Suspiro único

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Todo había pasado en un instante; cena formal, Mucho vino; demasiado. Tocamientos indiscretos; un taxi a casa. Y Sherlock ahora sin contener un solo suspiro.

John lamía de lado a lado su cuello, preocupándose al mismo tiempo que la señora Hudson no entrara por la puerta y los atrapara a mitad del acto. Mientras se encargaba de desabotonar el saco y la camisa de Sherlock, quien solo se dejaba hacer, atento a todo cuanto John le provocaba.

Por supuesto que el detective no le dejaría todo el trabajo, el alcohol en sus venas apenas era el suficiente para desinhibirlo de hacer esto con John en un entorno más controlado que empezar a desnudarse frente a las escaleras. Tampoco es que lo odiara. Su doctor estaba haciendo gala de sus ya legendarias dotes de casanova, arrancándole la ropa sin alejar un momento sus suaves labios. El detective sabía que no solo era su deber dejar a John hacerle cuanto quisiera, por más que disfrutara, su pareja también tenía el derecho de sentirse tan bien como él ahora mismo.

Las caricias y los besos del doctor poco a poco le dejaban sin fuerza, aun así tuvo el impulso necesario para acorralar a John contra la pared y ser esta vez él quien le robara el aliento. Descubrirse sin cinturón y con el zíper abierto, aparte de sorprenderlo, le advirtió de lo mucho que le hacía falta para alcanzar el nivel de su bloger. Aun así, el ánimo y el anhelo por continuar no hicieron más que aumentar. Su John era impresionante, fascinante, y con gran facilidad la criatura más atractiva con aquel inconsciente brillo erótico en sus verdes ojos, su tacto firme y sus besos arrebatadoramente dulces.

Sherlock no podía sentirse menos que cautivado ante el panorama tan atrevido y sagaz frente a él. Tener a John tan dispuesto a hacerle sentir bien de tantas maneras distintas era apenas una de las muchas cosas que ahora mismo le tenían tan encantado.

El detective devoraba sus labios mientras con manos torpes se deshacía de toda prenda superior. Una vez el torso de John quedó desnudo, Sherlock ni siquiera se interesó por en qué momento invadió con las manos dentro de sus pantalones, masajeando con fuerza las medias lunas del doctor, ciego a cualquier sentido lógico, deseoso por instinto de quien a base de paciencia y amena compañía le había robado toda razón.

Por supuesto, Sherlock estaba consciente de que no podría hacer otra cosa más que dejarse llevar, pensar mucho ahora mismo no era lo suyo y tampoco es que tuviera experiencia en el campo.

Siendo este el primer encuentro sexual de Sherlock Holmes, poco podría hacer para complacer con plenitud a su pareja. El sexo no le asustaba, hacerlo era un asunto totalmente distinto. Como se esperaría por cualquiera de sus conocidos; el detective consultor poseía escasos conocimientos sobre el tema. Había superado a las abejitas y florecitas desde hacía mucho tiempo, ergo, no había adquirido más información que pudiera ahora servirle algún tipo de ayuda. Y puesto que nunca antes había tenido la necesidad de tener más datos al respecto, menos aún eran las opciones para poder satisfacer con la misma intensidad a su John.

Luego de un par de minutos lograron llegar no sin algunos tropiezos y un par de golpes al intentar no caer, a la habitación que compartían desde hace relativamente poco tiempo. Sherlock pensó en que John tenía ya planes para esa noche cuando, sin advertir de dónde, el doctor tenía entre sus pequeñas manos un tubo (más parecido a una crema) de lubricante.

El corazón de Sherlock empezó a correr como un caballo desbocado. La corbata anudada alrededor de su cuello le llevaría pronto a un vergonzoso estado de seminconsciencia que más allá de desmayarlo le haría verse a los ojos de John como un tonto adolescente, cuando sin advertencia alguna este mismo comenzó a masturbarlo, cubriendo su sexo con aquel resbaladizo líquido.

Gimió desde lo más profundo de su pecho. Aquellos movimientos lo estaban convirtiendo en un desquiciado, sacándolo con facilidad de sus cabales, o al menos los pocos que aún conservaba. John le susurraba obscenidades al oído, su otra mano desaparecía tras su espalda mientras todo su erótico ser descansaba sobre el pecho de Sherlock.

