Roma estaba sola en su cuarto. No pudo evitar recordar a Zock. Le había pedido ayuda, y ella se la había negado. Agitó la cabeza. Aquello no era del todo cierto, tan solo había evadido la pregunta. Apretó los puños, ya habían pasado semanas desde aquello, pero no podía olvidarlo, sin embargo sabía que tenía otras cosas de las que preocuparse.
Se lanzó sobre su cama quedando desparramada sobre ella, pero el grito de una mujer la hizo saltar de nuevo al suelo. Bajó corriendo, su corazón se relajó al ver a su madre sana y salva dentro de su casa. Pero, ¿quién había gritado? No tuvo tiempo de plantear sus dudas en voz alta porque alguien llamó a la puerta con fuerza. Su madre se encogió sin moverse, mientras miraba hacia su marido con terror puro reflejado en su mirada.
—Ravel, por favor.— suplicó con un gemido aterrorizado que puso a Roma en tensión.
Él negó con la cabeza mientras se encaminaba a la puerta. Aunque su rostro no dejaba traslucir ningún rastro de sentimientos su hija fue capaz de ver un atisbo de miedo en su oscura mirada.
—¡Arrestan a todos!— quien fuera que hubiera gritado aquello no pudo añadir nada más. Roma corrió hacia una ventana para ver a un buen amigo de su padre atravesado por una lanza.
—Huye...— murmuró con sangre brotando de su boca, aunque Roma fue capaz de leerle los labios.
Algo en su interior le dijo que lo ayudara, pero no había movido un dedo cuando sus ojos se volvieron vidriosos y la vida se extinguió de su cuerpo. La vida abandonó a aquel hombre sin que a nadie le molestara, no era más que un campesino más, con mucha vida por delante, ¿pero que le importaba su muerte a nadie?, ¿acaso era más que un don nadie? Roma apretó los puños con impotencia.
—Debéis huir.— instó su padre mientras empujaba a su madre con fuerza tras detenerse en su camino hacia la entrada— Rápido.
Un sonoro estruendo hizo que los tres miembros de la pequeña familia se giraran tensos hacia la puerta de madera oscura. Durante unos momentos, Roma solo oyó su propia respiración, después la puerta cedió lanzando afiladas astillas en todas direcciones y un fuerte empujón de su padre la hizo soltar un grito. Trastabilló hacia atrás logrando mantenerse erguida solo porque su madre la tenía fuertemente cogida del brazo. Miró con pavor a su padre, que le sostuvo una mirada llena de terror antes de girarse hacia los soldados que ya entraban en la choza con furia.
El terror había paralizado su cuerpo, todo: músculos y mente parecían reacios a actuar. El tirón de su madre la sacó de su trance, y Roma se dejó arrastrar hacia el dormitorio de sus padres. Sin terminar de entender nada vio a su madre abrir una trampilla que ella ni sabía que existía y obedeció cuando esta le dijo que entrara, solo reaccionó cuando su madre se agachó y habló:
—Vete, lejos de aquí. Podrás trabajar como sierva de algún noble, quizá.
—...— Su garganta no pudo emitir más que un sollozo estrangulado.
—No llores, mi pequeña...— susurró su madre sujetándole la barbilla con cariño.— Podrás tener una vida, quizá no la mejor, pero estarás a salvo, y viva.
—Por favor, no me dejes.— gimió aferrándose al brazo de su madre con tal fuerza que sus uñas se clavaron en su piel morena.
Esta la miró con tristeza antes de liberarse de su agarre y cerrar la trampilla, cuando solo quedaba una rendija, volvió a hablar.
—Buena suerte, pequeña.— murmuró, y tras esas palabras Roma quedó sola, sumergida en la oscuridad.
Durante unos momentos estuvo allí quieta, escuchando solo el sonido de su agitada respiración. Se negaba a abandonar a sus padres, a dejarlos atrás. Además, ¿qué iba a hacer? Toda Awera estaba bajo el mando de Argor, y las dos islas que había al oeste del reino, aunque gozaban de mayor libertad, tampoco eran una opción debido al excesivo precio del viaje.
Un sonido seco seguido de un chillido la hizo alejarse un poco de la trampilla, quería proteger a su familia, pero el sentido común venció esa vez y se adentró en las profundidades oscuras de aquel pasadizo.
No estaba segura de cuanto llevaba arrastrándose por ahí, aunque sabía que se había golpeado más de una vez contra las paredes y que le dolían los brazos de mantenerlos elevados frente a si mientras tanteaba el terreno. Decidió parar a descansar. No sabía a donde le llevaba aquel túnel húmedo, y desde luego no tenía la más mínima idea de que hacer al salir de allí. De hecho, de haber podido obtener agua y alimentos suficientes se habría planteado si pasarse allí unos días. Temía volver a salir: irse a trabajar para un noble no le atraía en absoluto, además que dudaba que nadie fuera a querer a una chica que aparecía sucia en sus terrenos. Si tenía suerte la tomarían como un mendigo y si no quizá acabara en la calzada trabajando como una esclava.
Sus opciones por el oeste eran encontrarse con un mar que no podría traspasar. Por el sur daría con Terra Olvidada, y sabía que esa no era una buena opción, nadie se internaba en ella y volvía con vida, por lo menos no tras la destrucción del Bosque Ubuhlobo. Contaban que aquella tierra montañosa, que había quedado infértil tras la muerte del Bosque, estaba habitada por criaturas de la noche y bestias. Por el este estaban las dos islas a las que no podía ir, y por el norte... Por el norte estaba Zasendle, ese bosque donde siempre se había sentido segura, pero que ahora se alzaba contra ella.
Se hizo un ovillo rodeándose las rodillas con los brazos y cerró los ojos. Sabía que su única opción era adentrarse en ese lugar del que nadie salía vivo.
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La Verdadera Historia de Roma
Fantasy¿Crees saber la historia de Roma? Quizá la hayas estudiado, o quizás hayas oídos cuentos sobre ella. Pero, ¿sabes donde comenzó todo? Descúbrelo...