Kintsugi

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Terminaron hechos un lío, entre las sábanas y sus propias yukatas que quedaron casi hechas girones de lo rápido y forzado que las retiraron de sus cuerpos; las ansias por sentirse fue más grande que su razón, el deseo por amarse fue mayor.

Sus cuerpos se fundieron tantas veces como les fue posible; Morinaga necesitaba marcarlo, poseerlo y sentirlo; mientras que Souichi necesitaba tranquilizarlo.

Entendía el motivo por el que ese hombre de enmarañados cabellos azules estaba inquieto, lo conocía hace tanto tiempo que no hacían falta palabras. Era tan posesivo como egoísta era el mismo Souichi, pero sus inseguridades le empezaban a martirizar el alma y la mente.

Pareciera que el miedo a perderlo era más grande que su razón y más grande que cada promesa compartida.

No podía culparlo.

Hacía meses que su padre no cesaba de insinuar el deseo de verlos casados con mujeres que acompañaran sus caminos y los llenaran de hijos; Morinaga, a base de correctivos y muestras físicas de afecto, había entendido que Souichi no iba a ceder a esa solicitud; amaba a su padre y era su deseo ver cumplida su voluntad, pero el Tatsumi menor había dejado en claro a su viejo que ese punto en particular ya no estaba en discusión.

Souji podría ser un padre amoroso y paciente, pero sabía que la vida era corta y aunque ya no eran tiempos de guerra, el quería dejar asegurada a su familia; sobretodo a su hijo cabeza dura y al amigo inseparable que parecía su sombra. Ambos ya pasaban de los veinte y eran solteros codiciados por los señores de las casas vecinas y clientes de lejanas villas que estaban de acuerdo en emparentar a sus hijas casaderas.

Un día, los pergaminos empezaron a llegar a su hogar, dando lugar a incesantes batallas campales en la mesa mientras tomaban el almuerzo o la cena; ya tenía una rutina, empezaba a hablar de la villa en particular, luego del clima, del cliente y finalmente de las hijas y sus intenciones.

Luego de entender "lo obvio", respecto a que a esos dos no les interesaba en lo absoluto el hecho de quedarse "solos" en su vejez; comenzó a cambiar la estratégia. Souji podría haber sido permisivo con la vida de "sus" hijos, pero ciego no era y menos con señales tan evidentes como las de ellos.

Decidió emprender su nuevo plan y ahora empezó a hablar insesantemente de la necesidad de un heredero, de la continuación del linaje de su familia y del negocio por el que él y su hermosa esposa Hana habían luchado desde jóvenes. Souichi no cayó en la treta, conocía demasiado bien a su viejo como para saber que a él nunca le había importado la descendencia ni la continuación de la casa Tatsumi, sabía que los pecados de las guerras de los feudos hace ya muchos años y la educación que como tuvo como samurái le hacía tener una perspectiva muy distinta a la de los aldeanos, incluso del estúpido primer ministro del Japón.

A final de cuentas sus hijos no podían culparlo por intentarlo; cada que estaban a la mesa era una batalla campal bastante entretenida para Tomoe y Kanako, pues Souji infligia mayor presión en Souichi precisamente porque era el mayor.

Pero eso no era tan divertido en la cabeza de Morinaga, ya que los deseos de Souji San eran los mismos deseos de sus padres antes de morir; el peliazul recordaba vagamente las charlas que tenían con su hermano Kunihiro, así como los deseos de prosperidad y continuación de la pobre sangre de los Morinaga.

Que el señor de la casa Tatsumi comenzará a hablar de legados y herencias familiares, causaba enormes inseguridades en el joven con el que desde hace años Souichi compartía el lecho. El pelilargo lo sabía y cada que veía su cara de seriedad o que no se escabullia entre su hakama y su futón para hacerle perversidades a su cuerpo (en contra de su voluntad) era porque traía en la cabeza un lío de ideas que no lo dejaba ser el idiota que usualmente era y con el que prefería tratar.

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⏰ Última actualización: Aug 21, 2020 ⏰

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