No puedo respirar.
Siento como todo se va reduciendo dentro del pequeño cuarto en que me encuentro de pie, frente a la cama no muy grande que existe, en la cual hay una persona que conozco a la perfección.
Mi corazón duele a más no poder, y tengo miedo de soltar en cualquier momento un último suspiro de vida.
No puede emitir palabras, solamente me dedico a llorar en silencio.
Mi mirada no puede apartarse del cuerpo desnudo que se está moviendo sobre el otro.
Asco.
Es lo que voy sintiendo.
Creí que era diferente. Confíe en él. Le entregué todo de mí, le conté desde mi mayor sueño hasta las pesadillas que tenía desde que era un niño, y que siguen en mi cabeza recordando lo estúpido que fui.
Quisiera que fuese un sueño.
Escuchar los gemidos de otro hombre aparte de los suyos me produce repulsión.
—T-te a-amo —jadea el desconocido, viéndome fijamente y rodeando su cuello, con una sonrisa llena de malicia.
No sirve de nada, pero ruego en mi interior que no responda.
Pero ya es tarde.
—Yo m-más, precioso —responde de la misma forma, soltando un ronco gemido.
Debí huir desde antes, no quedarme a ver como mi relación se iba a la mierda.
Retrocedo con el corazón destrozado, aunque termino ocasionando un gran ruido al caer por culpa de un zapato. Y es ahí cuando Joel voltea asustado.
—E-Erick —susurra, como si hubiese visto un fantasma.
Intento ponerme de pie, realmente lo estoy intentando, pero no puedo. Me quedo ahí, en el frío suelo, sollozando con fuerza, abrazando mi cuerpo.
El desconocido hace el mayor ruido posible para que lo note, pero mantengo la vista nublada en el cinturón que está frente a mí.
Intento morder mi labio sin mucha fuerza para no verme más patético mientras lloro, pero fracaso, lo único que logro es que sangre.
—Adiós, amor —dice de forma melosa—, mañana vuelvo para terminar lo de hoy.
—Sólo vete, por favor.
Un bajo gruñido se oye por su parte al recibir tal respuesta, quizá no lo esperaba.
Así como yo no esperaba que tomara un puñado de mi cabello para que mis ojos rojos e hinchados recaigan en su delgado cuerpo y ropa desaliñada.
—Ups —impacta su rodilla contra mi nariz.
Ni siquiera trato de defenderme, estuve acostumbrando al maltrato por muchos años, esto no es nada.
—¡Rafael! —grita con rabia Pimentel, llegando hasta nosotros, ya vestido con un pantalón de vestir, sosteniendo su brazo para que me suelte, pero solo aumenta el agarre ocasionado que gima de dolor—. ¡Déjalo, Rafael! ¡Por una mierda, suelta a mi prometido!
Mi cuerpo cae en un sonido sordo al piso, me hago bolita para seguir en mi lamento, poniendo mi mano en la nariz para detener la hemorragia.
—¡Él ya no es nada tuyo, yo sí!
—¡Lárgate! ¡Vete y no se te ocurra volver!
Silencio.
Un espeluznante silencio se crea dentro de las cuatro paredes.