Búhos de papel

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Quizá fuese en parte correcto decir que el muy maldito le recordaba a esas aves nocturnas que no pegaban ojo por estar alertas o traumadas o muy jodidas o yo qué sé. ¿Qué llevaba a un búho a trasnochar? Su condición natural, por supuesto. No obstante, Shoto bien podría ser un jodido búho también. O bien un búho muy jodido. Era igual.

Katsuki podía admitir eso, aunque nunca en voz alta.

Pero eso no implicaba que su decisión se viera influenciada de ninguna manera por aquella idea bastarda. ¿Por quién lo tomaba? Que se fuera a la mierda, el muy cabrón.

La rehabilitación que estaba recibiendo simplemente debía ajustarse a sus intereses para que le resultara más sencillo llevarla a cabo (hicieron falta horas para convencerlo siquiera de que tomara la terapia, así que ninguno de sus compañeros de trabajo estaba dispuesto a lidiar con otra nimiedad que Bakugou pudiese convertir en un problema de talla mayor y le dejaron decidir). Y si a Bakugou Katsuki le interesaban más los búhos que las malditas grullas a la hora de doblar papel, nadie iba a cuestionarle. Así era y punto.

Nadie normal iba a cuestionarle, al menos. Pero Shoto Todoroki no lo era, precisamente.

Él era un jodido búho.

Y, cual buen búho, le miró con ojos expectantes y redondos la primera vez que le encontró trabajando en uno de esos animalejos de papel. Era amarillo fósforo y tenía la cabeza un poco chueca, desproporcional al tamaño del cuerpo. Y por si acaso eso no le parecía suficiente para traer a Bakugou con un humor de perros, rumiando por aquí y por allá todo el día, Todoroki permaneció inmóvil, observándole desde una esquina de la habitación.

― ¿Qué? ―gruñó Katsuki con hastío cuando se hubo cansado de su jueguito de mierda.

El muy imbécil de su novio no había articulado palabra hasta el momento; se había limitado a disfrutar en silencio de sus (ciertamente torpes) movimientos deshaciendo y rehaciendo al ave. Katsuki no soportaba ese mutismo crónico, que era una patología genética extraña y muy jodida a la que, un poco más o un poco menos, se había acostumbrado.

Es decir, tras tantos años como una pareja, en todo sentido, Katsuki era bastante capaz de entender los tipos de silencio de Todoroki, así que no había mayor problema con eso. Tanto en el campo de batalla como en la cama, le resultaba esencial comprenderle.

Su problema llegaba cuando se trataba del silencio expectante de Shoto; no del de acecho, sino el de nerviosismo líquido. Como el silencio que forma un niño que cuida de una cría de ardilla en el parque o el que produce un venado que respeta a los insectos y evita pisarlos a consciencia. Como el silencio de un búho muy jodido que custodia sueños desde las copas de los árboles, envolviéndoles bajo su amable ala. Siempre alerta, sí, aunque extrañamente angustiado.

Katsuki no soportaba que lo viera así.

―Es bueno que aceptaras la rehabilitación ―inició Shoto. Katsuki no evitó chasquear la lengua, fastidiado de no saber qué decir y alterado por haber reconocido la jodida sonrisa de alivio en sus palabrejas―, y me gusta que eligieras hacer búhos en origami, Katsuki —explica. Eso o se jode intentando explicarse, porque sólo provoca que a su novio se le calienten las venas.

Y es que Katsuki está seguro de una cosa: lo único que quisiera es no entender lo suficiente a Shoto. Al menos así podría fingir como se debe que sus palabras no se le clavan en el cuerpo; que no le traban el alma o le roban el aliento. Sin embargo, los años no pasan en vano, y Katsuki entiende perfectamente el significado tras esa frase de pacotilla. Entiende las implicaciones y que lo verdaderamente importante queda fuera de las palabras de mierda que elige Shoto para decirle.

Entiende que su novio y compañero de equipo se preocupó porque se trataba de él y que le resultó inevitable, no porque dudara de su fuerza o de su valía como hombre y como héroe. Entiende que se siente aliviado de ver que Katsuki por fin se decidiera a tomar la rehabilitación que le ofrecía la agencia de héroes a la que pertenecen, y que esté haciendo búhos de papel para él. Como si Katsuki no tuviera nada mejor que hacer que doblar papel fosforito a modo de presente, claro.

Y ese sinfín de realizaciones le golpea con la fuerza de mil espadas atravesándole el pecho, del lado en que le laten los sueños y donde guardaba la esperanza de ser el héroe número uno y ahora sólo le queda la ilusión de seguir siendo el dueto número uno al lado de Shoto. Le retuercen los ideales y le despeinan apenas un poco la mueca de hastío prefabricada.

Sin embargo, tampoco está dispuesto a dar su brazo a torcer.

Podrá tener un par de dedos jodidos y el antebrazo destrozado, la cara hecha un desastre en rojo avergonzado y el pulso acelerado dentro de las venas, pero no cedería. No si se trataba del pedazo de cursi que podía llegar a ser Shoto a veces, el muy sentimentalista. No iba a darle el gusto.

―En cuanto me deshaga de este jodido yeso —empieza, hablando tranquilo y concentrándose en no cagarla más con el maldito búho chueco y en respirar—, puedes darte por muerto.

Y que se fuera a la mierda si pensaba que Katsuki le daría un solo búho de papel más para adornar su aburrido escritorio alguna vez.

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