Cuando éramos pequeños, siempre había alguien que nos leía un cuento mientras nosotros permanecíamos tumbados en la cama, protegidos del frío por las sábanas, la manta y el edredón y, quizá, abrazados a nuestro peluche preferido. Escuchábamos atentos las aventuras de princesas y seres de fantasía y soñábamos con conocerlos algún día, cuando fuésemos mayores. Cuando se es un niño, se ven cosas que, cuando crecemos, quedan atrapadas en el oscuro y terrible mundo del olvido. Las hadas que conocimos en la niñez, esas que son ahora amigas de nuestros hijos, sobrinos o hijos de amigos, son ahora simples fantasías infantiles. No recordamos que, cuando teníamos su estatura, la magia aún vivía en nosotros y se encontraba en nuestros corazones el Närwel, la chispa de Ynisdel (o lo poco que queda de ella, mejor dicho), que nos permite regresar a Annwyn, la tierra que se esconde tras el invisible muro en el bosque de Slieve Bloom y el lugar donde moran los seres fantásticos en los que ya no creemos. Pero pocos son los que se aventuran a entrar en ese paraíso repleto de espeso musgo que envuelve el lugar como si de un manto de terciopelo esmeralda se tratase, pues dicen que quien penetra en ese paraje de ensueño, jamás regresa y, de hacerlo, volverá completamente loco, hablando de melshes, thurars, dratës y otras cosas a cuál más incomprensible. Pero lo que ha sucedido realmente es que ese demente ante nuestros ojos, ha recuperado el Närwel que la edad adulta nos arrebató y que, actualmente, solo se aprecia en aquellos que aún creen en la magia de un modo u otro. Aquellos que aún rinden culto a los antiguos dioses celtas, celebrando los solsticios, equinoccios y festivales intermedios, así como aprecian y festejan los cambios de la luna, están más cerca que nadie del recuerdo de la verdad. Porque los dioses celtas fueron los primeros vestigios de Ynisdel en la tierra de los humanos: ellos fueron los primeros embajadores. Pero en este mundo en el que vivimos, donde cada día nos aferramos más a la vida cotidiana y a lo tangible, poco queda ya de la Estrella de la Vida, ese núcleo de poder infinito del que surgió todo.
Es en esta era cuando hemos decidido despertar. Quizá porque así estaba escrito en las estrellas, quizá porque la situación actual del planeta nos está desbordando a base de desgracias - violencia, catástrofes naturales, crisis en múltiples países-, es que nos aferramos a un clavo ardiendo con tal de encontrar un destello que nos lleve hacia la luz, hacia la promesa de un mundo mejor. Un mundo que no está sobre el arco iris como sugería Dorothy en El Mago de Oz, ni girando en la segunda estrella a la derecha, volando hasta el amanecer como haría Peter Pan. Annwyn está mucho más cerca de lo que jamás podríamos alcanzar a soñar, no hacen falta varitas mágicas, genios de la lámpara ni polvo de hadas para atravesar sus puertas, solo se precisa algo que corre peligro de extinción en nuestra sociedad: creer en la magia.
Los niños entran y salen de entre los dos mundos a su antojo porque sus mentes están abiertas a la magia. ¿Cuántas veces no les habréis escuchado decir que han estado hablando con un hada, volando en un pegaso o nadando con las sirenas? Ellos te aseguran que han estado días fuera de casa cuando tú sabes que sólo llevan una hora en su dormitorio... El tiempo corre de modo distinto en el sidhe, el reino feérico. Pero, hay que abstenerse de sacarles de su error diciéndoles que esas cosas no existen porque, al igual que las hadas de J.M. Barrie, un destello de Ynisdel se extingue ante esa falta de fe y recuperarlo es casi imposible. Deberíamos imitarlos del mismo modo que ellos juegan a ser nosotros, mientras nos cocinan un potaje a base de plastilina y nos pagan un viaje a Londres con dinero de cartón. Abracemos a los árboles, pidiéndoles que nos presten su fuerza cuando algo nos supere, hagamos de una bolsita con purpurina en forma de estrellitas un saquito de polvo de hadas, cantemos a la luna agradeciendo un éxito alcanzado, anudemos lazos rojos a las ramas de espino albar para las hadas cuando queramos que se nos cumpla un deseo y así, poco a poco, el Närwel regresará a nosotros. Encontrar el camino es sencillo, solo basta saber distinguir las huellas de Ynisdel y seguirlas con el paso firme de un adulto y la inocencia de un niño.
Que Ynisdel ilumine siempre tu regreso al pasado.
Que el Närwel guíe tus pasos
Que el Ionel despierte en ti el don olvidado.