Hacerle perder la mente estaba siendo con rapidez una de las metas de John, por lo tanto, antes de que Sherlock se considerara oficialmente muerto en combate, el doctor se sentó sobre él. Cuando le vio inclinarse hacia sus ojos, el detective tuvo un mejor panorama de lo que sucedía más abajo. ¿En qué momento aquellas hábiles manos le habían puesto un condón? Sherlock se olvidó de la pregunta junto con el resto del mundo cuando su amante comenzó a descender sobre él, alineando con precisión su sexo duro como roca.

Más pronto que tarde, Sherlock comenzó a sentirse como un hombre incapaz de contener su deseo por llegar al clímax, un tipo sin el menor control sobre sus impulsos. Aún si el mismo John-Labios-de-Pétalos-de-Rosa-Watson le había mencionado con toda la sutilidad del mundo que comprendería plenamente si llegaba al orgasmo en cualquier segundo, Sherlock estaba convencido, como el ser humano que decía no ser, de lo muy decepcionado que estaría si llegara a terminar mucho antes de que su amante lo hiciera.

Y tener a John sentado en tan provocativa posición; con las piernas abiertas de par en par, saltando ahora como un poseso sobre su miembro y llevándolo cada vez más profundo dentro de él, hacía poco en pro de aumentar los conocimientos de Sherlock sobre el tema. Por fin su cordura le había abandonado, tantas sensaciones juntas se interponían entre su capacidad para recibir y estudiar los datos obtenidos, si es que en algún momento en verdad tuvo la intención de recabar datos, (pero lo dudaba). Como un niño volviéndose loco de emociones luego de beber un litro de refresco, nada había en su mente que pudiera salvarlo de todo cuanto el doctor le regalaba con soltura.

Este mismo lo haló por su corbata extrañamente todavía en su lugar, si bien su camisa había salido del radar desde hacía un rato. En un arrebatador beso finalmente el alma y cuerpo de Sherlock terminó por desbordarse en lujuria y placer, entregándole a John un último gemido ahogado por sus labios adictivos cuando una vorágine de fuegos artificiales estalló detrás de sus parpados, liberando al fin aquello que lucho por contener.

Inmediatamente después, como un auténtico primerizo, se desmayó.

—Sabía que era demasiado, no debí haberte escuchado cuando dijiste que estarías bien —susurró John cuando el detective se despertó—. Pensé que te había dado un infarto, no volveré a creerte otra vez. —Y no obstante de su obvia preocupación, Sherlock no podía prestarle atención a sus palabras.

Sentía como si un globo de pesado y tenso estrés hubiera por fin estallado dentro de toda la vorágine de pensamientos en su mente, había entrado en una suerte de paraíso cuyo único fin era dotarlo de una incontrolable paz y relajación. John no ayudaría a despertarlo del todo si continuaba hablándole con tan aterciopelados susurros.

—¿Cómo te sientes? Eso fue demasiado intenso —preguntó John al encontrarse con los ojos del detective, mientras le acariciaba lentamente el pecho desnudo, ambos acostados sobre la desordenada sábana, piernas enredadas y pensamientos adormilados. Por supuesto que el doctor también estaba cansado, esa había sido mucha acción para un solo día.

Tener a su amante desmayado luego de llegar al orgasmo no era precisamente el escenario más sexy que pudiera imaginar, pensar que estaba muerto no solo había sido la idea perfecta para que su erección bajara en un segundo sino también el impulso necesario para asustarlo en suficiente medida y prometer, a quien quiera que escuchase, tener más cuidado y ser menos apasionado si es que tenía otra oportunidad de estar así con Sherlock.

El descubrir que el hombre solo se había desmayado no disolvió su promesa. Tampoco renovó su libido, pero lo dejó lo suficientemente tranquilo como para limpiarlo y ordenar un poco la habitación. La ropa sucia al cesto y el único condón usado a la basura del baño, el lubricante y los demás condones directo al fondo del cajón de calcetines de Sherlock.

—John... eres... increíble —fue todo lo que Sherlock logró decir, con los ojos entrecerrados y la voz quebrada por los gemidos que no pudo evitar entonar en ningún momento, aunque tampoco es como si lo hubiera deseado—. Hay que hacerlo... otra vez.

—He creado un monstruo —dijo John cuando sintió los labios del detective sobre su cuello y unas manos de largos dedos acorralando sus muñecas.

—Vamos John, quiero entrenar para aumentar mi resistencia. —El doctor sonrió, esas palabras no deberían de parecerle tan malditamente sensuales, y aun así podía sentir su deseo crecer. Iba a romper su promesa, ya lo sabía.

No obstante, la primera vez de Sherlock no sería una autentica primera vez si no había también una segunda y una tercera que la reafirmara.

Resistencia adolescenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora