—Quiero tener una relación seria.
Las palabras salieron de mi boca mientras ignoraba totalmente la llamada entrante en el teléfono de mi puesto. Lo dije en voz alta y probablemente media oficina se enteró, pero la única que volteó con los ojos abiertos tan grandes —aunque sin interrumpir su llamada—, fue mi compañera.
Sus ojos seguían deformándole la expresión de impacto—: Sí, ahora necesito que me repita su cédula para poder proceder con la transacción.
Madison estaba haciéndome señas que debido al contexto significaban: ¿Te volviste loca? No. ¿Me estás jodiendo? No. ¿Te vino el periodo y esa es la razón de tu estado hormonal y por eso andas diciendo esas cosas locas de relación seria y vomitiva? Probablemente.
Cuando finalmente colgó, me abordó.
—No puedo creer lo que me estás diciendo.
El teléfono seguía sonando en mi mesa, intenté mandarle un mensaje telepático al usuario desesperado diciéndole que se cambiara de banco.
—¿Por qué te sorprende que quiera algo serio?
—No, querida, no me sorprende que quieras algo serio —se volteó hacia su computador y empezó a teclear como endemoniada—, lo que verdaderamente me sorprende es que después de 27 años tú creas que en este maldito pueblo puedas conseguir algo serio.
Volteó el monitor para enseñarme lo que había escrito.
¿Y LA PUTERÍA?
—¿Qué dices, estúpida? —halé su silla hacia mí mientras borraba lo que había escrito con la otra mano—. He tenido dos novios serios en estos 27 años y eso de "La putería" no te lo tomas en serio ni tú.
—No reveles mi vida fuera de zorrismo exitoso, ¿quieres?
El teléfono no paraba de sonar; por primera vez en mi vida quería que me despidieran. ¿Acaso la gente no se daba cuenta que esta hora, las casi doce del mediodía, era la hora del cotorreo masivo en las oficinas? ¿No podía tener, por primera vez, un minuto de revelación conmigo misma aceptando por rara vez caminos en mi vida que nunca me había planteado tomar? Acaso...
Me detuve. Estaba hablando en voz alta.
Madison me miraba con aceptación en su rostro.
—Estoy totalmente de acuerdo con la parte del cotorreo, pero definitivamente no te apoyo en nada con lo de la relación seria —le dio al botón de espera del teléfono—. No me preguntes porqué.
—¿Por qué?
—Atiende el teléfono y te explico —se volteó hacia su puesto. No paraba de mirarme con incredulidad—. Cuando dijiste eso, pensé que estabas en una línea caliente con alguien.
Apunté mi dedo hacia su cara antes de contestar el teléfono.
—¡Eso fue solo una vez!
¿A quién quiero engañar? He trabajado en línea caliente en varias ocasiones cuando me quedo sin sueldo y estoy en apuros por alguna crisis de casi-treinta-y-quiero-helado.
Pues sí, allí estaba yo, resolviéndole líos bancarios a extraños mientras tomaba una gran decisión para mi vida. El gran problema aquí no era querer una relación seria, más bien era buscarla. ¿Quién diablos andaba en busca de una?
Una adulta que toma decisiones de adultos. ¿Quiero algo en mi vida? Lo busco. Así son las cosas. Aunque leí por allí que uno no debe buscar el amor, ni apurar las cosas; que todo aparecía cuando al destino le diera la gana de actuar. Pero, ¿qué pasa si el destino no quiere actuar en mí? Porque hay una gran lista de personas que buscan algo serio y probablemente yo esté al final de ella. ¿Debo esperar que pase la mitad de mi vida, ser una anciana y encontrarme a un viejito agradable de casualidad en un parque y vivir el resto que nos queda de vida juntos porque ya no queda de otra?
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Subrayo: algo serio.
HumorHabía una vez una dulce joven que despertó una mañana con un nido en vez de cabello, los parpados pegados con lagañas incluidas, un hilo de baba en la comisura de la boca y un gran deseo de tener una relación seria. Sí, esa mañana despertó con el p...