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愛の手紙。
⠀ era una mañana normal en yokohama, habían papeles y rutinas que completar, también un pequeño revoltijo en su estómago al mirar hacia la ventana. kunikida temía que esa tranquilidad acabara en algún momento y el cielo se nublara, como en cada caso solía suceder.
en otro rincón estaba el holgazán de dazai, persuadiendo a atsushi que saliera a hacer un encargo que le había tocado a él; se levantó de su asiento con el ceño fruncido y los brazos cruzados.
──anda, atsushi-kun. ¡sé un buen niño y hazme ese favor! ──murmuraba el muchacho cubierto de vendas, con sus manos unidas.
──¿por qué quieres hacer que el mocoso vaya cuando te lo han encargado a ti? ──dazai sonrió con coquetería y explicó sin vergüenza alguna.
──porque es el único que está aquí y yo quiero pasar el rato contigo, kuni. ──el hombre rubio suspiró y miró al chiquillo, este se alejaba de a poquito, con la cara roja.
──ve con los hermanos tanizaki, atsushi, están en la cafetería. ──atsushi asintió y salió corriendo sin detenerse a mirar como kunikida abrazaba a osamu.
ninguno habló, solo se quedaron parados allí, unidos por el calor de sus corazones y sus respiraciones. cuando dazai se alejó con una risita, kunikida volvió a la realidad, pues había estado sumergido en la colonia dulzona del muchacho de cabello desordenado.
──dazai, no debes ser mal educado con el mocoso. podías pedirle amablemente que...
──shh, kuni-kun. ──colocó un dedo en los labios del hombre y con su otra mano tomó un sobre que yacía en su escritorio──. no es un día especial pero quería darte esto. ¡no lo leas frente a mí!
kunikida se dio cuenta que era una carta de amor cuando el rubor apareció en sus mejillas, así que con sumo cuidado tomó el rostro de osamu con una mano y se inclinó para besar sus labios tiernos como la miel.
──gracias, osamu. aún no sé cómo haces para ser tan bello sin esforzarte ──susurró en su boca, volviendo a besarlo──. cómo puedes ser tan angelical y diablillo a la vez, cariño.
──kuni, te quiero. ──unieron sus narices en un beso esquimal y el hombre rubio alzó al muchacho para llevarlo hacia su escritorio, para estar cómodos y melosos. como siempre que estaban solos.
ese mismo día a la noche, kunikida había dejado la luz del velador encendida y, leyendo esas palabras nerviosas de su pequeño novio, se preguntaba cómo alguien tan desordenado podía ordenarlo y hacerlo sentir tan feliz con solo sonreír.
se acostó nuevamente y abrazó el cuerpo de su novio, besando su nuca con el calor subiendo por su rostro.