Habría Sido Mejor Seguir Sin Gasolina

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Eran como las diez y media de la noche. Mala hora para conducir por aquella carretera secundaria, mal pavimentada y llena de baches. El atardecer había sido precioso en la casa de sus padres, sí, pero ahora Bill, y su novia Katya, estaban a 20 kilómetros de Nueva York, donde vivían, y habría un atasco horrible como todos los domingos. Y encima la gasolina estaba a punto de entrar en la reserva. A Katya le daba un poco igual, pero lo cierto era que Bill era muy maniático con esas cosas.

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Josh Smith era un joven alto, algo moreno y con una cara que todavía no había salido de la adolescencia, como demostraban unos cuantos granos. Era el dependiente de la gasolinera, y estaba bastante cansado. Vivía en Brooklyn, y la noche anterior había salido de fiesta con unos cuantos amigos. Echó un sorbo a su cerveza y siguió mirando al infinito campo de trigo que se extendía frente a la gasolinera. De repente, la luz comenzó a titilar. No era la primera vez que sucedía esa semana, así que salió linterna en mano afuera a mirar la caja de fusibles. Encendió un cigarro y la abrió. Casi no hacía falta la linterna, pues entre la luz de la gasolinera y la de la luna, que brillaba con inusual fuerza, veía todo muy bien. Todo estaba correcto, pero las luces seguían titilando. Pero si no era eso, ¿qué demonios pasaba allí? Según acabó de articular ese pensamiento, las luces se volvieron estables. Extrañado, se quitó la gorra y se comenzó a rascar la nuca. Mirando a su alrededor, pensó: “debería cortar estos hierbajos algún día”. Se puso la linterna bajo el mentón y comenzó a hacer muecas infantilmente. De repente, la linterna comenzó a titilar también. Se le cayó al suelo y el cristal se hizo añicos. No es que tuviese miedo, él no era nada supersticioso, pero  aun así aceleró el paso hacia la gasolinera.

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Quince minutos después, Katya y Bill llegaron a una gasolinera. Era noche cerrada. De dentro salía una tranquilizadora luz blanca. Katya quería una Coca-Cola, así que después de aparcar entraron. El dependiente era un veinteañero con cara de drogado que los miraba ausente. Katya cogió la Coca Cola y Bill una caja de chicles, que no le vendrían mal para no adormilarse. Se acercaron al mostrador y Bill sacó la cartera.

-¿Cuánto le debo?

El dependiente le miraba sin verle. No respondió.

-He dicho que cuanto te debo, empanao.

El otro tampoco respondió ahora. Bill era un tío guay, si no le cabreabas. Y este crackero de mierda lo estaba cabreando.

-¡Vamos a ver, drogadicto de mierda, te he preguntado cuanto te debo, y tú, mamón, en vez de responderme, me miras con tu p… cara de sobredosis!- dijo Bill, zarandeándolo furiosamente y con el rostro enrojecido. Katya lo intentó parar, y al final lo consiguió. El dependiente cayó contra la pared, con la frente perlada de sudor. Un hilillo de sangre le caía por la oreja, cuello abajo. Mientras, Katya calmaba a Bill.

-¡Déjalo Bill! Está en coma. Llamaremos a la policía y después nos largaremos, no quiero más líos por hoy.  

- Vale, yo tampoco, pero ya sabes que los anormales me ponen muy nervioso.-la miró a los ojos y dijo- ¿repostamos de gratis?

- Bill, eres un maniático de mierda- dijo ella simpáticamente.

