos, deben llevarse una buena impresión sobre nosotros—puntualizó mi padre, abriendo la puerta para que pasara su mujer. Lo que no sabían era que la impresión que me había llevado yo de ellos no era muy buena por así decirlo.
Fue Mike quien presionó el timbre. Veinte segundos. Nadie nos abría la puerta.
—Parece que no están, vayámonos—dije desesperada.
Él insistió y al instante apareció una mujer pelirroja aparentemente teñida. Su altura me sorprendió, podía llegar al metro ochenta y a pesar de su cara alargada y sus ojos pequeños era una mujer muy atractiva. En su rostro había una sonrisa de oreja a oreja y nos observó a todos como si fuésemos unos cachorros esperando que les alimentes.
La primera en hablar fue mi madre, Julie, que se presentó a ella y a todos nosotros y le entregó la tarta. Tenía su mejor sonrisa y hablaba con entusiasmo.
—Pasad. Yo soy Margaret, aunque todos me llaman Marga—pasamos de uno en uno a la casa. Predominaba el blanco y los cuadros familiares. Había por lo menos un cuadro en cada pared. Demostraban que eran la familia perfecta.
Dos hijos y un esposo. En realidad se parecían mucho a nosotros. Los hijos eran de la misma edad y podía jurar que eran mellizos ya que se parecían absolutamente en todo, eran idénticos pero uno en sexos opuestos. El marido era alto y fuerte. A pesar de la altura de su mujer, él era una cabeza más alto que ella y tenía una sonrisa pícara.
—Siento el desorden, hemos estado haciendo limpieza del trastero y no sabíamos donde ponerlo—explicó riéndose. Habían cajas de cartón en el centro de la sala—soy los nuevos ¿verdad?
—Sí, nos hemos mudado a la casa de enfrente por temas de trabajo—la mujer pareció que no la escuchaba, me miraba a mí y luego a mi hermano. Yo intentaba no perderme ningún detalle sobre todo lo que decía, hacía o cualquier movimiento que hiciese.
—Oh, no os he presentado a mis hijos. ¡Lisa, Ethan, bajad ahora mismo!—grito en dirección a la planta superior. Al minuto bajaron los dos hermanos al unismo, sonriendo falsamente y con aparentas ganas de querer volver a sus habitaciones.
La mujer señaló a su hija que se llamaba Lisa y nos explicó que tenía 17 años igual que su hermano Ethan ya que eran mellizos, cosa que suponía por su gran similitud. Mi madre le explicó que nosotros también lo éramos y las los rieron al unismo. Demasiadas coincidencias.
Por primera vez desde que habíamos entrado habló la hermana. Se presentó y nos dijo que podíamos llamarla Lis ya que sus amigos la llamaban así.
—Encantado de conocerte, Lis—dijo mi hermano estrechando la mano con la suya. Tenía una cara de enamorado que no se le quitaba—Yo soy Mike.
Tenía que decir que tanto la hermana como el hermano eran muy guapos. Tenían una belleza un tanto extraña—igual que su madre—ya que tenía unos ojos pequeños pero a la vez hipnotizadores. El cabello rubio de la chica llegaba a las caderas y el hermano se conformaba con una melena de surfero, un tanto irónico por el lugar donde vivían.
—Encantada, Lisa—de su cara se borró la sonrisa que tenía de oreja a oreja y va como un silencio abrumador inundó la sala—Soy Brenda.
Volvió a sonreír pero, esta vez, de la manera más falsa posible. Ahora fue el turno del hermano que nos estrechó la mano y volvió a la planta de arriba, con la mirada asesina de los padres persiguiéndolo. Cuando nos fuésemos, ese chico tendía pelea.
—Queréis pasar a tomar un té—preguntó esta vez el padre que acababa de decirnos que se llamaba Andrew.
Mis padres asintieron al igual que mi hermano, que seguía a Lisa que le había indicado que lo siguiese. Yo en cambio no quería, no quería estar en esa casa más tiempo, así que me negué.
—Voy a irme, me encuentro un poco mal—mi madre intentó detenerme pero no lo consiguió.
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La familia de al lado
Mystery / ThrillerBrenda y su familia se mudan a Ashland, un pequeño pueblo a las afueras de la ciudad. Deciden abandonar su piso en Nueva York para iniciar una nueva vida en una enorme casa que han heredado de su fallecido abuelo. Cuando llegan empiezan las sorpres...