Lágrimas caían de mis ojos, fui un idiota, siempre, no sabía que estaba enamorado de mi, tampoco lo imaginé, porque yo lo estaba de él, siempre lo estuve, estoy y estaré.
Él sufrió por mi culpa, y yo no lo noté.
Yo solo queria olvidarlo, pero nadie podía sacarlo de mi corazón, entonces volvía a sus brazos llorando.
Con esos simples actos solo lo lastimaba.
Cada pequeña nota que guardaba en esta cajita, cada lágrima derramada por mi culpa.
Soy un idiota.
- Y hoy, me toca a mi superarte, quizá nunca lo haga, o quizá sí, pero de todas formas, no te olvidaré, siempre estarás en mi corazón, pequeña ardillita, sé que ahora estás bien, estás descansando, ya no más sufrimiento para ti. - acaricié su nombre grabado en esa piedra.
- Adiós pequeño. - susurre. Deje una rosa sobre su lápida, y me retiré.