Los dos hombres caminaban por la oscura callejuela, con cuidado de que el pegajoso y maloliente fango no ensuciara sus relucientes zapatos, con escaso éxito. Al fin, alcanzaron la puerta por la que se filtraba la única luz que iluminaba el tenebroso pasadizo, y que también dejaba escapar un lejano bullicio de risas y música.
Uno de ellos, alzó su bastón y con la maciza cabeza de plata, dio dos secos golpes en la desconchada madera que un día estuvo pintada de rojo. Al instante, una mirilla se abrió y unos ojos escrutadores aparecieron, examinándolos de arriba a abajo. No parecieron muy complacidos con lo que vieron.
— Que quieren— preguntó una ronca voz.
— Venimos a ver a Tomás.
La mirilla se cerró de golpe, y la puerta se abrió. Ambos hombres entraron, deteniéndose un instante en el umbral para echar un vistazo. El interior del garito, que era apenas un sótano o antigua bodega, a juzgar por las grandes vasijas que aún se veían adosadas en alguna de las paredes, se encontraba abarrotado. Un montón de hombres y unas pocas mujeres sentados en mesas y taburetes de madera, bebían en jarras de barro lo que parecía ser vino peleón, a juzgar por el fuerte olor que flotaba en la estancia. Mientras, en una esquina, una gitana con un vestido escotado cantaba y bailaba, golpeando el suelo con los pies descalzos, acompañada por un hombre a la guitarra, aunque nadie, en medio del bullicio de risas y gritos, reparara demasiado en ellos.
Uno de los recién llegados, un hombre de cabellos y espeso bigote rubio, se quitó la elegante capa que cubría sus hombros, y al tiempo que dibujaba una pequeña sonrisa de disculpa, le dijo a su acompañante, encogiéndose de hombros:
— Al menos se está caliente.
— Tú siempre encuentras algo bueno que decir sobre cualquier cosa. Pero aparte de un poco de calor, poco encontrarás aquí que valga la pena— contestó el otro, mientras miraba desdeñoso la escena.
Sin embargo, avanzó hasta la larga mesa que hacía las veces de barra del improvisado bar, y dirigiéndose al rubicundo hombre que se ocupaba de secar vasos tras ella valiéndose de un paño mugroso, preguntó:
— ¿Tomás?
El camarero se limitó a señalar con la cabeza hacia una de las mesas, donde un grupo de hombres jugaba a los naipes. En cuanto los vio, uno de ellos, un hombre pequeño y de movimientos nerviosos dejó las cartas sobre la mesa, e indicó a los demás:
— Ahuecar el ala. Tengo negocios que atender.
Todos se levantaron rápidamente, procurando recoger rápidamente sus ganancias, y dejando las sillas libres. El hombrecillo, medio levantándose y con una sonrisilla en los labios, invitó con un gesto a los recién llegados a ocuparlas.
— Buenas noches Señor Muñana —saludó al del bigote —Hace mucho que no tenía el placer de verle.
— Sin nombres por favor. No quiero que ningún oído curioso me relacione con este sitio.
— No ponga cuidao, que yo no diré una miaja... ¿Y su amigo es...? Digo, como hago pa llamarle, si tengo que.
El rubio observó a su compañero un instante. Alto, distinguido, moreno y vestido de negro, mostraba en ese momento un gesto sombrío.
— Este es el señor Nadie. Dejémoslo así.
— Muy bien entonces. Dígame, que se le ofrece. No hacía falta que se viniese hasta aquí, menos en una noche tan desagradable como esta, que paeciese que caen chuzos de punta. Si hubiese avisao usted, le hubiese servio a domicilio. Ya sabe, a un buen cliente, lo que necesite.
— Cierto..., muchas gracias. Pero tenemos cierta urgencia y además, la petición que debemos hacerle es un tanto peculiar, por lo que prefería tratarlo con usted en persona. Además, ...
— ¿Peculiar?, ¿quie deci, raro? Seguro que podremos apañarle algo, aunque ya sabe, las cosas "raras" salen más caras —advirtió, ahora más interesado en hurgar con un palillo en su dentadura.
En ese momento, una mujer se acercó hasta su mesa. Era joven y bonita, y vestía un vestido rosa, con numerosos volantes, quizás demasiado estrecho en la zona del busto.
— Vaya, mira lo que ha traído el gato —dijo con voz insinuante, al tiempo que acercándose al atractivo hombre moreno, le ponía una mano sobre el hombro —Quizás a este elegante caballero le apetecería pasar un buen rato.
El hombre, observó un momento a la muchacha con interés, hasta que esta, sentándose en su regazó, le dedicó una amplia sonrisa, mostrando una dentadura negra de dientes carcomidos.
—Apártate —ordenó rígido el hombre.
— Venga Manuela, no molestes –le dijo Tomás, al tiempo que cogiéndola de la muñeca la levantaba bruscamente echándola a un lado. La chica se alejó, pero no sin antes dedicarle un gesto obsceno.
— Que te dije Fernando, estamos perdiendo el tiempo –dijo el supuesto señor Nadie a su amigo.
— Espera. Seguro que Tomas tiene algo mejor que ofrecernos.
— ¡Por supuesto que sí! Solo tienen que decirme que quieren.
El llamado Fernando miro a su amigo, con las cejas levantadas, como pidiendo permiso para continuar. El otro, indicándole que siguiera con un gesto, al tiempo que con un suspiro resignado, sacaba un cigarro y procedía a encenderlo.
— Verás —comenzó Fernando—, no buscamos una de tus pequeñas rameras de puerto —dijo indicando a la muchacha que acababa de irse, que ahora, sentada en el regazo de un hombre con aspecto de albañil, se reía a carcajadas de lo que este le susurraba al oído. –Buscamos a alguien con buen aspecto y que sepa comportarse. Alguien con clase.
— Tengo exactamente lo que queréis ¿ves cómo solo tenías que decirlo? Precisamente conozco a una viudita, preciosa, pero que la pobre ha caído en desgracia recientemente. Por un módico precio será de lo más cariñosa. Es alguien que hasta hace bien poco, se codeaba con lo mejorcito de...
— No nos vale —espetó el señor Nadie de repente.
— ¿No? —dijo el otro, sorprendido, pues creía haber encontrado exactamente el artículo que le pedían.
— No. Le diré exactamente lo que quiero. Quiero a alguien atractivo, que sepa comportarse en los mejores ambientes. Distinguida. Pero que al mismo tiempo, sea capaz de sisar una cartera como el mejor ratero de todo Madrid.
— ¿Cómo? —dijo, anonadado.
— Ya me ha oído. No busco que me calienten la cama. Busco a alguien para hacer un trabajo. Pero que cumpla con esas características.
Tomás se encontró perplejo por un momento. Pero en su carácter no estaba el dejar escapar una oportunidad, así que, rebuscó en su mente hasta dar con la solución, hasta que finalmente, cuando ya los otros se iban a levantar para irse, dijo.
— Esperen...Creo que..., sí. Creo que tengo algo que les irá bien, como miel sobre hojuelas, ya lo verán. Claro que sí.
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La ladrona
Historical FictionCuando Fernando y Alonso dan con Angela, no pueden creer su suerte, aquella joven será perfecta para el trabajo. Pero, al oír las barbaridades que salen de su boca, comienzan a arrepentirse de su decisión. ¿Podrán pulir aquel diamante en bruto a t...