|1| Pacto

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"Todo en esta vida se paga"

Tres meses más tarde.

Roy.

Miro por la ventana hacia el exterior.

«Traspasando los edificios metálicos y brillantes, más allá de los grandes rascacielos, escondido de quienes ansiaban encontrarlo, existía un mundo destinado a pertenecer en las sombras»

Jamás acabó de contarme el final de ese cuento. Mi hermana mayor pasaba las tardes buscando libros en la biblioteca del abuelo para poder contarme alguna historia antes de dormir.

«Todo por mí...»

— Los médicos han dicho que podría llegar a tener daños cerebrales, pero no lo sabrán hasta que despierte...  si es que alguna vez lo hace — susurra Blair.

Elevo mi rostro. Entre balbuceos, hundiendo los hombros y mirando a su hija postrada en esa fría cama, entre el caos y la incertidumbre, trata de mantenerse serena. Con un pañuelo blanco arrugado a modo de único consuelo, se limpia las lágrimas e intenta aceptar esta situación.

Blair ha perdido ya a dos hijos. Y tras varias operaciones, la vida de otro de sus vástagos cuelga de un hilo demasiado fino. El nudo en mi garganta quema ante esa afirmación.

— ¿En qué estabais metidos? — farfulla Blair al punto de volver a llorar.

Suspiro desde la silla de metal en la que estoy sentado. Frente a mí, Blair está en un sillón un poco más cómodo. Separados por la camilla de mi hermana. Mis pies estirados descansan bajo la cama de mi hermana. Mantengo mis manos unidas y presiono con fuerza el agarre que tengo una sobre la otra.

Contrario a lo que quiere escuchar, le dedico meras palabras vacías. 

¿Cómo podría romper el pacto de silencio? 

Mucho menos con ella a mi lado.

   
— No tienen nada contra nosotros.
Blair jadea — ¿No tienen nada? La sangre de tu hermana, la niña que hemos enterrado en un ataúd vacío porque no han dejado ni siquiera los restos de su cuerpo, mezclada con la de ese delincuente. ¿No es eso suficiente prueba?
   
Mi voz tiembla al hablar — no conozco a ningún Aleksey — insisto.

Blair niega con la cabeza y hunde su cara en la cama, muy cerca del rostro de mi hermana.
Soy horrible. Incluso la mujer que me dio a luz me detesta. Soy la clase de chico rebelde al que no dejarían entrar en lugares de lujo pese a que mi cuenta bancaria supera la de muchos magnates del petróleo. Nuestra hermana se encargó de dejarnos grandes fideicomisos. Sé que estaba involucraba en tráfico de armas y otras tantas actividades ilegales.

"Si algún día no estoy, debes cuidar de tus hermanos", solía decirme.

Las lágrimas luchan por salir, aunque no las dejo caer. Observo mis botas negras en busca de una excusa para distraer el dolor. Luego mis pantalones tejanos rasgados y las gafas de sol colgadas del cuello de mi vieja camiseta gris. Mi aspecto no es mejor, todo se reduce a mi cara de drogadicto. Ojeras marcadas, pálida piel, barba de hace tres días y unos ojos rojizos e hinchados ocultando el verde natural y apagado que poseo. Si sumamos mi cabello negro o los tatuajes dibujados de mis nudillos hasta mis hombros, soy todo un chico malo.

Deseos Prohibidos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora