Astrid se encontraba sentada en medio de una alfombra de colores. Alrededor de ella estaba Damián, su pequeño sobrino, corriendo en círculos con los brazos extedidos, como un avión. El pequeño se dejó caer al suelo, haciendo que sus juguetes dieran un saltito.
Era un niño blanco, casi pálido, con ojos grandes, del color de la miel, brillantes, llenos de vida. Con mejillas carnosas, rosadas, que se alzaban en cuanto el pequeño esbozaba una de sus sonrisas, tiernas e inocentes. Astrid sonrió.
-¿Podemos ir al parque?- Damián se acercó a ella y se sentó a su lado. Astrid asintió.
-Si me regalas un beso...- el niño se levantó con una sonrisa y le plantó uno en la mejilla.
-¿Me llevas al parque?- preguntó de nuevo, sonrojado, con las manos en los bolsillos. Su tía se levantó de la alfombra, casi de un salto, para sacudirse el poco polvo que le había quedado pegado en los jeans.
-Toma los juguetes que quieras llevar...-le revolvió el cabello antes de salir de la habitación- Alcánzame abajo.
Damián corrió hacia el baúl de madera oscura que descansaba a un lado del armario. Lo abrió con esfuerzo, dejando escapar un suspiro. Dentro estaban Mr. Atómico, Lady Sorpresa y su balón gastado de basquetbol. Tomó a Mr. Atómico, sujetándolo contra su pecho, ese era su muñeco preferido. Vestía de verde con calzoncillos morados por encima del traje, su capa era del mismo color del calzón. Estaba sucio y raspado, gracias al todo el uso que le daba Damián. Cerró el baúl de golpe, con un ruido ensordecedor.
Astrid tomaba zumo de naranja, mientras hablaba con Angelina, su hermana mayor.
-¿Ya te sientes mejor?- Angelina hizo a un lado la tabla para cortar. Miró con compasión a su hermana, que miraba al suelo, distante. Suspiró.
-¿Sabes algo más del muchacho?- la miró con atención, los últimos días se había mostrado preocupada por aquel que había encontrado (si se le podía llamar así), en cuanto la ambulancia se perdió de vista sobre la calle Astrid volvió con paso inseguro a la casa de su hermana. Tenía el rostro pálido, la sangre le repugnaba.
-No.- Suspiró. La curiosidad la comía desde dentro. A un lado de ella estaba Damián, que acababa de llegar con su muñeco en los brazos. Le tomó de la mano que tenía libre.
-¿Iremos al parque?- sonrió a su madre, que lo miraba desde arriba. El rostro de la mujer rebosaba ternura, Damián corrió hacia ella, abrazándola por sorpresa. Sus pequeños brazos apenas alcanzaban a rozarle la cadera. Angelina lo levantó sin esfuerzo, era un niño delgado para sus cinco años. Le besó la mejilla.
-¿Se irán ya?- se dirigía a Astrid. Dejó al pequeño en el suelo. Astrid asintió. Angelina volvió con las verduras y la tabla para cortar. Damián corrió a la puerta, no sin antes despedirse de su madre con un beso.
Afuera estaba fresco. El sol era cubierto por nubes que alertaban sobre una posible lluvia. El parque estaba a unas cuantas calles, por lo que no tardaron mucho en llegar. Ya empezaba a oler a tierra mojada.
-No te alejes mucho- despeinó con suavidad a su sobrino. El niño corrió lo más rápido que pudo hacia las resbaladillas, Mr. Atómico colgaba de su mano. Astrid camino con tranquila a los columpios y se dejó caer al más cercano a la resbaladilla donde Damián estaba haciendo un escándalo.
El columpio era amarillo desgastado. Sacó el celular de su bolso, no tenía batería.
Por los siguientes treinta minutos se dedicó a ver jugar a Damián, que ya había hecho amigos. Una niña morena con un vestido rojo y el cabello negro brillante corría tras el, mientras un tercer niño los seguía. El último pequeño era pelirrojo, menor tanto en edad como estatura de Damián, llevaba pañales y un chupón.