El Exiliado Monarca de las Sombras

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-En un pueblo pequeño de Kioto-

Era una fría noche de invierno, la luna estaba en el pináculo del cielo observando con desdén a los simples humanos, el fuerte viento divino merodeaba por las desoladas calles del pueblo, las estrellas lúcidas ornamentaban el cielo con su luminosidad sublime.

En un simple patio de una posada se encontraba un hombre sentado en el  suelo de un pasillo de madera, estaba contemplando un pequeño lago artificial que había en el lugar, débilmente levantó la cabeza y miró hacia el cielo observando al imponente astro y sus tenues rayos lunares.

Él estaba con unas ropas negras hechas jirones, tenía un sombrero de paja teñido de negro y una katana con una funda de color azabache. Su rostro blanquecino como el jade estaba esculpido por los celestiales, su mentón mantenía una barba de un par de días sin rasurar, sus ojos azules como el mar brillaban llenos de una frialdad lacerante, pero un leve rastro de melancolía se infiltraba por ellos. Su cabello largo y negro estaba suelto dejando a la vista una esplendida cabellera que daría la envidia de muchos hombres e incluso mujeres. 

Bajó un poco la mirada, su expresión demostraba la de un hombre completamente devastado y destruido que había estado bebiendo día y noche sin parar.

―Es más fácil esquivar la lanza, mas no el puñal oculto... Lamentablemente hermano Go-Toba no me hiciste caso cuando te aconseje ―Una mirada de decepción se apreció en su rostro. Prosiguió―: Preferiste escuchar a esa traidora e ignorante concubina imperial que a tu viejo amigo que te cuido por años.

La angustia inundó el patio mientras el hombre pasaba el tiempo recordando las lejanas e inolvidables memorias del pasado, su días enteros los consumía surcando en su mar de recuerdos y bebiendo vino de varias calabazas. 

El río del tiempo sí que es despiadado con las personas, a través de los eones hubo muchas personas que sufrían de la misma forma que este sombrío caballero.

―Uno de tus errores te costó toda tu extravagante y gloriosa vida. Seguramente ahora estas ahogándote en tus arrepentimientos en esas islas que no te darán lo que en algún momento tuviste. Un error momentáneo llega a ser un remordimiento eterno.

Un hombre salió por una puerta y se sentó junto al hombre de negro, él llevaba unas ropas normales, sin embargo, tenía un aura imperial y un porte elegante que demostraba no ser alguien común.

Él hombre de negro no se hizo problema por la persona que había llegado y siguió reflexionando como estaba antes de que el hombre llegara, para él era como si no existiera hasta que quisiera que lo hiciera.

El tiempo voló, en el transcurso de dos palillos de incienso el hombre se dispuso a hablar.

―Hermano mayor, no te hagas problemas tú diste lo mejor de ti para advertirle al hermano menor Go-Toba, a pesar de todo él fue el ciego que no acudió a tus palabras. Tal vez él no confiaba en ti con sinceridad; Se conoce la cara de una persona, pero no su corazón.

―No hables así del hermano Go-Toba, cuando éramos pequeños siempre te cuidó y no dejó que nada te pasara, él tiene un corazón blando ―comentó el Monarca con una expresión digna como si estuviera regañando al hombre―. Dejando eso de lado ¿Qué haces por aquí hermano menor?

―Nada, nada... Solamente vine a ver a un viejo amigo, ¿acaso eso está mal? ―El hombre sacó una calabaza desde su ropaje y bebió un poco de vino, luego le pasó la calabaza al Monarca.

―Viejo zorro, se que estas aquí por algo. Intentaste escapar del lago del dragón para caer en la guarida del tigre, tú no eres así ¿Qué pasaría si te ejecutó ahora? ―Una intensa sed de sangre se emanó del Monarca he hizo que el hombre elegante se pusiera pálido de inmediato al punto de botar una bocanada de sangre, la increíble presión no paró he incluso comenzó a elevarse.

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