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Lunes, 19 de febrero de 2017

10:32 a.m.

El suelo estaba completamente blanco. Una densa capa de nieve cubría la mayor parte del pequeño pueblo en el que nos encontrábamos. Nos mudábamos a Ashland por, según mi padre, una oferta de trabajo imposible de rechazar. Pero yo tenía muy claro que el decir adiós a las infinitas calles y rascacielos inigualables de Nueva York era por una simple razón; mi hermano.

Sí, Mike siempre había pasado desapercibido entre la multitud. Bueno realmente pasar desapercibido no era la mejor manera de describirlo. Simplemente era un chico raro a la vista de todo el mundo. Un niño sumergido en sus libros de misterio y suspenso, que se aislaba de los demás. Había llegado a oír que tenía problemas mentales y que lo único bueno que tenía él era yo.

Yo era todo lo contrario a mi hermano. Tenía muchos amigos y lo que mejor se me daba era llamar la atención. Éramos dos polos opuestos que habían nacido a la vez. En realidad yo era un minuto mayor que él. Siempre me han dicho que la suerte de los dos hermanos me la he llevado yo. Intento pensar que no es verdad aunque, en el fondo, sé que una parte de razón tiene.

Llegó un momento en el que mis padres no pudieron más y decidieron darle una oportunidad al trabajo "imposible de rechazar" que estaba a 250 kilómetros de distancia, unas cuatro horas en coche si no había transito. Para mi hermano; perfecto, podía empezar una nueva vida, comenzar de cero era algo que muchas veces funcionaba, pero también estaba yo, que en este plan de fuga era yo la afectada.

—Brenda—los ojos de Mike dejaron un momento de observar el libro que tenía en sus manos—siento que te tengas que separar de tus amigos por mi culpa.

Sabía que él no era el responsable pero algo en mi interior le culpaba por ello. Aunque eso no se lo diría, simplemente sonreí y negué lo que me acababa de decir, simple.

—No es tu culpa. Y tranquilo, ya me haré nuevos amigos—sonrió, dejando a la vista su dentadura perfecta y sus hoyuelos a cada lado de las mejillas. Después volvió a centrarse en las páginas a pesar de que no leía nada.

Una casa enorme con la fachada descuidada y de ladrillo viejo se hizo presente en el lugar que el GPS marcaba. El jardín de aquella pequeña mansión era gigante aunque también había mucha dejadez en él. Las malas hierbas no habían sido cortadas desde hacía siglos y las ventanas necesitaban una limpieza a fondo lo antes posible. Aquel ático al lado del Central Park había sido substituido por una casa vieja y con muchas reformas pendientes en un pueblo perdido y alejado de la sociedad. Si moría, nadie vendía a buscarme.

—Bienvenidos a nuestro nuevo hogar—mi padre me miró a mí. Luego fijó su vista en Mike, quien había dejado su libro de lado y observaba la casa. Ese edificio daba miedo—sé que no es lo que esperabais pero con un par de reformas esta casa quedará como nueva. Hace cuarenta años era lo mejor de lo mejor.

Asentimos con la cabeza y sonreí, si algo había aprendido desde hacía ya mucho tiempo era a no llevarle la contraria a mi padre. Asentir y callar.

Observé a mi alrededor. Olía a barro. Una casa igual que la nuestra estaba situada a unos veinticinco pasos. Estaba más cuidada, aunque no perdía esa esencia de casa del terror. En el segundo piso, había una ventana con unas cortinas rojas bastante llamativas. Me pareció ver una silueta que al ver que yo la observaba, se daba la vuelta y se escondía en el interior de la habitación. No me gustaba en absoluto aquel lugar, era misterioso y algo en él no me daba buena espina. Pero debía acostumbrarme, a partir de ese momento aquella sería mi casa y aquellos, mis vecinos.


6:44 p.m.

El olor a estiércol inundaba mis fosas nasales. Se notaba que nadie había tocado ese jardín desde hacía ya unas cuantas décadas.

El abuelo había comprado esta casa cuando mi padre era joven. Según él, los mejores recuerdos que tiene son dentro de ella. Pero mi padre creció y mi abuelo enfermó. La casa quedó abandonada y nadie se hizo cargo de ella. Hasta que el abuelo murió y mi padre la heredó.

Debajo de tantas malas hierbas y arbustos mal cortados podía haber un gran y precioso jardín lleno de amapolas—que plantaría obviamente, ya que son mis flores favoritas—. Tenía como propósito arreglarlo para que pareciese uno nuevo.

Una luz me cegó. Fue rápida, como un parpadeo. Pero suficiente para ver que alguien detrás de la valla que separaba mi casa de la vecina acababa de hacerme una fotografía. Sí, alguien había apretado el botón de una cámara y me había sacado una foto sin mi permiso.

Sin pensar corrí detrás de la persona, que desapareció al instante y me asomé a la valla por si podía verla. Pero ya no había nadie, solo el jardín cuidado de los vecinos que, en su caso, estaba lleno de girasoles.

La familia de al ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora