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Roma caminaba a paso rápido. Trató de fijar su mirada en el bosque que ya podía ver en el horizonte, y de no pensar. No llevaba más que un cuchillo de cocina que servía para poco más que cortar verduras o pan duro, por lo que evitó pensar en sus posibilidades. 

Una parte de ella la instaba a buscar un lobo, a matarlo y a llevárselo al rey Argor, pero sabía que levantaría sospechas que una familia de campesinos pobres hubiera atrapado uno, y sobretodo sabía que sus padres se enfurecerían por ello. Sin embargo, no era eso lo que realmente la echaba para atrás.

No.

Roma nunca había temido la furia de otros, y suponía que el rey estaría demasiado ocupado como para percatarse de quien le llevaba lo que quería.

La echaba para atrás el sabor amargo de la traición. Sin darse cuenta se llevó la mano a aquel colgante de espiral que llevaba, no era más que una piedra extraña donde estaba tallada una preciosa espiral, que ahora llevaba sujeta por una correa de cuero.

Zock.

Sin darse cuenta, ya se estaba internando en aquel bosque que podía parecer tremendamente oscuro. Miró a su alrededor. Se suponía que allí vivían toda clase de criaturas extrañas, pero ella no las temía. 

—Zock...— Su voz resonó una y otra vez solitaria, mientras Roma pasaba la palma de su mano por la corteza de los enormes troncos que allí había.— Zock...— repitió, y de nuevo su voz se repitió.

Roma siguió adentrándose. Aquel día el bosque estaba... distinto. No le daba miedo, para nada, pero faltaba algo. Sí. El silencio era demasiado denso, los árboles estaban demasiado sombríos.

¿Y el canto de los pájaros? ¿Y el jugueteo de las mariposas? ¿Dónde estaban aquellos conejos que brincaban entre las raíces? Y sobretodo, ¿dónde estaba Zock?

Siguió internándose en él a pesar de todo, necesitaba atrapar algo, algo que pudiera alimentar a su familia, algo que pudiera vender por una buena cantidad de verduras. Y aunque la causa la instaba a avanzar más y más, Roma jamás se había sentido así antes, no allí. Como una presa más, como una intrusa. Miró a su alrededor mientras se agazapaba y sujetaba bien fuerte su única arma, había algo allí, alguien la observaba. De pronto las ramas crujieron y Roma se dio la vuelta, allí había una gran lobo blanco. Su pelaje era espeso y sus blancos colmillos letales.

—¡Zock!— Exclamó Roma, sin poder ocultar su alivio, pero el lobo ni siquiera meneó la cola— ¿Ocurre algo?

—Sí.— Roma se sorprendió, no porque no supiera que podía hablar, sino porque rara vez lo hacía.— El Bosque está en peligro.— Gruñó Zock. Su lomo se erizó mientras se relamía, nervioso.

—¿Por la Calzada?— preguntó Roma mientras guardaba su cuchillo.

Él asintió con la cabeza.

—Este es nuestro hogar, no dejaré que lo destruyan. — A Roma le recorrió un escalofrío.

—No puedes hacer nada, no contra Argor.— Murmuró, mientras le acariciaba suavemente el cuello.

Zock gruñó y se sacudió. 

—Sí puedo, no estoy solo ¿Me ayudarás? — Fue directo, algo no demasiado sorprendente, aunque roma deseó que no lo hubiera sido.

Abrió los ojos sorprendida, sin saber que decir. A su alrededor hasta los grillos se había callado, como si estuvieran deseosos de oír su respuesta.

—No lo sé.— dijo al fin— No... No se si puedo.

Zock la miró largamente, en sus ojos no había enfado, de hecho Roma no fue capaz de encontrar nada, parecía la simple mirada de un animal incapaz de comprender nada de lo que había dicho. Después se dio la vuelta y corrió, internándose en la espesura, ocultando aquel pelaje blanco como el azahar que lo caracterizaba.

—¡Zock!— gritó Roma, pero cuando fue a seguirlo parecía que los árboles se negaran, estaban demasiado juntos, había demasiadas espinas.— ¡¡Zock!!— aulló, pero su grito se perdió en el aire. 

Se dio la vuelta para volver, pero todo parecía estar en su contra, la maleza ahora parecía más densa, y el costaba avanzar. Tras ella sonó el temible aullido de un lobo, no sabía si era el de Zock, pero de todas formas hizo que el miedo se apoderara de ella. Entre jadeos trató de salir de allí, avanzando a pesar de los arañazos. Soltó un grito mientras daba un último empujón que apartó las pesadas ramas de un árbol, y cayó al suelo.

Se giró para mirar al Bosque, aquel bosque donde siempre había estado a gusto, y que ahora parecía cerrarle la entrada. Volvió a oír el aullido lejano, e instintivamente se llevó la mano al colgante, pero ya no estaba.

—Zock...— Susurró, tratando de ahogar un sollozó, antes de levantarse y caminar hacia su aldea.

Tratando de olvidar esa noche. Ese día en el que parecía haber perdido a su mejor amigo.

La Verdadera Historia de RomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora