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Prólogo




¿Cuántas tazas ya había llevado? ¿Dos? ¿Cuatro? ¿Tal vez 7? Nadie lo sabe, Arthur estaba sumido entre recuerdos con un horrible dolor de cabeza mientras veía a su pequeño Alfred jugando con cochecitos de juguete en el patio de la gran casa. Era un buen día a pesar de todo, tenía vagos recuerdos de dolor, pero al ver a su pequeño todo cambiaba y lo hacia sentir orgulloso...bueno, algunas ocasiones. Al ver como Alfred se ensuciaba de lodo en toda la ropa solo suspiró y sin más reprendió al pequeño con el sermón de siempre, el niño solo decía que sí pero su mente estaba en otras cosas como ser un corredor de carreras o un super héroe como veía en las películas que su padre le compraba a veces.

En esa misma mañana el pequeño Alfred había estado insistiéndole a Arthur que lo llevara al parque o a jugar fuera de casa, para el mayor no le pareció para nada mal la idea, tenía mucho tiempo desde que salían puesto que este mismo aún no se sentía listo para iniciar una vida despegándose del dolor de la partida de su difunta esposa; cambió al pequeño y lo alistó para salir, avisó a su ama de llaves, Mary, y ambos cruzaron la puerta cerrando tras ella; El golpe de la brisa hizo estremecer a Arthur, solo suspiró y ambos emprendieron camino al parque.

Al llegar al dichoso parque, el mayor le advirtió al pequeño el mil y un de cuidados que debía tener para luego dejarlo ir con una pelota de goma con la cual pueda jugar con otros niños. Por otra parte, el de ojos verdes se sentó en uno de los bancos cerca de su niño para no perderle de vista fácilmente. Había traído un pequeño libro de lectura para el poder también distraerse un poco y no estar tan aburrido el tiempo que durasen ahí, aquellos minutos de paz parecían gloriosos y mágicos para el mayor, hasta que un llanto lo alertó y fijó la vista en donde se supone que estaría su niño, agradecido, no era el pequeño quien lloraba, si no otro niño de su edad aparentemente y con un oso de felpa todo lleno de barro. Algo que tranquilizó a Arthur fue que un adulto estuviera a la par de aquel niño llorando, aún así se fijó si su pequeño estaba bien y el menor solo agachó la mirada apenado. Entonces comprendió que el pequeño Alfred había tirado por accidente el oso de felpa del otro niño.

Al girarse para ofrecer una disculpa educadamente se topó con la cara del sujeto con una leve molestia notoria en la cara, pero rápidamente suavizándola al ver al de orbes verdes. Ambos, sin querer, habían sentido ese click, ese match, aquella emoción, una corazonada o como quieras decirle, aquello que sin duda les decía "quédate a mi lado".

Quédate A Mi Lado || FrUk||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora