—Deja de mirarme así, Lisa —la oigo decir de repente.—¿Cómo así? —respondo, tratando de fingir inocencia sin mucho éxito.
—Así, como lo estás haciendo ahora. —La veo sonreír, eso me mata—. Me distraes.
Continúa en lo suyo sin prestarme mucha atención, pero yo la observo, soy incapaz de apartar mi mirada de Rosie cuando tiene esa expresión de concentración pura al pintar algo nuevo, y es que más allá de eso que pinta, ella se ve preciosa cuando muerde su labio inferior y arruga los ojos mientras ve lo que hace. Ya está sumergida en su obra, y yo lo estoy en ella.
Sigue dando trazos en el lienzo, su pintura aún no tiene una forma en específico y desde donde estoy sólo alcanzo a ver un montón de manchas inconexas. Últimamente se ha puesto muy experimental con el color azul, prueba nuevas técnicas cada que puede, pero estos últimos días el departamento se ha llenado casí por completo de cuadros repletos de pinceladas azules.
—Se ve bien —le digo desde el sofá.
—¿Lo dices en serio? Sólo estaba jugando un poco, no estoy muy segura de lo que estoy haciendo en realidad.
Ambas reímos.
Afuera llueve y aquí adentro se repite la primera Gymnopédie en bucle. Me acerco a ella de improvisto y pongo mi barbilla en su hombro para ver mejor lo que está haciendo. Rosie se tensa, probablemente por el cosquilleo que le debe provocar mi roce en su cuello.
—La verdad es que sólo veo un montón de manchas sin sentido —le suelto, pues es la verdad. Su lienzo sólo está lleno de manchas azules de diferentes tonos.
—Hm... Puede que no lo tenga aún, no me gusta planear las cosas cuando pinto o dibujo.
Le doy un beso en el hombro.
—¿A qué te refieres con eso?
—Pues, no planeo nada antes de poner el lápiz o el pincel en la superficie que estoy utilizando. Voy en cero y sobre la marcha fluye algo, es como si mis manos me arrastraran y las otras partes de mi cuerpo no opusieran resistencia...
—Hum...
—Ya ni sé lo que digo —dice ella, y se ríe.
—A mí me parece fascinante esto que haces.
Vuelvo a besar su hombro y ella suspira.
—Definitivamente no puedo concentrarme cuando te tengo cerca.
Sonrío en medio de otro beso y ella se deja ser. Bajo mis manos a su cintura de hormiga y las dejo a los costados, acercándola un poco más a mí, sintiendola temblar por mi tacto. Sintiendo esas cosquillas que ella le provoca a mi cuerpo sólo con simples roces.
Un beso, por pequeño y fugaz que sea, también es arte. Me recuerdo eso a mi misma mientras le dejo besos cortos en el hombro y el cuello y la oigo reírse bajito. Su risa hace que mi respiración aumente su intencidad, lo que me permite apreciar lo dulce que es el perfume que está usando hoy.
Rosie se da la vuelta y ahora es ella la que deposita su barbilla en mi hombro, nos movemos lentamente con la música que suena desde el living y la siento respirar de una forma pesada en mi cuello. Eso me provoca escalofríos.
—Quiero pintarte una noche estrellada en la espalda —me susurra al oído.
Mi corazón se acelera de golpe al escuchar lo que acaba de decir, es entonces cuando la dejo que haga lo que quiera con mi cuerpo. Primero me hace levantar los brazos para sacarme la camiseta y se toma su tiempo para delinear mi piel con sus dedos, yo cierro los ojos con fuerza porque no sé qué más hacer.
Me empuja hasta llegar al sofá en el que momentos antes yo la observaba pintar y me pide que me recueste boca abajo, le hago caso sin dudarlo.
Comienza a pasar lentamente sus manos por mi espalda, la sensación es indescriptiblemente placentera. Se separa un rato de mí para ir por sus materiales y luego los coloca sobre la mesita de centro. Sus manos vuelven a lo suyo y poco después sus labios me hacen cosquillas en la parte baja del dorso. Me muerde y mi boca deja salir algo parecido entre su nombre, una queja de dolor y un gemido.
—¿Te dolió? —pregunta suave mientras besa la zona.
—Tú sigue.
Tengo las mejillas calientes, casi puedo sentirla sonreír sobre mi piel, sé que le gusta que la deje hacer lo que le plazca cuando le dan sus delirios de artista y quiere usarme como su lienzo personal, así que eso es lo que hago.
—No manches el sofá esta vez, ¿sí? Es difícil quitar la pintura de la tela.
—Creo que no te puedo prometer nada. —Me aparta el pelo despacio—, pero haré mi mejor esfuerzo.
La pintura está fría y las cerdas de su pincel provocan cosquillas por toda mi columna vertebral, cosquillas, cosquillas, cosquillas.
Se siente demasiado bien.
Rosie pasa su mano libre entre el elástico de mis shorts y mi piel expuesta cada que puede, la sensación baja hasta las plantas de mis pies. Me limito a sentirla en silencio, a sentir sus pinceles y sus dedos deslizándose por mi cuerpo hasta que me dice que ha terminado su obra. Quizá lo hago porque estoy convencida de que mi espalda es su superficie de trabajo favorita, quizá porque tenerla así me entibia el alma. Quizá sea una combinación de ambas cosas.