Pequeños demonios (Capítulo único)

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"Incluso los demonios habitan en los cuerpos infantiles. La oscuridad no conoce de edades, como tampoco la muerte".

El despertador aún no había sonado cuando Amalia ya estaba despierta. En su rostro se dibujaba una enorme sonrisa, quizás era porque el periodo escolar pronto culminarían o tal vez estaba convencida que ese día cambiaría su vida para siempre; precisamente así sería, pero la ingenua niña no tenía idea de las implicaciones de la transformación.

Sus padres aún se encontraban en esa lucha diaria por despegarse de las sábanas, su hermano menor Darwin, ya estaba dando tropiezos por la casa. El infante de apenas cuatro años, parecía nunca dormir, ni tampoco necesitarlo.

Amalia, entusiasmada por ese viernes veraniego, decidió prepararse para su día escolar. Colocó sobre su pecho infantil la blusa blanca; posó sobre sus rellenitos muslos la falda de cuadros, subió por sus pantorrillas las largas calcetas blancas; alisó el uniforme, intentando acomodarlo lo mejor posible, aunque a la altura del obligo se alcanzará a ver su piel abultada, resultado de comer demasiadas frituras por las tardes y olvidarse de hacer los ejercicios. Se puso sus zapatos escolares y peino su largo cabello negro, su madre estaba demasiado ocupada para ayudarle con las trenzas, así que decidió que hoy llevaría el cabello suelto. A sus ocho años, aquella era la máxima acción de rebeldía e independencia que un infante podría tener.

Se miró por unos breves minutos en el espejo, hasta que esa vocecilla en su interior comenzó a inquietarle, intentando desvanecer la sonrisa de su rostro. El aroma de huevos fritos le hizo gruñir el estomago, como un animal hambriento, se arrastró hasta la cocina, pero hoy su madre no parecía estar de ánimos y únicamente preparo el desayuno de Darwin.

–Mamá, yo también tengo hambre –dijo suplicante a su progenitora, que consumida por la rutina diaria, el estrés del trabajo y la carencia de dinero, ignoro por completo a la menor.

–¡Gorda! –dijo una voz infantil y chillona, era Darwin, quien embarrado con el huevo le dio un fuerte abrazo a su hermana.

–No me digas gorda –dijo molesta, liberándose de los brazos pegajosos de su hermanito.  

–Pero si eres gorda –replicó el niño con inocencia, ignorando que sus palabras eran tan filosas como una navaja, se hundían en la profundidad del corazón de Amalia, desgarrando su autoestima. Ella era una niña que siempre había sido obesa y nunca le había molestado, sino hasta hacía unos seis meses, cuando en el colegio empezaron a llamarla  "manatí" en un son de burla.

–No soy gorda, ¡Negro! –exclamó con furia, dejando salir de su interior a su pequeño monstruo iracundo –Soy de huesos amplios, por eso me veo más grande, pero no soy gorda. Cuando llegué a los quince voy a crecer mucho y seré más flaca que papá, él me lo ha dicho –agregó con cierta alegría –En cambio tú si eres gordo, ¡mira esos cachetes! –dijo y pellizcó las mejillas regordetas de su hermanito.

–No es verdad –peleó el infante –¡Suéltame! –exigió, sus mejillas se tornaron rojizas por el fuerte pellizco de su hermana;  sus pequeños ojos cafés se llenaron del brillo previo al llanto, y como un acto reflejo, las lágrimas se aventaron por la cuenca de sus ojos, en un acto suicida, cayendo de prisa por los bordes de su rostro hasta extinguirse en su cuello. Amalia, consciente de las implicaciones que traía consigo hacer llorar a su hermano menor, huyó de prisa de la casa, cual si fuera un bandido que había atacado a una solitaria víctima en la confidencia de su hogar.

Esa mañana en particular no se despidió de sus padres, los notó demasiado preocupados y molestos, probablemente habían vuelto a discutir por la falta de dinero. Desde que ella tenía memoria, el dinero había sido el motivo de muchos pleitos en su familia; por ello empezaba a considerar que el dinero era el peor mal, incluso mayor que la muerte. Cuando su abuela murió toda su familia se reunió a llorarla, eran todos como hermanos, y cuando hubo que pagar las cuentas comenzaron los pleitos.  Lo recordaba bien, porque su tío Alberto hizo un escándalo en la puerta de su casa.

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