Adrián IV.

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No soy ningún ejemplo, he descuidado muchas veces todas esas cosas que nunca se deberían descuidar.
Me he arrepentido durante mi corta vida de momentos que no he sabido afrontar, que sigo sin saber afrontar.
Y me oprimen, me asfixian, me entristecen.

Pero entonces te miro y me siento bien.
Da igual dónde, cómo o cuándo sea.
Te miro y me siento bien.
Todo está bien.

Miro tu pelo alborotado mientras lo acaricio.
Miro tus labios entreabiertos.
Miro esas pecas tan adorables que rozan tu nariz.

Entonces miro tus ojos y se me encoge el corazón.
Tus ojos castaños pero brillantes. Y es cuando me miras y me doy cuenta de que nunca me había sentido tan feliz, tan segura, tan querida.

En ese momento me siento bien.
En ese momento me siento en casa.

Y entonces pienso el porqué.

El porqué de tu magia.

El porqué de tu amor.

Y me siento tremendamente agradecida y me exijo ser suficiente.

Suspiro mientras veo esos ojos que me miran con cariño.
Suspiro cuando me besas.
Y aspiro la colonia de tu cuello.

Y siento ganas de cuidarte,
de cuidarme, de cuidar esto.

De mirarte,
de mirarme, de mirarnos callados.

Pero sobretodo de quererte,
de quererme y de gritarlo a todos sin miedo.

Y sentir que somos eternos.
Comernos el mundo juntos.

Imaginar que te tendré siempre.

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