En ese momento, el dependiente cayó sobre Bill, clavándole un bolígrafo en la mano. Bill comenzó a aullar de dolor y se abalanzó contra Josh, golpeándole con los puños en la cabeza. De repente las luces volvieron a titilar. Pero no como antes, ahora se apagaban y se encendían rápida y violentamente aterrando a Katya, dado que los otros estaban demasiado ocupados como para preocuparse por eso. Katya se acercó a ellos para intentar pararlos. Justo en ese momento, las luces se quedaron encendidas, quietas. Afuera se oía un motor rugiendo, como un oso que quiere atacar pero no se decide a hacerlo. Entonces todo se volvió confuso y veloz, la cristalera se hizo añicos, el coche de Bill embistió a Bill y a Josh, creando una escena harto desagradable y Katya huyó a la trastienda gritando aterrorizada. Se metió en un baño e intentó calmarse, llorando. Estaba espantada, Bill estaba muerto, el dependiente era carne picada como Bill, estaban llegando a Nueva York, pero tuvieron que parar, no, no, no, Bill estaba muerto, era un día tranquilo y todo se había vuelto tan sangriento, todo eso lo estaba pensando, pero sentía como si alguien la estuviese escuchando. Se miró en el espejo, tenía la cara llena de trocitos de cristal, pero sus ojos ya no eran azules, ya no eran azules como el cielo de Ibiza, como le decía Bill antes, antes de morir. Eran rojos, estaban llenos de lágrimas, rojos como la sangre, rojos como la venganza, decía una voz retorcida y maligna en su cabeza. Lo eran. Eran los ojos del mal, si en cada persona había un mal interior, a ella se le estaba escapando por la mirada y si se le escapaba lo destrozaría todo como de pequeña, haría que todo se destrozase a sí mismo y eso no era bueno, no lo era no, no, no, no era bueno, lo destrozaría todo, ya notaba el ruido y la pared se comenzaba a agrietar y el espejo temblaba, temblaba mucho. Los azulejos del baño comenzaban a caerse, la bombilla de la lámpara del techo explotó en pedazos, la puerta salió despedida hacia atrás, arrancada de sus goznes, como si un monstruo le hubiese dado una patada brutal. Lo cierto era que había pasado algo parecido. Katya, brutal y psicótica, salió del baño, limpiándose la sangre de la cara. Los cristales salieron de su piel solos y quedaron levitando en el aire. Ella ya solo era una extensión de su ira. Las lámparas explotaban sobre ella, la pared se deshacía en una polvareda a cada paso de Katya, su ira se había convertido en todo, un animal que arrancaba pedazos de madera y empapelado de la pared, que mordía el techo e inflamaba el aire pugnando por explotar. Su terror la había matado, solo quedaba un monstruo que perseguía a otro monstruo. Katya había intentado calmarse recordando las piernas rotas y las caras desfiguradas de los abusones que la perseguían en primaria, destrozados por su mente, pero la imagen de Bill aplastado por su propio Chevy encima de un adolescente muerto incendiaba sus recuerdos, convirtiéndolos en pensamientos que destrozaban todo lo que la rodeaba. La puerta de metal de la trastienda se comenzó a arrugar como una bola de papel, chirriando desagradablemente. Finalmente cayó y Katya pasó sobre sus encorvados restos. La tienda estaba a oscuras. Se acercó a donde había dejado a Bill y a Josh. Solo había una silueta, la de Josh, en una situación que es mejor no describir por su crudeza. Un rastro de sangre se alejaba  hacia las estanterías. La tétrica luz del congelador del fondo de la tienda le daba un aspecto más tenebroso de lo que ya era al momento, haciendo brillar el carmesí de la sangre sobre el suelo blanco lleno de cristales. Parecía como si Bill se hubiese arrastrado hacia algún lugar… o como si alguien lo hubiese arrastrado. Se dirigió hacia el lugar adonde llevaba el rastro. Justo al llegar al pasillo del congelador giraba hacia la derecha. Mirando hacia ese lado Katya vio una silueta que se retorcía en el suelo, presumiblemente Bill, y a otra más oscura de pie, pero encorvada sobre él. Katya miró al techo y las luces se encendieron. Eso hizo levantar la mirada al monstruo. Bill estaba en el suelo, acabando el rastro de sangre. Debía tener una herida interna pero aun así resistía, a pesar de lo que indicaba la sangre que le salía de la boca cayendo sobre su barbilla. El monstruo también sangraba por la boca repugnantemente. Katya sabía que esa sangre era de Bill, y dedujo rápidamente lo que había pasado. Y no era agradable. El ser era un hombre alto, grande, imberbe, musculoso, vestido con una gran gabardina negra, unos pantalones marrones llenos de manchas y una camiseta blanca manchada de sangre. Tenía una frente muy, muy irregular, surcada de venas, y unos ojos verdes y psicóticos, a pesar de los cuales el resto de sus facciones aniñadas le daban un aspecto de idiota bastante cómico. Katya notó como intentaba colarse es su mente y destruirla desde ahí, y lo repelió, lo que provocó que en el plano físico el telequinético saliese volando contra una estantería llena de refrescos. Cayó al suelo golpeándose la cabeza, cómicamente despatarrado entre latas abolladas y botellas rotas, cuyos contenidos iban formando un charco en el suelo, mezclándose con la sangre del mutante. Éste se levantó medio atontado, agarrando una botella rota con la que torpemente intentó golpear a la chica. La botella le explotó en la mano, y los cristales se le clavaron en la mano y la muñeca, haciéndole gritar espantado y doblarse y retorcerse en el suelo por el dolor. Intentó levantarse, pero ella lo obligó con solo un pensamiento a caer de rodillas. Sentía el miedo de ese ser, ese miedo lastimero y repugnante que emite el mal cuando siente que se acerca su hora. Ella concentró toda su ira sobre él. Comenzó a oírse un sonido constante de rotura de huesos. Él gritó salvajemente e intentó alargar los brazos hacia ella, pero sus huesos se rompieron como si fuesen frágiles palillos, abriendo horrendas heridas en sus brazos. La cabeza se le giró en dirección contraria al cuello, provocando un crujido horrible, y finalmente cayó al suelo, muerto. Ella se deslizó exhausta sobre una pared hasta sentarse en el suelo y sacó el móvil. Mientras llamaba a una ambulancia para Bill, que estaba inconsciente, se fue calmando. Hizo rodar hacia sí misma una lata de Coca-Cola poco abollada y la abrió. Sí… ya se iba calmando.

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Mientras llegaba al hospital en la camioneta de un buen hombre, que se había ofrecido a llevarla cuando los de la ambulancia dijeron que solo podían llevar a Bill debido a su grave estado, reflexionó sobre el día. Ella se había descontrolado y había asesinado a un mutante idiota y caníbal; Bill había sido atropellado por su propio coche y un mutante se había comido su lengua; y el chico de la gasolinera había sido hecho picadillo por un Chevy de los 70. Y al mutante que le j****. Hubiera sido mejor seguir sin gasolina.

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⏰ Última actualización: Jul 01, 2019 ⏰

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