Tres: Un camino rocoso (epílogo).

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Al llegar a casa, mi madre estaba observándome con orgullo. Y es que su hija, la que parecía más un gato que un humano -aunque lo era-, estaba usando un vestido y al mismo tiempo, estaba sonriendo. O sea, no estaba haciendo gran drama por llevar puesto ese tipo de ropa y mucho menos la estaba odiando. Probablemente, brinqué muy alto en algún momento y me había teletransportado a una dimensión paralela a la real. Debía ser eso. Como era de esperarse, no pasó desapercibida la suciedad que tenía en algunas partes de mi rostro, rodillas y manos. Y entonces me di cuenta que del rostro de mi mami, salió una sonrisa, coloreando todas sus bellas facciones.

-Hola, Cat -me saludó y yo corrí para treparme sobre ella como si fuese King Kong en la torre y besé sus rosadas mejillas fuertemente mientras ella reía.

-¡¿Me extrañaste?! -le pregunté.

-Mucho, pequeña -me aseguró con un beso en mi nariz.

-¡¿Lloraste por mí?!

-No muc...

-¡¿Le rogaste a tu Dios para que volviera?!

Ella se comenzó a reír y no pude evitar admirar su belleza mientras lo hacía. Si algo podía asegurar, era que mi madre era la persona más hermosa del planeta. ¡Más bella que Afrodita!

-Me daba latigazos pidiéndoselo.

-¡Yo no te permitiría eso! ¡Nadie te toca! ¡Ni tú misma! ¡Eso sobre mi gatuno cadáver!

-Oh, debes ver la piscina de sangre que hice. No te vayas a resbalar.

-¿Dónde está Carrie? -le pregunté mirando hacia el pasillo de las escaleras y claro, ignorando su broma de mal gusto.

Y en cuanto respondió, salí corriendo como gato desesperado hacia nuestro encuentro. Estaba muy feliz, tenía que decirle algo a Carrie urgentemente.
Para mi sorpresa, ella estaba frente al espejo observando sus ojos. Los cuales los había decorado con un lápiz extraño de color negro, ella le decía delineador.
Mi próxima tarea como niña de vestidos, sería comprarme un diccionario con todas esas palabras como sorbete, licra, delineador y una que escuché que decía mi mamá, un tal diadema. Sonaba aterrador.

-¡Carrie! -grité desde la cama, brincando y sonriendo.

-Ah, veo que estás usando una licra.

Asentí.

-¡Adivina qué! ¡Adivina qué!

Rodó los ojos junto a una sonrisa.
Sin poder aguantarlo más, lo solté. Incluso sin dejar que me respondiera.

-¡Mis novios ya no te mandaron saludos!

No es que me alegrara, o tal vez sí. Pero si ellos no habían mandado saludos, era porque ya no estaban tan interesados en ella, porque estaban más ocupados halagándome y porque empezarían a coquetear conmigo.
Carrie no pareció sorprenderla o hacerla enojar, no, al contrario, comenzó a reírse levemente.

Carrie estaba loca.

-¿Y esa curva labial qué?

-Pues nada -dijo cuando sus hombros dieron un pequeño brinco en su lugar -, me da risa que te emocionen los muchachos. Ya estás creciendo.

-Siempre me han emocionado, Carrie. Nos divertimos mucho y claro que los espero con ansias.

-Entenderás lo que digo cuando estés grande: las hormonas se te alborotarán. Pero al parecer, comienzan a vivir desde ahorita.

-¿Las hormonas son bichos?

♡ ♡ ♡

Aquellas noches, en las que últimamente cambiaba, me daba por pensar mucho.
No pensaba en mis travesuras, ni en mis muñecas; y mucho menos pensaba en operaciones o en la fotosíntesis, no. Yo me ponía a pensar en el día siguiente, o en el siguiente del siguiente, o en el que le sigue. También en el día pasado, y el anterior al pasado...y era raro, porque a veces me podía quedar así por horas. Mi papá se asomaba a mi habitación y me regañaba un poquito por seguir despierta, y terminaba yéndose con las palabras "Ay, estas niñas" en la boca.

¡Era inevitable! Ya que por primera vez en mi vida, me daba cierto miedito seguir lo que estaba haciendo. Era divertido, extraño y me gustaba, sí; sin embargo, yo siempre me quejaba de las niñas como mi hermana.

Papá tenía razón cuando me llamaba loquita.

Cuando se trataba de alguna aventura, o aprender algo nuevo, lo hacía, me lanzaba sin pensarlo, y me emocionaba. ¿Cambiar yo? Eso era lo que me hacia temer un poco.
Estaba llevándole la contraria a mis principios. Estaba llevándole la contraria a embarrarme en el lodo con las oruguitas. También a hacer castillos con cajas que me encontraba. Era raro, en las películas de princesas que había visto, nunca aparecían haciendo algo de lo que yo hacia. Hacían cosas más raras como correr sin un zapato, vivir con personitas pequeñas, dormir mucho tiempo, nunca de los nunca cortar su cabello, escapar de su castillo y hasta ser esclava de un perro de dos metros. Tal vez yo no estaba tan grave. Las princesas sí eran unas loquillas.
Pero bueno, el punto era que, me sentía indecisa sobre algo tan insignificantemente importante como mi ropa.

Tenía miedo. Un miedo extraño. Me invadía la mente como una epidemia de varicela. O como changos a una penca de plátanos.

Más bien como yo atacando un tazón de leche de coco.

Debía admitir que sería un recorrido algo difícil para mi. Y más cuando tenía que aprender acerca de todo eso de manicure, orzuela, delineador y así. Por otro lado totalmente diferente, estaba que moría de emoción.
¿Qué pasaría conmigo dentro de un tiempo? ¿Seguiría siendo realmente Cat? ¿Me volvería aburrida? ¿Le gustaría a mamá y papá mis cambios? ¿Mis novios seguirían siendo míos? Y, ¿podría tomar leche de coco en un tazón? ¡Tantas cosas que pensar y hacer! ¡Mi guardarropa estaría más lleno!
Si tan sólo hubiera podido seguir siendo tan feliz como lo era entonces, toda la vida nada más.

Estaba segura que aquella nueva etapa de mi vida, sería muy interesante e incluso, la mejor.

Y no me equivocaba.

¡Oh, Cat!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora