Alguien por quien morir.
Yo podría arrastrarte desde el océano, podría sacarte del fuego. Y cuando estés de pie en la sombra yo podría abrir el cielo, y yo podría darte mi devoción hasta el fin de los tiempos, y nunca te van a olvidar, si estás a mi lado.
+Hurts.
I
Se apoyó en el balcón de piedra de la pared del puente, con los ojos clavados en el agua de color verde o gris -no se sabía con exactitud-, pretendiendo que eso era lo más interesante del mundo. Pero no era así. Y cualquiera que supiera el porqué de su presencia en aquel lugar, se daría cuenta de que algo iba mal desde el momento en que llegó diez minutos antes de lo usual.
Jem siempre llegaba a la hora justa: las doce del mediodía. Cuando ella ya tenía unos minutos ahí. Pero esta vez no lo hizo, llegó antes que la chica. Dejó de lado sus deberes como hermano silencioso por unos instantes más, solo para estar ahí, tener unos momentos de paz en aquel lugar que tanto significaba para él. Pero, no había funcionado. Aunque a decir verdad, el debió de sospecharlo desde un día antes, cuando él no sentía la paz habitual que representaba la víspera de su encuentro. Sino que la ansia comenzó a crecer, y ahora que estaba de pie en el lugar, todo él se encontraba sumamente tenso. Podía pretender que no era nada, pero en el fondo, sabía que no era así.
Sus manos se volvieron puños, con las uñas clavándose en sus palmas, y una imagen nítida en su cabeza.
Un chico rubio sujetando la mano de un moreno. Este último estaba recostado en la cama, mientras el otro se encontraba agradeciendo a toda divinidad que se le ocurriera, pero sobre todo a Raziel por haber dejado que su parabatai viviera. El rubio retenía las lágrimas, porque un cazador de sombras rara vez llora, y sobre todo no lo hace, cuando un hermano silencioso, sin todas las marcas usuales, lo observa desde la puerta.
Jem había atendido al moreno cuando fue mordido por un demonio. El veneno por poco lo mata, tuvo suerte de que su parabatai se encargó de que fuera atendido, aunque para eso tuvo que atravesar una marea de demonios menores. Todo el que lo vio, decía que parecía un Moisés partiendo la multitud de criaturas con su espada, mientras, cargaba de costado a la persona que más le importaba en el mundo.
Todo por su parabatai.
Aquello que había sucedido hace dos días, o quizá tres, no importaba, lo que importaba era que eso había traído el recuerdo de Will a la mente de Jem. Un recuerdo que si bien estaba en su corazón siempre, esta vez estaba sumamente fresco. Quizá fuese que no hace mucho este había cumplido un año de muerto. Y quizá él lo estaba echando de menos.
La imagen de los parabatai, de los jóvenes de quince años, fue cambiando en su mente, tomando forma de él y Will. La vez que arriesgando todo, rompiendo las reglas de los hermanos silenciosos se sentó junto al azabache, cuando casi muere por la mordida del demonio Shax. Aunque en aquel recuerdo, no eran dos chicos y uno llevaba el habito color hueso propio de su orden.
"Oh, Will" pensó, hundiéndose en un mar de recuerdos.
II. Borrachos y besos.
La risa de Will amenazó con escapar de sus labios y despertar a todos, a lo que Jem le cubrió la boca con una mano, aplicando solo la fuerza necesaria para que desistiera de hablar. El de cabello azabache por su parte, sonrió con dificultad bajo el agarre, manoteando con el brazo libre que en el deseo de Jem de mantenerlo en silencio, había sido liberado. Los ojos plateados rodaron en sus orbes, sin poder evitar esbozar también una sonrisa. Aunque esto estaba mal, aunque Will había hecho una tontería en su actitud de chico malo, aquella situación era graciosa.
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Alguien por quien morir
Teen FictionUn pequeño one-shot, sobre los parabatai. Usando a la mejor demostración de ese lazo en la historia de Cassandra Clare: Will Herondale y James Carstairs.