Capítulo N° 2

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Zanahoria

Esa noche, después de cerrar el café, Henry se dirigió directamente a su casa, sin saludar, sin hablar ni cenar, se encaminó hasta su habitación, cerró de un portazo y se encerró en la oscuridad.

Estaba agotadísimo, jamás se hubiera imaginado el dolor de pierna y espalda que conllevaba estar de pie todo el condenado día, aquello era más doloroso que ir a un maldito gimnasio.

Se dejó caer de espaldas contra el colchón y un dolor agudo en el trasero le hizo soltar un quejido.

—Mierda —cerró sus ojos con fuerza —Mierda, mierda.

Llevó su mano directamente hacia los bolsillos traseros de sus jeans y sacó de ellos el brazalete de la chica voltereta.

Le dio vueltas entre sus dedos, tenía apenas tres dijes colgados, dos pastelillos y uno de un corazón con la letra M marcado en cursiva. Henry suspiró, puso la pulsera sobre la mesita de noche y tomó su teléfono de la base.

Gabriel atendió la llamada del otro lado de la línea, eran las dos de la tarde y sabía que su primo había al fin, terminado el turno en el Café Express, quería estar enterado de todos los detalles. No era para más, pues no se fiaba completamente de Henry, pero no le había quedado de otra más que ceder ante la insistencia de su tía y a falta de personal, tuvo que coger lo que tenía a mano.

—Hola —saludó Gabriel, sabiendo que se le vendría un huracán encima.

—¿De dónde surgió la maravillosa idea de dejarme a mí como encargado? — demandó Henry —. De verdad que no lo entiendo. Aclárame las dudas, primo.

—Tu madre insistió en que debía darte el empleo.

—Claro y tú siempre tan buena gente le dijiste que sí a la primera —farfulló Henry.

Gabriel le había oído, pero no respondió ante eso ni una sola palabra, por lo que dejó que continuará con sus quejas, pues de otro modo Henry no le habría contactado por sí mismo.

—Le hubieras dicho que ya tenías a alguien más en mente —Henry se pasó las manos por el cabello, desordenándolo en el proceso. No quería pasar ni un solo día más en ese café del demonio. Odiaba sentirse inútil, no es que no supiera que lo era, pero frente al mundo le gustaba simular ser un arrogante. Aunque tal vez, la actuación se le iba algo de las manos.

—La cosa es, que no tenía a nadie interesado en la vacante —respondió Gabriel con calma —¿Tan mal te fue?

Henry bufó, mal era un diminutivo bastante peculiar de lo espantoso que la había pasado.

—No, fue pan comido —ironizó —. Me fue de puta mierda, me hubieras dado algún curso o algo antes de dejarme en la boca de la comidilla.

Gabriel sabía que Henry era un dramático empedernido, le gustaba dramatizar hasta lo que no podía ser dramatizado y no tenía tiempo para discutir algo con lo que no podía llegar a un acuerdo. Con Henry eso era imposible.

—Tan solo haz lo mejor que puedas, trataré de buscar a alguien más para fin de mes, ¿de acuerdo?

Un mes era mucho tiempo para Henry, pero era eso o quedarse ahí para siempre. Y la idea de trabajar para Gabriel no le agradaba en lo más mínimo, no era el empleado de nadie y mucho menos de su primo, quien, según él, se regocijaba por ello. Cuando en realidad, Gabriel solo esperaba su renuncia antes de que su negocio que con tanto esfuerzo había levantado, se cayera en pedazos gracias al inútil de su primo.

—Bien —aceptó de mala gana y colgó.

Dejó el teléfono contra la base de nuevo y miró la pulserita centellear en la oscuridad, bufó y volvió a marcar el número de Gabriel, mordiéndose el labio inferior por recurrir tan pronto de vuelta a él.

AgridulceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora